MADRID / Florian Boesch: Sprechgesang

Madrid. Teatro de la Zarzuela. 14-VI-2021. XXVII Ciclo de Lied. Florian Boesch, barítono. Malcolm Martineau, piano. Libro de viajes por los Alpes austriacos de Ernst Krenek.
En el verano de 1929, Krenek realizó el viaje que anuncia este ciclo y que le valió de sugestión para componerlo. Consta de veinte números con letra del propio compositor en una suerte de prosa vagamente rítmica y de muy variados caracteres. Más que un libro de viajes estamos ante una de esas confesiones que el romántico errabundo, sensible al espectáculo natural y al condigno paisaje interior, convierte en todo un programa cancioneril de cámara.
La solución formal krenekiana concede al piano el rol protagónico. Es él quien describe, climatiza, acompaña, armoniza, contrapuntea y remata cuanto acontece junto a la voz. Esta se resuelve en un ejercicio de canto hablado (Sprechgesang) que exige del vocalista unas dotes de recitador, actor y, desde luego, cantante en una prueba de fuego u ordalía en que sale por prodigio o se quema los pies. Para el caso, nuestro querido y admirado Boesch atraviesa las llamas y surge indemne. Tal es la presencia de su voz y la innumerable multiplicidad de sus acentos, hasta se diría que su corporeización del personaje en actitudes de presencia, cara, manos, brazos y hasta hombros. Si avasallar al público merece un elogio, quede dicho que Boesch nos avasalló con su genio interpretativo.
Naturalmente, nada habría resultado del recital sin un pianista de la reconocida maestría que siempre exhibe Martineau. Sin perder los estribos, la riqueza sonora de sus toques, la limpieza de una lectura que habilita desenmarañar la armonía de Krenek, el vaivén de atmósferas y descripciones, todo y cada cosa en su lugar, resultó esa interminable lección gozosa, privilegio de los maestros.
Krenek apenas asoma en los programas de conciertos. A tal altura interpretativa vale la pena situar este curioso viaje por los paisajes alpinos que a la vez resulta ser un viaje por las insidias de nuestra civilización y por ese otro paisaje que es el futuro esperanzado y luminoso de una humanidad que salía de una guerra para meterse en otra peor. Schubert y Schumann dejaron una huella que Krenek logró actualizar en medio del convulso y terriblemente sugestivo siglo XX.
Blas Matamoro
(Foto: Rafa Martín)