MADRID / Exitoso debut de ADDA Simfònica en Ibermúsica
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 11-XII-2023. Concierto extraordinario de Navidad de Ibermúsica. ADDA Simfònica Alicante. (Director titular: Josep Vicent). Orfeón Donostiarra (Director titular: José Antonio Sainz Alfaro). Solistas: Erika Grimaldi, soprano. Teresa Iervolino, mezzo. Airam Hernández, tenor. José Antonio López, barítono. Obras de Montsalvatge y Beethoven.
El concierto extraordinario de Navidad de Ibermúsica suponía este año un múltiple debut en la temporada de la empresa que comanda Llorenç Caballero: debutaba la orquesta, la alicantina formación del Auditorio de la Diputación de Alicante, conocida como ADDA Simfònica, y debutaban los cuatro solistas vocales. El director (y fundador) de la formación levantina, Josep Vicent, había actuado con anterioridad en el ciclo, la última vez este mismo año, al frente de la Orquesta Nacional de Bélgica. Por su parte, el Orfeón Donostiarra ha actuado muchísimas veces en el ciclo, desde 1981 (con Barenboim y la Orquesta de París) a 2015 (con Mehta y la orquesta del Maggio Musicale Fiorentino).
El centro de gravedad del programa, que se ofreció el día previo en Alicante y viajará posteriormente a Barcelona y Zaragoza, era la -casi inevitable en estas fechas- Novena sinfonía de Beethoven, pero Vicent puso antes en los atriles una obra de uno de nuestros más celebrados compositores, Xavier Montsalvatge, el Canto espiritual de Joan Maragall, un poema sinfónico-coral escrito en 1957, emotivo, por momentos dramático, y al final, también de serena calma. Como señaló el propio compositor, música de gran patetismo, en la que los efectos orquestales glosan, y a veces preceden, a los textos. Después de la pausa llegó esa creación colosal que es la Novena Sinfonía del gran sordo, que se ha convertido, con toda justicia, en todo un himno universal de humanidad.
La orquesta alicantina es una formación joven, con apenas cinco años de vida, impulsada con denuedo por su fundador y por la propia Diputación alicantina. La que se comenta era la primera vez que quien esto firma podía escucharla en vivo. La impresión que se describe a continuación debe, lógicamente, tener el sello de provisionalidad que se deriva de la corta trayectoria, la de una agrupación que se encuentra en fase de progresión y crecimiento.
ADDA Simfònica pareció una formación estimable, esforzada, con indudable entrega, energía y más que apreciable cohesión. La sonoridad tiene presencia y brillantez, y responde con prontitud a las demandas de su expresivo fundador, cuyo gesto tiene, en general, indudable elocuencia. Posee unos metales contundentes, de brillante y redonda sonoridad, que podrían ganar en sutileza en algunos matices. Notable sección de madera, y cuerda de bonito, aunque no poderoso sonido. Se matizaron bien los distintos ambientes creados por Montsalvatge, desde los más brillantes y contundentes hasta los pasajes en que asomaba un clima de inquietante misterio o el muy bien dibujado y sereno final, tras el que el silencio posterior fue (¡albricias!) respetado por el público. Cantó admirablemente el Orfeón Donostiarra, estupendamente empastado y con un sonido de gran belleza, sin estridencias. Interpretación ovacionada, como también el compositor, cuando Vicent, en un gesto de justicia, levantó la partitura del atril.
La Novena de Beethoven es, no descubrimos nada nuevo con ello, obra tan hermosa como compleja, muy especialmente en un primer movimiento de intrincada textura y con una estructura dramática de no fácil desentrañamiento, y un tercero en el que atinar con el punto de equilibrio entre expresión adecuada del cantable lírico sin dejar caer el tempo, pero también sin aligerarlo en exceso, es más complejo de lo que parece. La orquesta tiene un reto de primera, pero también, en el movimiento postrero, el coro, siempre muy exigido por Beethoven en la tesitura, y el cuarteto solista.
El Allegro ma non troppo, un poco maestoso, iniciado con un tempo adecuadamente sereno, tuvo un planteamiento de general corrección, pero quien esto firma echó de menos una mayor presencia de la cuerda (los segundos violines en muchos momentos resultaron poco perceptibles, incluido su trémolo inicial), una mayor contención de los metales y, sobre todo, una mayor flexibilidad en la agógica, una construcción con más tensión en el desarrollo de ese tiempo, que permitiera un clímax cuya intensidad llegara a conseguir ir más allá de la brillantez sonora o la indudable energía desplegada. La tuvo, qué duda cabe, el Molto vivace a continuación, con la cuerda bien ajustada (aunque de nuevo se echó en falta algo de cuerpo) y bellos matices de las trompas en algunos pasajes.
Sin batuta dibujó Vicent (que también prescindió de podio: el espigado maestro se situó sobre una suerte de alfombrilla negra semicircular con el logo de la orquesta) el Adagio molto e cantabile, probablemente el movimiento más logrado desde el podio en cuanto a expresión, aunque algunos matices de la madera (por ejemplo, el de su segunda entrada, que sonó más cercano al mf e incluso al f que al prescrito p) pudieron haber tenido más sutileza. Lució bonita expresividad la cuerda (así el canto de violas y segundos violines) y Vicent extrajo bellos matices de la misma.
En el inicio del cuarto movimiento dominó de forma importante el metal, dejando la madera en un segundo plano, y con una exposición que en algún momento pareció algo confusa. Ajustado el recitativo, que tal vez hubiera admitido un dibujo algo más flexible, llegó con buena sensibilidad la exposición inicial del tema del himno a la alegría por parte de la cuerda. Creció acertadamente en intensidad este movimiento, con buenas contribuciones de un cuarteto vocal (situado arriba, junto a los metales) en el que destacaron López, Grimaldi (que negoció con solvencia sus subidas a las inclementes alturas del si agudo exigido por Beethoven) y Iervolino. Correcto, sin demasiada proyección, pero de emisión segura, el tenor Hernández.
El Orfeón Donostiarra se mostró segurísimo, compacto, con sonoridad redonda y potente pero nunca chillada ni estridente. No tuvo el prestissimo final el arrebato que se escucha en ocasiones, quizá porque Vicent perseguía una cuadratura más ajustada (que consiguió, sin duda), sin aceleración excesiva. Con todo, la interpretación tuvo la cohesión e intensidad suficiente como para ser recibida con gran entusiasmo por el público. Bien puede decirse, a la luz de lo presenciado, que el debut del conjunto alicantino y su fundador en este ciclo fue un grandísimo éxito. La Novena de Beethoven es en sí misma estimulante, y lo fue también en esta ocasión. Una muy adecuada felicitación navideña.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Rafa Martín / Ibermúsica)