MADRID / Exitoso debut de Josu de Solaun en el Ciclo de Grandes Intérpretes
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 3-XI-2023. XIX Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Josu de Solaun, piano. Obras de Brahms, Schumann, Chopin y Prokofiev.
No nos podemos quejar en Madrid de la cantidad y calidad de pianistas de primera fila que podemos escuchar. En semanas recientes, hemos disfrutado de Beatrice Rana, Yulianna Avdeeva, Jan Lisiecki y, tras el recital que ahora se comenta, aguardan, la semana que viene, el siempre singular Víkingur Olafsson y uno de nuestros más ilustres pianistas actuales: Javier Perianes, a quien veremos con la Orquesta Nacional, para culminar, a finales de este mes, con otro pianista que ha deslumbrado en ocasiones anteriores: Daniil Trifonov. Para otro de nuestros más prominentes pianistas cabe aplicar, con ocasión del concierto objeto de esta reseña, el mismo refrán que el otro día citaba en la del Orlando Paladino de Haydn (compositor por el que el protagonista de este recital siente también profunda admiración, bien reflejada en un magnífico disco dedicado a algunas de sus sonatas pianísticas) en el Real: nunca es tarde si la dicha es buena.
Aunque para muchos ha tardado más de lo debido, lo importante es que quien es uno de nuestros más prominentes pianistas ha llegado al ciclo de Grandes Intérpretes. Josu de Solaun (Valencia, 1981) lo ha hecho con un programa extenso (antes de las propinas nos acercábamos a las 21:45), variado y exigente: las Cuatro Baladas de Brahms, la compleja Sonata op. 11 de Schumann, una selección chopiniana (Vals op 34 nº 2, Preludio op 28 nº 4, Mazurka op. 17 nº 4, Estudio op. 10 nº 6 y Preludio op 45) y la Octava sonata, última de las llamadas “de guerra”, de Prokofiev, que hace unos días escuchábamos, en magnífica interpretación, a la moscovita Yulianna Avdeeva.
Titulaba Arturo Reverter sus informativas y bien documentadas notas “A la sombra del menor”, y es pertinente el título, porque en el recital predominaron las tonalidades menores, ya desde la inicial balada brahmsiana en re menor, portadora de una melancolía ominosa. Aunque no de forma constante (la Sonata de Schumann transita por derroteros diferentes), esa relativa melancolía, esa tendencia introspectiva, estaba presente de manera repetida en el recital, también en buena parte de la selección chopiniana mencionada, y hasta, dentro del drama de los tiempos de guerra, en la generalmente más contenida (con la excepción del último movimiento) de las Sonatas de guerra de Prokofiev.
Josu de Solaun es pianista de medios sobrados, que le permiten salvar las más erizadas dificultades con aparentemente pasmosa facilidad. El mecanismo es siempre ágil y de precisión milimétrica, y la anchura de la dinámica, grandísima. El sonido, redondo y lleno, llega así con gran proyección y presencia. Tiende en el pedal a cierta generosidad, pero a menudo extrae de él efectos de gran impacto. Se mueve el valenciano especialmente a gusto en los extremos, ya se dijo que muy pronunciados, de su anchísima dinámica. Y como, además, es artista de singular y acusada personalidad (apunta con acierto Reverter al describirle como artista culto, inquieto, que aborda las partituras desde muy originales planteamientos), el menú estaba servido para el interés… no exento de controversia, porque, en efecto, los planteamientos pueden, y ayer también fue el caso, encontrar el entusiasmo encendido y el firme desacuerdo según la también inevitablemente personal perspectiva de quien lo escucha.
El mismo comienzo, de inalcanzable intimidad y dramatismo, con pianissimi de escalofrío, en la primera de las Baladas brahmsianas, alejado de aparato alguno, fue la primera demostración de muchas sutilezas que llegarían después. El allegro subsiguiente, en la misma obra, apuntó otro ingrediente que también estaría presente: la mencionada generosidad del pedal de resonancia y el tremendo poderío de los forte, en más de una ocasión (no sólo cuando estaba así prescrito) devenido fortissimo. El resultado, en algunos momentos de ese allegro, fue el de una tremenda resonancia, casi organística, de indudable impacto, aunque tal vez no del gusto general.
Ejecutada en attacca (como las cuatro: aunque nada haya en la partitura que así lo indique, se agradece la continuidad y no dejar oportunidad a las toses) llegó la segunda, sobre coordenadas parecidas: ciertamente expresiva y dulce en su comienzo, como prescribe Brahms, apoyada en un matiz piano adelgazadísimo, más bien pp, para abocar a un allegro non troppo en el que los mf y f se inclinaban más bien hacia el ff, y en el que el pedal fue igualmente generoso, resultando en un pasaje tal vez un punto demasiado arrebatado y no siempre nítido, algo también aplicable al pasaje molto staccato e leggiero, matizado con perceptible libertad. Se podría comentar en el mismo sentido sobre las dos restantes. Especialmente atractiva la sección central de la tercera, con delicadísimos pp, quedó dibujada con notable sensibilidad la cuarta.
La Sonata op. 11 de Schumann es (de nuevo palabras de Reverter) una obra imperfecta pero invadida de un imparable fuego juvenil. La combinación, sin embargo, no es tal vez la más oportuna o adecuada para un pianista que, como Solaun, se mueve tan bien en los extremos, y quizá por ello propende con cierta frecuencia a los mismos. Sonó rotunda, tal vez demasiado, la Introduzione – un poco adagio, y con impulso incontenible, hasta quizá un punto precipitado, el allegro vivace a continuación. El énfasis pareció caer más hacia ese impulso, hacia indicaciones como passionato o animato, que hacia las contrarias (più lento, diminuendo y otras parecidas), quedando el contraste un tanto arrollado por el mencionado impulso. Tras el bien dibujado, expresivo Aria, con sonido y matices exquisitos, retornó el arrebato en un Scherzo arrollador, algo confuso, matizado con extrema libertad en su tramo final. Pareció algo tenso el Intermezzo, marcado Lento alla burla, ma pomposo por Schumann. Rotundo, vivo y enérgico el movimiento final, donde a menudo los matices pp quedaron engullidos por el frenético impulso dominante. La partitura está “dedicada a Clara por Florestán y Eusebius” pero ayer pareció evidentemente dominada por el primero de ellos.
Con la selección chopiniana ofrecida al principio de la segunda parte retornó el dominio de la íntima y refinada elegancia, el canto de impecable dibujo y las exquisiteces en los matices piano. Con el rubato justo, delineó Solaun el segundo de los valses op. 34, y con nostálgica pero equilibrada expresión llegó el cuarto de los Preludios op. 28. Muy bella, adecuadamente enigmática, la Mazurka op. 17 nº 4, en la que las florituras se presentaron con el apropiado toque leggiero, y en la que destacó una hermosa sección central y un final de exquisita evanescencia. Igualmente excelentes el también expresivo, muy bien cantado Estudio op 10 nº 6 y el Preludio op. 45, de apropiado aliento lírico.
Sin solución de continuidad respecto a esta última obra de Chopin (no sonó inadecuada la conexión) inició Solaun la Octava Sonata de Prokofiev. Es esta una página relativamente atípica entre las tres compuestas en la época de guerra (1939-44). El drama está, pero de manera más contenida que en el arrebatado desgarro presente en las dos previas. El motivo inicial de la obra, que más tarde se reitera, también en el Vivace final, sugiere un clima de inquietante y enigmático misterio. Lo presentó con tino el pianista valenciano, que abocó luego a un allegro moderato agitado, siniestro, con tendencia al pedal largo, que alcanzó momentos de estremecedor desgarro y apabullante poderío en las octavas graves. Sonó, al menos al firmante, más convincente el Andante sognando, ligero en el tempo, bien cantado, y con muy buena diferenciación de voces, culminado en un final lleno de misterio. El Vivace final retomó la ya comentada tendencia al extremo en el matiz. Arrollador, sin duda, poderosísimo, con más de un f sonando como fff, hubiera podido ser más nítido (la rapidez y el pedal generoso no ayudan a ello). Muy adecuadamente patente el retorno del motivo inicial de la obra, y con buen clima enigmático la sección andantino que precede al apabullante final, donde dominaron los fortissimi.
El éxito fue rotundo y grande, y el valenciano regaló dos propinas que posiblemente fueron de lo mejor de la tarde: los preludios Ondine y Feux d’artifice de Debussy. En ambos evidenció lo mejor de sus extraordinarias capacidades: sonoridad, variedad de matiz (en estas dos, sí, exprimida en todo su potencial), y apabullante poderío técnico y mecánico. Velada llena de interés la de este esperado debut de Solaun en el ciclo de Grandes Intérpretes. Un gran pianista, que, como todos los que son artistas de singular personalidad, no deja indiferente a nadie.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Valentina Moreno)