MADRID / Adam Fischer y la Sinfónica de Düsseldorf: mejores intenciones que resultados
Madrid. Auditorio Nacional. 14-III-2024. Ciclo La Filarmónica. Orquesta Sinfónica de Düsseldorf. Director: Adam Fischer. Obras de Haydn y Mahler.
Volvía Adam Fischer (Budapest, 1949) al ciclo de La Filarmónica, al frente de la Sinfónica de Düsseldorf, de la que es titular desde 2015. De sólida formación, el mayor de los Fischer es un reputado intérprete de Haydn y Mahler, los dos compositores que protagonizaban este concierto. Del primero, dejó registrada la que fácilmente puede considerarse mejor integral de las sinfonías (en lectura no historicista), al frente de la Orquesta Austro Húngara Haydn, formada para dicha grabación con músicos de la Filarmónica de Viena y de la Orquesta estatal de Hungría (se editó en su día por Nimbus y ahora está disponible en el sello Brilliant Classics). Ahora se está embarcando en un nuevo ciclo (para el sello Naxos), esta vez al frente de la Orquesta de Cámara Danesa, la otra formación de la que es titular. En cuanto a Mahler, se le ha escuchado ya por estos pagos, y también ha registrado ya la mayor parte del ciclo con la misma orquesta con la que nos visitaba (sello Avi Music).
Con estos antecedentes, el concierto se presentaba muy interesante: Sinfonía nº 45 en fa sostenido menor “Los Adioses” Hob I:45 de Haydn, y Sinfonía nº 5 en do sostenido menor de Mahler. La de Haydn es muy celebrada por el mensaje implícito de Haydn a su patrón sobre el descontento de sus músicos, retenidos demasiado tiempo en la residencia de verano de Esterháza, lejos de sus familias, cuando en el adagio final van dejando sus atriles y apagando sus luces hasta que solo quedan dos, que cierran la obra. Fischer, con un orgánico de cuerda de 6/6/4/2/2 (eso me pareció contar desde mi localidad, aunque no tenía la mejor visión del asunto), dejó en penumbra el auditorio menos una iluminación en el escenario focalizada apenas en él y los músicos. En el último tiempo, éstos cumplieron el ritual descrito, hasta que al final lo hizo el propio Fischer y los dos violinistas que cerraron la obra. Entretanto, las toses habían estorbado lo suyo. Antes de iniciar el segundo tiempo, Fischer se volvió mirando al público con cierta sorna, como si solo le faltara decir ¿podemos empezar ya? El asunto se repitió más tarde en la sinfonía de Mahler.
La interpretación respondió plenamente a lo que conocíamos y cabía esperar de ese estupendo director y excelente músico que es Fischer. Entregado, de gesto a menudo más expresivo que claro, más centrado en la expresión que en el compás, el maestro húngaro presentó un Haydn vibrante, contrastado, con tempi de notoria vivacidad, acentos punzantes pero sin exceso, sonriente humor, con canto elegante en el segundo tiempo y decisiones plausibles, bien defendidas, como el juego, en el minueto, de alternar algunas frases de tutti con otras expuestas solo por los solistas de cuerda. No es el suyo un Haydn historicista, ni siquiera tan metido en la “tercera vía” como el de Järvi, por ejemplo. Pero es decididamente alegre, vitalista y nos llega lleno de luz y energía.
Otra cuestión es la respuesta orquestal. Haydn (como Mozart) es traicionero en cuanto al encaje (recuerdo cuando Järvi comentaba que conseguir un buen resultado ensayando una sinfonía de Haydn es más difícil que hacerlo con una de Brahms) muestra sin piedad las costuras, y lo hizo también en esta ocasión. La esforzada sección de cuerda de la agrupación alemana puso sin toda la entrega en el empeño, pero el empaste no fue el mejor en muchos momentos, y tampoco las trompas ofrecieron la sonoridad más precisa, fina y depurada.
La segunda parte se desarrolló en parecidos parámetros. La Quinta de Mahler obtuvo una lectura cuyo resumen bien podría ser el que encabeza este comentario: mejores intenciones que resultados. Fischer planteó un Mahler de gran claridad de planos, bien manejado y graduado el juego de tensiones, con momentos realmente mágicos (el exquisito ppp del timbal justo antes de la indicación immer dasselbe tempo en el primer movimiento, o la exposición del pasaje Langsam aber immer del segundo, desgraciadamente malograda por el móvil de rigor, pese al ruego previo, micrófono en mano, en español y en inglés, antes del concierto), y acertada construcción de los clímax. Envidiable trepidación la del segundo tiempo, Stürmisch bewegt, y dibujado con el tempo justo para el adecuado gracejo, el scherzo. Llegó el adagietto con una expresividad y canto envidiable, sin decaer en exceso, sin edulcoración innecesaria, pero lleno de emotiva efusión y excelentes traducciones de los abundantes pp subito. Exquisito especialmente el tramo final, planteado apropiadamente, como debe, con creciente lentitud y delectación. Muy bien estructurado el Rondó final, decididamente jubiloso, como debe, pero en el grado justo para ofrecer la buscada y lógica brillantez sin llegar a la crispación decibélica. Espléndido el tramo final, de bien conseguida exaltación.
Como en Haydn, la respuesta orquestal fue otro cantar. La cuerda de la orquesta alemana pareció no tener la presencia suficiente para que el espectro dinámico (del ppp al fff) llegara con la amplitud necesaria, quedando así visiblemente estrechado en su impacto. Momentos como los dibujos de negras con acento en los compases finales del adagietto fueron dibujados desde el podio con decidida demanda de fuerza en esos acentos, pero no pareció que la intensidad solicitada tuviera traducción debida en la ejecución. Tampoco el empaste fue el ideal en muchos momentos (el borroso comienzo de la cuerda grave en el segundo tiempo, por ejemplo). Mejor la madera, con buenos solistas de flauta, oboe, clarinete y fagot, que los metales. Las trompas mostraron una sonoridad a menudo un tanto áspera, y rozaron más de lo debido (muy perceptiblemente en el scherzo) y los trombones tampoco evidenciaron la mejor redondez. Mejor las trompetas, especialmente en los dos movimientos extremos.
Fischer puso toda la intensidad en el podio, con una intención musical irreprochable y de gran interés y sacó el máximo partido de una Sinfónica de Düsseldorf que demostró estar en un segundo nivel de las formaciones alemanas, a una distancia considerable de las mejores (Berlín, Dresde, Munich, Leipzig). No es ello óbice para reseñar que el éxito fue muy grande.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Rafa Martín)