MADRID / Fin de temporada de la ORCAM: misa de difuntos y mal augurio
Madrid. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). 29-VI-21. Temporada de la ORCAM. Orquesta y Coro y de la Comunidad de Madrid. Solistas vocales: Lucía Martín Cartón, soprano. Airam Hernández, tenor. Gabriel Bermúdez, barítono. Maestro de coro: Josep Vila. Director: Victor Pablo Pérez. Obras de César Franck y Gabriel Fauré.
Un día con demasiada muerte, ayer, día 29 de junio. María Weissenberg acaba de morir, y aunque supiéramos que iba a suceder, su fallecimiento fue un mazazo. Santiago Salaverri fallecía justo ese día, y también lo esperábamos, y también fue un golpe muy duro, porque con Santiago, mi tocayo, como nos decíamos él y yo, se va algo muy importante. Ya lo veremos mañana, o eso espero. Por mi parte, yo conmemoraba los veinte años de una muerte demasiado importante en mi vida. Todo parecía conjurarse para un Requiem. Y, en efecto, fuimos a la despedida de Victor Pablo Pérez como director titular de la ORCAM. El Requiem de Fauré, una de esas misas de muertos en las que no hay una voz más alta que otra, salvo en algún momento del Hosanna y, claro está, en el Dies Irae. La hermosa obra de Fauré no fue un bálsamo, pero sí una posición de distancia. Lo que avisa, advierte, amenaza, eso no nos atañe hoy día, pero sí nos atañe el recogimiento en el dolor. Qué interpretación tan intimista, tan introspectiva.
El Pie Jesu en la voz de Lucía Martín Cartón era la voz humana convertida en ángel, y hasta la letra permite hacerse esa ilusión, cuanto más el timbre, el matiz con su toque infantil. La voz poderosa del barítono Gabriel Bermúdez privilegió ambas obras, la de Berlioz y la de Franck. En ésta, el tenor Airam Hernández impuso un especial vigor, un dominio de la línea. El cierre de temporada ha sido un éxito artístico y un clamor que ahora veremos. Fue un acierto programar la obra desconocida (para muchos de nosotros) Las siete palabras de Cristo en la cruz, de César Franck. Las dos escuelas rivales, o enfrentadas, o al menos diferenciadas, la capitaneada por el belga Franck y la que llevaría el sello de la heterodoxia tardía de Fauré, con la definitiva de Debussy, incluso Ravel. Un acierto, una bello momento artístico.
Mas no es eso lo único que hay que destacar de esa velada. No queremos ser tan pesimistas como para intuir que este Réquiem pueda anunciar el de la propia ORCAM. Como decía el maestro López Cobos, construir una orquesta es tarea de años, pero destruirla es sencillo, bastan unos meses. No quiero meterme en honduras, pero la protesta de los músicos de la orquesta y el coro antes del concierto, delante de la entrada de la sala sinfónica del Auditorio Nacional, fue todo un síntoma. Digamos ‘síntoma’ para no enredarnos. Algo huele a descuido en la ORCAM, a desdén, a desapego, a ‘qué más da’. Se prescindió de gente muy válida en la gestión, y eso fue algo más que un error. Hubo un momento en que los propios músicos, o algunos de ellos, hicieron lo posible por hacer naufragar el barco; el amarillismo sindical tiene muchos matices dentro del mismo color. Ahora, todos están en la misma balsa. La pelota está en el tejado de la Comunidad. Recordamos una de las palabras de Cristo en la cruz, y preferimos darle la vuelta: “No les perdones, Señor, porque sí saben lo que se hacen”.
Y, se lo ruego, no me pregunte qué quiero decir. Está claro lo que digo.
Santiago Martín Bermúdez