MADRID / Éxito de Martín García García en su debut en el ciclo Grandes Intérpretes
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 12-III-2024. XXIX Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Martín García García, piano. Obras de Chopin y Brahms.
Segunda participación de un español en esta edición del ciclo de Grandes Intérpretes, que suponía también el debut en el mismo del asturiano Martín García García (Gijón, 1996), tras su triunfo en Cleveland en 2021 y su tercer premio en el Chopin de 2021. Alumno, como Volodos, Pérez Floristán o Luis Fernando Pérez, de Galina Eguizarova en la Escuela Reina Sofía, García está desarrollando, como otros jóvenes de brillante talento, una importante carrera. Planteó un programa de ambiciosas dimensiones, centrado en dos figuras clave del romanticismo pianístico: Chopin y Brahms. Al polaco se dedicó la primera parte, abierta con la dramática, hasta tenebrosa en momentos, Polonesa Op. 44, a la que siguieron la Barcarola op. 60, una selección de cuatro de los Preludios op. 28 (los nº 13, 3, 2 y 14 en este orden) y la Sonata nº 2 op. 35. La segunda parte estaba ocupada por ese miura que es la Sonata nº 3 op. 5 de Brahms.
García tiene todos los recursos técnicos de un gran pianista: el sonido, que puede matizar desde el leve susurro hasta el apabullante poderío del más contundente fortísimo. Tiene el mecanismo, ágil y preciso, como hubo ocasión de comprobar sobradamente a lo largo de la velada. Y tiene la sensibilidad y la pasión por lo que hace, algo bien perceptible en una entrega absoluta a su labor.
La Polonesa op. 44 fue buena muestra del poderío mencionado, de la agilidad de sus dedos y de la intensidad que pone en su interpretación. Quizá por ser la primera obra del programa (y menuda obra), el discurso, apabullante, pareció más rotundo que fluido, con rubato generoso. La tensión, tan presente en muchos pasajes, pudo haber quedado mejor graduada en pasajes como la transición de retorno al tempo I después de la sección central, Doppio movimiento-tempo di mazurka. Esa mayor graduación hubiera conseguido, probablemente, un discurso un punto menos crispado sin renunciar a la tensión.
Con un excelente toque leggiero, estupendos dobles trinos y bien dibujado pasaje poco più mosso, la Barcarola tuvo su mejor momento en el episodio indicado dolce sfogato, pero de nuevo pudo haber tenido un cantable más fluido. Bien planteados los cuatro Preludios ofrecidos, aunque el fulgurante dibujo de la mano izquierda del nº 3 pudo tener más nitidez. Tormentoso, con el discurso adecuadamente tenebroso, aunque por momentos un punto entrecortado, llegó el nº 14, muy acertadamente situado en último lugar de la serie ofrecida, como conexión bien traída con la Segunda Sonata del polaco, que García atacó inmediatamente después.
Llegó el primer tiempo de esa Sonata, muy vivo, de manera apasionada, con un desarrollo muy poderoso. Lo fue también el Scherzo, dibujado con energía y determinación, y con el più lento expuesto con buen cantable y plausible aliento lírico. La famosa Marcha fúnebre, serenamente doliente, trágica sin recargar, ofreció uno de los mejores momentos de esta primera parte, especialmente en su estupendamente matizada sección central, con un cantable elegante y lleno de sensibilidad. García graduó perfectamente el crescendo que preside el retorno de la marcha tras dicha sección central. Muy vivo el Presto final, las tinieblas que contiene asomaron, pero ese susurro inquietante que debe tener bien modulados reguladores para conseguir esa atmósfera casi temerosa apareció solo parcialmente.
El juvenil impulso del veinteañero Brahms parece ir al dedillo al asturiano, y su lectura de la Tercera Sonata del hamburgués marcó, en la modesta opinión de quien esto firma, los mejores momentos de la velada, junto a la ya citada marcha fúnebre de la sonata chopiniana. Poderosa, rotunda la interpretación del primer movimiento, con un desarrollo enérgico y un final contundente. Entendió bien García que es el colosal Andante el centro de gravedad de la obra. Lo planteó con serenidad, muy expresivo (estupendo el pasaje indicado ben cantando), con la tensión bien graduada en la transición al episodio andante molto espressivo y, sobre todo, muy bien construido crescendo sobre el gran arco que se inicia con un sempre pp possibile y culmina en el molto pesante ff. Ese arco es el verdadero clímax de la obra y quedó admirablemente trazado. Sobresaliente también el final de este movimiento.
Vivo, muy brillante y ágil, con envidiable energía, el Scherzo, con un trío sereno, bien expuesto. Tuvo su punto de interrogación, de espera expectante, el Intermezzo, también impecablemente presentado. Y lo mismo puede decirse del Finale, interpretado con determinación, con cuidada expresión, pero indudable vibración, que alcanzó su punto máximo en un Presto fulgurante, cerrado con un final de serena pero poderosa grandeza. El éxito fue grandísimo, y García ofreció cuatro regalos, en clima de creciente temperatura anímica: la transcripción lisztiana de Widmung, el lied de Schumann perteneciente a su ciclo Myrthen, el Vals brillante op 18 nº 1 de Chopin, Navarra de Albéniz y el vals op 64 nº 1 de Chopin.
El tiempo y el trabajo ayudarán a modelar en algunas ocasiones un discurso musical que a buen seguro se tornará más fluido, más modulada intensidad (sin renunciar a la contagiosa pasión que siente y transmite) y que también quede liberado de condimentos, como la acusada tendencia al canturreo, bien audible en muchos momentos, que vienen como consecuencia de su generosa entrega e implicación pero que a algunos les pueden resultar molestos. Sea como fuere, este exitoso debut en el ciclo es testimonio del gran talento de este joven pianista, cuyo progreso seguiremos con atención y con alegría, porque escuchar a compatriotas con este nivel y apreciar su crecimiento siempre es motivo de alegría.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Pablo Rubén Maldonado)