MADRID / Excepcional Sáinz-Villegas, con Josep Vicent, para Ibermúsica

MADRID. Auditorio Nacional. Ibermúsica 22/23. 12-IV-2023. Orquesta Nacional de Bélgica. Director: Josep Vicent. Solista: Pablo Sáinz-Villegas, guitarra. Obras de Franck, Rodrigo y Ravel.
Triple debut en este ciclo de Ibermúsica: el de la orquesta nacional de Bélgica, el de Pablo Sáinz-Villegas… y el de una obra, El cazador maldito, de César Franck, que no había aparecido hasta ahora en los programas de este ciclo. Este poema sinfónico es, junto a la Sinfonía en re menor, la obra sinfónica más conocida del compositor belga nacionalizado francés. Música del mejor colorido descriptivo, que en sus cuatro secciones nos lleva desde el tranquilo lirismo del “pacífico paisaje dominical” de la primera al dramático final de la última, “la caza de los demonios”. El resto del programa era bien conocido: el archifamoso Concierto de Aranjuez y dos sabrosos bocados orquestales ravelianos: La valse y el también archiconocido Bolero.
La Orquesta Nacional de Bélgica, fundada en su primera concepción en 1931 y con su actual denominación cinco años después, ha conocido, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello, batutas muy ilustres en su podio titular, como André Cluytens y Michael Gielen. También ha contado con directores notables en tiempos más recientes, como Mikko Franck o Walter Weller. Visitaba España junto a uno de nuestros directores más celebrados, Josep Vicent (Altea, 1970), que frecuenta el podio de la orquesta belga y es director de ADDA Simfònica en Alicante. El solista para la ocasión era el riojano Pablo Sáinz-Villegas (Logroño, 1977), que ha interpretado el Concierto de Aranjuez con muchísima frecuencia, siendo posiblemente una de las más sonadas la que ofreció con la Filarmónica de Berlín en el concierto de San Silvestre de 2020, junto a Kirill Petrenko (concierto disponible en la plataforma digital de la orquesta berlinesa, que justamente visita el ciclo de Ibermúsica el mes próximo).
Digamos inmediatamente que Sáinz-Villegas fue, sin lugar a duda, la gran figura del concierto de ayer. Lo suyo fue mucho más que tocar maravillosamente la guitarra, con una claridad de articulación exquisita en la que no se perdía detalle. Lo suyo fue una lección magistral de decir la música con ese grado justo de fantasía y sensibilidad que demandan sus solos del segundo movimiento, consiguiendo un perfecto equilibrio entre la riqueza de expresión y la fluidez y naturalidad del discurso, sin que en ningún momento hubiera el menor atisbo de almibararlo. Culminó ese soberbio segundo tiempo con una cadencia dibujada de manera magistral.
Pero, más allá de todo ello, causa asombro la capacidad del logroñés para presentar una paleta de colores, timbres, resonancias y matices que escapa a lo que puede pensarse a priori que la guitarra es capaz de conseguir. Lo de Sáinz-Villegas en la tarde de ayer fue una lección de cátedra de cuánto, cómo y en cuánta variedad se puede extraer sonido de la guitarra. Desde los primeros acordes del concierto hasta su sonriente conclusión, la interpretación fue un compendio excepcional de recursos artísticos, técnicos y tímbricos. No puede extrañar que el éxito fuera igual de excepcional, y en realidad, tampoco puede sorprender que el Concierto de Aranjuez fuera solo la primera demostración de las formidables capacidades del guitarrista riojano.
Tras un breve y sentido parlamento de agradecimiento, Sáinz-Villegas ofreció una igualmente brillante interpretación de la Jota de Francisco Tárrega, expuesta con gracejo, magnífico manejo de la agógica y una nueva y pasmosa demostración de la cantidad mágica de efectos que este hombre puede extraer de la guitarra. Por si lo de Rodrigo había parecido poco, esta segunda taza de Tárrega dejó al público pasmado. El entusiasmo se desbordó, algo nada sorprendente, y Sáinz-Villegas ofreció una nueva propina, también de Tárrega, la misma que en el apuntado concierto berlinés: unos Recuerdos de la Alhambra que se presentaron con una elegancia, delicadeza expresiva y exquisitez de expresión realmente impagables.
Debo confesar que no puedo describir con paralelo entusiasmo el resultado del resto del programa. Vicent es maestro musical y entregado, de los que pone toda la carne en el asador, desde una gestualidad fogosa y espontánea, diáfana en la evidente intención expresiva, hasta un criterio sólido y atrayente. Lo hizo ayer de nuevo, pero la orquesta nacional belga evidenció que su nivel es muy discreto. Quedó ello patente desde el indeciso, tembloroso inicio de las trompas en El cazador maldito, para luego encontrar prolongación en unas maderas poco refinadas en el matiz y no muy sutiles en la sonoridad (muy discreto el corno inglés en el inicio del segundo tiempo de Rodrigo) y en una cuerda de muy limitado empaque, que presentó un empaste limitado. Quedó así muy tapada en la obra de Franck y también en las dos de Ravel que cerraban el programa.
Vicent puso todo el empeño en dibujar una atmósfera sugerente para La Valse, pero esa debilidad de la cuerda y unos metales un tanto agrestes no ayudaron en la tarea. Algo parecido puede apuntarse respecto al Bolero, cuyo arco dinámico se dibujó con plausible corrección, desde el pianissimo inicial del percusionista, situado hábilmente con su caja en el centro de la orquesta, justo delante de la madera y detrás de los violines y violas. La lectura, sin embargo, quedó lejos de alcanzar el clímax de orgía sonora que demanda su tercio final, en el que llamó la atención una, para quien esto firma, inexplicable pero perceptible aceleración del pulso.
No obstante, la conclusión de la archiconocida obra raveliana despierta casi siempre entusiasmos, y ayer no fue la excepción. Vicent agradeció la entrega a la orquesta y regaló una primera propina preciosa: la sexta de las Diez melodías vascas de Guridi (Amorosa), expuesta con entrega por la voluntariosa pero discreta orquesta belga. Generoso, el maestro alteano cerró el concierto con la repetición del tramo final del Bolero. En la memoria, sin embargo, quedará la excepcional lección impartida por Sáinz-Villegas.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Rafa Martín/Ibermúsica)