MADRID / Fabricar lo inolvidable: Isabelle Faust y el conjunto de cámara
Madrid, Auditorio Nacional. Sala de cámara. 9.X.2019. Liceo de cámara XXI, CNDM. Isabelle Faust, violín; Anne-Katharina Schreiber, violín; Danush Waskiewicz, viola; Kristin von der Goltz, violonchelo; James Munro, contrabajo; Lorenzo Coppola, clarinete; Javier Zafra, fagot; Teunis van der Zwart, trompa. Obras de Schubert y Webern.
Sientes la tentación de usar palabras como mágico, como fascinante, y te das cuentas de que esos términos remiten a lo irracional, y lo que vimos el miércoles no fue magia ni suspensión del juicio. Más bien al contrario, aquello fue aceleración del juicio, si juicio es, según una de sus definiciones por parte de la RAE, “estado de sana razón opuesto a locura o delirio”. La magia es buena para la ficción, y el fenómeno artístico de Isabelle Faust fue lo contrario de la ficción, fue uno de los fenómenos artísticos que recordaremos siempre los que estuvimos allí.
Podríamos decir que la amplitud sinfónica del Octeto, tocado además por instrumentos de la época, era el plato fuerte de la velada. Pero eso sería menospreciar la bella secuencia de la primera parte: el Quartettsatz D 703 de Schubert servía de ápice a un discurso enmarcado por las Bagatelas de Webern (el op. 9 en ambos casos, a uno y otro lado del discurso), sin solución de continuidad, con un dominio de los contrastes que iban desde los silencios, sugerencias y aforismos de las Bagatelas al dramatismo a menudo contenido de la Pieza para cuarteto. Aquí, las gamas piano buscaban el silencio y expresaban la divergencia de ideas y episodios. El resultado es uno de los discursos más sugerentes, más tensos en su discreción sonora de cuanto sea posible expresar. Esa primera parte constituyó un progresivo episodio de suspensión del aliento. Mas no del entendimiento. Proponer la c continuidad de piezas sin hacer pausa es una práctica cada vez más usada a fin de sugerir sentidos. Tanto más en este caso, en que las Seis bagatelas op. 9 cobraban un sentido algo distinto (o muy distinto) después de la Pieza de cuarteto y tras haber sido enunciada, tocada como inicio de la propuesta (sí, propuesta, más que otras cosa). El virtuosismo de Isabelle Faust, espléndida solista, se ponía aquí al servicio de un cuarteto que jugaba, ya digo, con nuestro aliento. Isabelle Faust es una de las virtuosas del violín de nuestro tiempo. Hay que agradecer que dedique su atención a la música de cámara. En esta primera parte contaba con el concurso de Anne-Katharina Schreiber, Danusha Waskiewicz y Kristin vokn der Goltz, instrumentistas de alto nivel que a menudo mostraban con gestos el entusiasmo de hacer música juntas.
Una relativa rareza es escuchar el Octeto D 803 de Schubert. Además, oírlo con cuerdas de tripa (quinteto de cuerda) y con clarinete, fagot y trompa de la época, es una auténtica novedad, por mucho que no sea inédita. El músico que toca la trompa natural se ve sometido a una carrera de obstáculos en que la técnica y el atletismo parecen darse la mano para conseguir un logro artístico; algo así fue la hazaña de Teunis Van der Zwart, trompa. Seis movimientos de amplio alcance, de largo aliento, forman esta suite, esta secuencia, esta especie de sinfonía de cámara (¿exageramos?). Dominar las gamas y los matices de los dos Adagios iniciales es todo un desafío por la amplitud y riqueza de ambos discursos. Pero es que el, Scherzo es también un episodio amplio, rico en verbo y en sentido, no un simple descanso que se permite la forma sonata. Pero ¿y el tesoro del cuarto movimiento, Tema y variaciones? Incluso el Minuetto –que podría considerarse excluido por la presencia del Scherzo, pero que cumple una función paralela, ya que no identificable (esto es, de reposo). Finalmente, un ambicioso Finales que transcurre entre Andante y Allegro. Es para poner a prueba a cualquier grupo, sobre todo teniendo en cuenta que no existen formaciones permanentes para una obra así, mientras que el repertorio del cuarteto de cuerda o el trío con piano llevan la ventaja clara de la especialización. Aquí es donde se advierte el asombroso trabajo de conjunción, de unidad de los diferentes (ya que no opuestos), diferentes por timbre histórico, y que al serlo son diferentes para el propio oído del público. Un público que es raro que esté habituado a este Octeto, pero que no lo desconoce, y que desde luego no lo suele oír así. Así por propuesta deliberada, mas también así por virtuosismo, capacidad de sugerencia, de relato (amplio relato a veces, amplia dramaturgia, voces que parecen surgidas del teatro lírico). Esa puesta en escena de Isabelle Faust y su grupo llevó a esa culminación que es la media hora larga del Octeto de Schubert. Ocho músicos que nos devolvieron la emoción del sonido hecho forma, hecho cuento, hecho situación teatral. No hay que olvidar los nombres que faltan: James Munro, contrabajo; Lorenzo Coppola, clarinete; Javier Zafra, fagot. No parece creíble que un grupo conjuntado así, que ha dominado además una pieza como el Octeto en términos históricos, sea producto de un encuentro concreto de profesionales (no digo azaroso). Da la impresión de tratarse de una agrupación con mayores permanencias, como si siempre hubieran tocado juntos y fueran a seguir haciéndolo. La temporada del Liceo de cámara del CNDM no ha podido empezar mejor.
Santiago Martín Bermúdez