MADRID / Feliz Navidad de la Nacional, siempre mejor con Bach
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 17-XII-2021. Bach, Oratorio de Navidad, BWV 248 (cantatas I a III). Concierto sinfónico 10 de la OCNE. Alicia Amo, soprano. Catriona Morison, alto. Mauro Peter, tenor. Michael Nagy, bajo. Coro Nacional de España. Director: Miguel Ángel García Cañamero. Orquesta Nacional de España. Director: David Afkham. Oratorio de Navidad, BWV 248 (cantatas I a III).
Llegó la celebración navideña de la Nacional, y pocas músicas más apropiadas para ello que las contenidas en el Oratorio de Navidad bachiano. Cierto es que la interpretación original fue concebida para una cantata por día señalado de la ocasión (su primera interpretación tuvo lugar los días 25 a 27 de diciembre de 1734 y 1, 2 y 6 de enero de 1735), pero no lo es menos que el título mismo del manuscrito habla de “oratorio” y hasta los más reticentes reconocen en el conjunto un carácter unitario y una coherencia únicas.
Así parecía pensarse antes, y por eso quien suscribe creció con interpretaciones íntegras de la obra (una cantata por día es sin duda algo poco viable hoy). Pero, ay, en este mundo de la brevedad y los extractos (que siempre he defendido que es algo que debía quedar limitado a las plantas), se ha instalado como norma la interpretación de cuarto y mitad de oratorio (con las cantatas cuarta y quinta como víctimas más habituales de la tijera) con el pretexto de que Bach nunca lo ejecutó entero en una sola sesión. Pretexto fútil, por otra parte, porque si la excusa es ser fieles a lo que Bach hizo, entonces tendríamos que ir a una cantata por día y eso… va a ser que no.
En cualquier caso, mejor cuarto y mitad que nada, desde luego. No entraré, por otra parte, en el debate desacralizador de la música contenida en la partitura, que escapa al ámbito de esta reseña. Es cierto que una veintena de movimientos del oratorio tiene su origen en obras profanas del propio Bach. Pero, como señala con acierto John Eliot Gardiner en su libro La música en el castillo del cielo ojalá el debate fuera tan sencillo. La música de Bach es la apoteosis de lo intemporal, de lo que es alfa y omega en la música, es la que nos cuenta y explota lo que vino antes y lo que anticipa, explica y enseña lo que vino después. Es, en una palabra, música que escapa a cualquier intento de dimensionarla, porque, como señalaba Harnoncourt para referirse a él y a otros genios, su dimensión misma es inabarcable.
El cuarto y mitad ofrecido ayer comprendía las tres primeras cantatas, en infeliz coincidencia con el programa presentado hace una semana por el conjunto La Spagna con el coro de la Universidad Politécnica, cuya selección fue idéntica. Lo planteó Afkham con una cuerda que parecía a priori relativamente nutrida (si mis cuentas no fallan 6/6/3/3/2), más oboes y oboes d’amore, fagot, cémbalo y órgano positivo, timbal y tres trompetas, con un coro de 40 voces.
De ahí vino la primera sorpresa, no exenta de consecuencias. El mismo director que utilizaba trompetas naturales en las sinfonías de Beethoven, se inclinó por la versión moderna de dichos instrumentos en este oratorio, muy anterior. Es cierto que la partitura de Bach para las trompetas (muy especialmente para la primera) es endemoniada (como las de la Misa en Si menor o, qué les voy a contar, la del Segundo concierto de Brandemburgo), pero utilizar (como se hizo) un timbal y baquetas de época con tres trompetas de hoy por quien en música muy posterior recurrió a instrumentos pretéritos no parece muy coherente.
Aceptando no obstante tal decisión, sería en todo caso esperable que desde el podio se demandara cierta contención en cuanto a la libertad ornamentadora del solista de turno. Y ello porque de haberse utilizado el instrumento natural para el que se escribió la partitura, al menos buena parte de los ornamentos añadidos simplemente no hubieran sido viables (repasen las interpretaciones con instrumentos de época, incluso las mejores, y lo comprobarán).
Manuel Blanco es un trompetista extraordinario, no creo que quepan dudas sobre el particular, y ayer, sin cortapisa alguna desde el podio para el ejercicio de esa libertad ornamentadora, se explayó en la misma de una manera que al firmante le pareció excesiva por la razón apuntada. La propia decisión de utilizar dicho instrumento, pese a la relativa contención con que Blanco se produjo en cuanto a volumen, afectó también al balance con otros instrumentos.
Afkham, por lo demás, se acercó a la música con un concepto plausible de cercanía (hecha la salvedad, no menor, de las trompetas) a lo históricamente informado. Los corales estuvieron bien dibujados y fraseados, con respiraciones y énfasis oportunos (sin esa manía frecuente en muchos anglosajones de omitir algunas respiraciones y llevar alguna frase al borde de la asfixia canora), los tempi sabiamente manejados en general (aunque la bellísima aria de contralto de la segunda cantata, Schlafe, mein Liebster, pudo haber tenido algo más de viveza, y, en cambio, el Vivace del coro Ehre sei Gott in der Höhe, en esa misma cantata, hubiera admitido un poquito más de calma y permitido al coro un manejo más preciso de la floritura prescrita) y los acompañamientos a las arias bien planteados.
Sin embargo, el director alemán pareció un tanto contenido en la acentuación, incluso en la sonoridad (trompetas aparte). Pero esta música, tan llena de gozo, de júbilo y de gloria, tiene que sonar en muchos momentos (el maravilloso coro inicial, por ejemplo, o el que abre -y cierra, puesto que se repite- la tercera cantata) más atrevida, de manera indiscutiblemente exaltada, contagiando esa alegría con acentos y matices. Sin embargo, no lo hizo con plenitud. La cuerda pareció permanentemente llevada a la contención sonora, de manera que en números corales como los citados, apenas pudo percibírsela, muy tapada por el volumen coral. Una lástima, porque la escritura, por ejemplo, del número inicial, pide a gritos ser lucida y aprovechada al máximo.
En este contexto de contención de acentos y sonidos, no es de extrañar que en los números más calmados e intimistas encontráramos los momentos más afortunados de la velada, en lo que al podio se refiere. Ello a pesar de que en más de un momento tampoco fue ayudado por la entidad de algunos solistas vocales. Me explico. La mencionada aria Schlafe, mein Liebster encontró a la cuerda en la totalidad del contingente mencionado al principio, pero el balance se resintió porque, pese a ejecutar el acompañamiento con mimo exquisito y con sonoridad de levedad tal vez hasta excesiva, encontró en el camino una cantante, la escocesa Catriona Morison, que no es una contralto, sino en todo caso una mezzo, pero además de volumen no grande y especialmente corto en el registro grave… en el que está escrita la mayor parte del aria. El resultado fue que, entre el matiz exigido (pianissimo), el volumen presentado (corto) y la cuerda, en proporción nutrida, la voz resultó apenas audible.
Personalmente, me pregunté si no hubiera sido oportuno, en tales condiciones, utilizar, en una suerte de esquema concertino-ripieno, un grupo de cuerda algo más reducido para el acompañamiento de las arias (especialmente si las voces, como fue el caso no eran grandes) y el más nutrido para acompañar los coros. A la vista de la solista, es lo que yo hubiera hecho sin dudarlo, y creo que no es faltar al estilo en absoluto.
En cuanto a los solistas, se habló ya de Morison. El tenor Peter tiene una voz de timbre grato y buena presencia. Cantó con buena línea y manejo generalmente plausible de las florituras (muy exigido en su aria de la segunda cantata, Frohe Hirten, eilt, ach eilet), aunque la entonación no fue siempre de absoluta precisión. El bajo Nagy, con una voz de volumen no grande, también grato timbre y escasa presencia, supero el trance de la difícil aria de la primera cantata, Grosser Herr, o starker König, con bastantes apuros en las florituras y llegando muy justo al mi agudo de su tesitura. Fue la española Alicia Amo la mejor del cuarteto, con una bonita prestación en su dueto con el bajo Herr, dein Mitleid, dein Erbarmen, en la tercera cantata.
En la parte instrumental, aparte del mencionado Blanco (que, asunto ornamental aparte, ofreció una ejecución sensacional), brillaron el concertino Miguel Colom (en el acompañamiento al aria de contralto de la última cantata Schliesse, mein Herze, dies selige Wunder), el estupendo continuo de Angel Luis Quintana y Daniel Oyarzabal (labor de permanente exigencia, mucho mayor de lo que parece) y el flautista Sotorres, en el aria mencionada de tenor de la segunda cantata. Los oboes tuvieron un inicio accidentado, con pifias demasiado evidentes en el arioso-coral de la primera cantata Er ist auf Erden kommen arm, aunque luego la cosa mejoró sensiblemente en las cantatas siguientes.
El coro, en fin, superó el complicado trance con una prestación que no se encuentra entre las mejores que le hemos presenciado, con cierta tendencia a la destemplanza, un empaste no del todo redondo y algunos apuros, ya señalados, en la articulación de las florituras.
Esta felicitación navideña de Afkham y los conjuntos nacionales no fue, tal vez, la mejor de las veladas que nos han ofrecido, pero sí tuvo, con las salvedades apuntadas, un resultado plausible y disfrutable, porque con Bach, la felicidad siempre llega más, mejor y antes. Y seguro que el excelente músico que dirige los conjuntos nacionales progresará en el camino emprendido para hacer más y mejor la prodigiosa música del Cantor.
La maravilla bachiana fue acogida calurosamente por el público que llenaba la sala, con presencia (que creo no habitual, al menos yo no le había visto nunca por allí) del ministro del Interior.
Rafael Ortega Basagoiti