MADRID / Feliz osadía: el Cuarteto Cosmos y Lluís Claret

Madrid. Círculo de Bellas Artes. 17-I-2021. Lluís Claret, violonchelo. Cuarteto Cosmos. Obras de J. S. Bach, Anton Webern y Franz Schubert.
Es de esas veces que acudes a un concierto con la seguridad de que vas a ver algo bueno. Y te encuentras con algo superior. Unas dos horas seguidas que se te hacen breves, con el maestro veterano, Lluís Claret, y un cuarteto joven, formado hace apenas cuatro años, el Cuarteto Cosmos. Un programa de tres épocas distintas y un solo arte verdadero, como diría un buen amigo nuestro. Lo primero, la Suite nº 1 BWV 1007 de Bach, de la época de Köthen sin duda, una de esas obras con las que no se supo qué hacer durante años, y eso después del descubrimiento de Bach tanto por artistas como por nacionalistas alemanes, durante el XIX. Lluís Claret, me da la impresión, plantea este Bach con clara modernidad. Ajena a las convicciones o supersticiones de los instrumentos originales, porque él utiliza un violonchelo con cuerdas de hoy, y basta. Pero también distante de las tentaciones subjetivas o románticas. Claret da una lección de excelencia dentro de una tradición de tocar esta obra que acaso tiene sus antepasados en Gendron o en Tortelier. Disculpe, señor Claret, si uno le adjudica antepasados que usted no reconoce.
Podríamos considerar la lectura de Claret como un objetivismo, sin que esto nos limite a la evocación de direcciones orquestales objetivistas, desde Toscanini o Szell y más allá. Sino a una manera en que el Clasicismo y el Barroco tardío se integran en una visión más bien apolínea, refinada, y sin embargo cálida. Es todo un equilibrio, pese a que algunas danzas inviten a salirse de esa línea. El virtuosismo de Claret se manifiesta en que no se manifiesta como demostración. Se manifiesta como concepto, y un concepto vale más que mil imágenes, ya saben ustedes, aunque solo sea porque crea varios miles. Es una lectura alerta, nunca adormecedora; vivaz, pero no hedonista; el ideal clásico vive en el equilibrio, y así parece expresarlo Claret, pero el equilibrio del artista no es inestable, es el dominio del sonido y el arte sobre la materia.
¿Y el Cosmos…? Qué atrevimiento. Presentarse este joven cuarteto con piezas de Anton Webern. La última obra tocada, el Cuarteto de 1905, es cromática, pero es tonal. Es obra de final de aprendizaje, de una modernidad plena, pero que puede uno relacionar con la Sexteto ‘Noche transfigurada’, del maestro Schoenberg, o incluso con sonidos propios de Richard Strauss. Es lo que hay en el ambiente, desde Múnich a Viena, no vamos a buscarle influencias espurias a Webern, porque son las de su tiempo y su área. Ahora bien, con lo que empiezan su parte los miembros del Cosmos es nada menos que con las Piezas op. 5, que es ya un año en que el discípulo se ha unido, junto con su amigo Berg, a la lucha del maestro Schoenberg. La lucha, sí. El año 1913, el de las Piezas op. 9 (marzo), es el año de la famosa batalla campal con obras de los de la Escuela, que se interrumpe en los Altenberg Lieder de Berg por la griterío y las agresiones. Bueno, 1913 también es el año de La consagración de la primavera (abril). El Cuarteto Cosmos comienza, pues, con lo difícil, para terminar no con lo que es fácil, pero que se muestra como antecedente; como si nos dijeran: este es el estudiante (Anton cumplía veinte años en 1905) y aquél era el que se encamina a la madurez. La manera de plantear este Webern de primera madurez, es la de administrar el matiz, las dinámicas inferiores, en un discurso que empieza ya a ser marca de fábrica de Webern: sugerir y susurrar más que afirmar y cantar. No es que el Cosmos administre el silencio, sino el sutil crecimiento, desde “casi” el silencio hasta las culminaciones que se resuelven pronto, porque la miniatura no necesita desarrollo, ya tiene la sugerencia. ¿Tensión? Sin duda, pero lo más importante no es la tensión, sino la propuesta de unas piezas a las que no les basta el cromatismo más o menos total o la amplia emancipación de la disonancia, sino que además necesitan detenerse a tiempo, porque huyen de la elocuencia y pretende proponer, insinuar.
La comprensión del Cosmos es importante, y he ahí el resultado. Pero la comprensión no garantiza el resultado mismo, precisa de un trabajo en equipo en el que la técnica se ponga al servicio del arte. Y esa manera de respirar las cada vez más escuetas piezas y frases de Webern son fruto del arte, y desde luego el arte se apoya en la técnica. Lo que trato de decir, con menos fortuna económica que Webern, es que si el Cuarteto Cosmos ha tenido el atrevimiento de presentarse con estas obras del compositor vienés el resultado es una auténtica obra de arte, una secuencia en quince movimientos (cinco del op. 5, seis del op. 13, cuatro del Cuarteto de 1905) en los que la emoción se impone por la manera de respirar el sonido como si fuera un relato, por la dramaturgia de unos personajes que impactan aunque apenas se los vislumbra. No necesitan más. Y así lo ha hecho y no solo comprendido esta espléndida agrupación que es el Cuarteto Cosmos.
Y, para concluir, una de las piezas mayores del amplio repertorio histórico y vivo del camerismo, el Quinteto de cuerda D 956 de Schubert. Una obra de pleno alcance sinfónico, de lo que solemos denominar amplio aliento. Los aficionados suelen esperar, tras el impresionante Allegro inicial, la prueba de fuego que es el Adagio. Y Claret y el Cosmos no nos decepcionaron. Ese Adagio lo podemos considerar como un paisaje más que como un episodio. Aquí se ve el arte superior del primer violín, en este caso Elena Satué; mas también vemos que Claret no solo es capaz de danzar de manera elegante en Bach, sino también cantar en determinados momentos de este Adagio, y a lo largo de los otros movimientos. Esta gran obra de Schubert era, dentro del recital, la obra mayor en cuando a dimensiones y aliento, y por eso no precisa mayor detalle en esta limitada crónica. Fue un asombroso equilibrio de cuatro movimientos que inquietan, incluido el Scherzo con trío de asombrosa capacidad de desarrollo. Una conjunción de muy alto nivel entre el Cuarteto Cosmos y el maestro Lluís Claret. Una extraordinaria colaboración que ha dado un extraordinario Quinteto de Schubert. Un concierto de un altísimo nivel de cinco músicos españoles extraordinarios.
Santiago Martín Bermúdez