MADRID / Excelente recorrido por el violonchelo en la España del siglo XVIII a cargo de La Ritirata
Madrid. Fundación Juan March. 26-X-2024. Josetxu Obregón, violonchelo; Ismael Campanero, violone y contrabajo; Daniel Oyarzábal, clave. El violonchelo barroco en España: obras de Caldara, Facco, Paganelli, Boccherini et al.
Una auténtica lección de música de cámara. Esto fue lo que ofrecieron Josetxu Obregón, Ismael Campanero y Daniel Oyarzábal en el último de los conciertos del ciclo Boccherini y la emancipación del violonchelo que la Fundación Juan March ha programado a lo largo del mes de octubre. El dominio técnico, el entendimiento y la complicidad han marcado un concierto que recreaba en parte el programa del disco The cello in Spain (Glossa, 2015).
El violonchelo entró en España en fecha temprana de la mano de músicos italianos. Entre los instrumentistas que formaban parte en Barcelona de la corte del archiduque Carlos de Austria, pretendiente a la Corona española durante la Guerra de Sucesión -estamos hablando de los primeros años del siglo XVIII, por tanto- estaba Antonio Caldara. Caldara, antes de convertirse en compositor del futuro emperador -del que años después sería vicekapellmeister en la corte de Viena-, empezó su carrera musical como violonchelista de la basílica de San Marcos de Venecia. A este instrumento dedicaría algunas obras, como las sonatas que publicó en 1735, un año antes de su muerte. Pero, como bien ha dejado claro el propio Josetxu Obregón en un disco dedicado a este compositor, sus mejores páginas se encuentran en los oratorios, donde escribió arias con una parte de cello obbligato realmente bellísimas. Del compositor veneciano se interpretó la Sinfonía para violonchelo solo en Re mayor, una obra amable en la que el violonchelo todavía no explora los registros extremos, como el propio Obregón explicó.
Giacomo Facco es otro de los compositores italianos que tuvieron relación con España en la primera mitad del siglo XVIII. Más conocido por sus obras dramáticas, su música instrumental es muy interesante e hizo alguna aportación al joven instrumento como su colección Sinfonie e balletti a due violoncelli, de la que procede el balletto II y del cual Josetxu Obregón e Ismael Campanero al violone ofrecieron una magnífica interpretación.
También italiano era Francesco Paolo Supriani (o Sopriano, Sopriani y otras grafías), del que hablábamos hace un par de semanas en relación con el concierto de Bruno Cocset. De la misma colección, Princippi da imparare à suonare il Violoncello, Obregón eligió la Toccata Quinta, dándole a esta música el tono y la pausa justos para poder degustarla.
Con la Sonata en La menor del casi desconocido Giuseppe Paganelli el recorrido se adentró en otra visión del violonchelo que explora nuevas posiciones del instrumento, buscando el virtuosismo y el lucimiento del intérprete. Pero este enfoque no desdeña la expresión más intimista en los movimientos lentos, y fue precisamente en el largo inicial y en el posterior adagio donde la interpretación alcanzó sus mejores momentos, con un Obregón que dotó de serenidad y lirismo a una música que tocada así brilló de forma casi inesperada.
Lo mismo cabe decir de la Sonata en Sol Mayor de Domenico Porretti, músico cuya presencia en el programa estaba más que justificada por su prolongado trabajo en la corte española y por convertirse en suegro de Boccherini, bien es cierto que de forma póstuma, pues el compositor de Lucca se casó en segundas nupcias con una hija de Porretti cuando éste ya había fallecido. De nuevo fue en un tiempo lento, el largo que constituye el tercer movimiento, donde más nos deleitó Obregón, perfectamente acompañado por Campanero (que a estas alturas del concierto ya se había pasado al contrabajo) y Oyarzábal.
Entre medias, Daniel Oyarzábal tocó una sonata de Domenico Scarlatti, la K. 82 en Fa Mayor, con una gracia y una entrega sin duda mayores que las que Bertrand Cuiller mostró en el concierto de Cocset.
De nuevo nos deleitaron Obregón y sus acompañantes con un precioso movimiento lento, éste anónimo, perteneciente a un manuscrito de obras para violonchelo conservado en Barcelona. Sea quien fuere el autor, tenía que ser un compositor con una vena lírica envidiable.
El preceptivo cierre del programa fue lógicamente una obra de Boccherini: la Sonata para violonchelo en Mi bemol Mayor. G.11. Ya decíamos a propósito del concierto de Cocset, al que de nuevo irremediablemente nos remitimos, que lo que el violonchelo fue ganando en registro y virtuosismo durante la segunda mitad del siglo XVIII en muchos casos lo fue perdiendo en nobleza y elegancia por esa vocación de explorar y explotar las posiciones más extremas en el registro agudo, donde el sonido del instrumento se puede resentir. Ahora bien, cuando el intérprete consigue mantener la afinación y la plenitud del sonido como lo hace Obregón las cosas pueden ser distintas. Su prestación fue sencillamente inmejorable y es que posiblemente no haya nadie que domine este repertorio como lo hace él. La claridad del discurso, perfectamente articulado, la redondez del sonido, el dominio en las posiciones y los saltos, con una mano izquierda de una agilidad admirable…, todo se conjuntó para ofrecer una lectura soberbia. Los acompañantes, con Campanero vuelto al violone, contribuyeron de nuevo a que el concierto acabara en todo lo alto, tras una maravillosa interpretación del largo central -una vez más- y una robusta lectura del tempo di minuetto final.
Ante los prolongados y merecidos aplausos, los intérpretes ofrecieron el allegro con el que comienza una de las obras para violonchelo más célebres de Boccherini: la Sonata en Do Mayor G.6., última ocasión de disfrutar en este concierto de la calidad y la sensibilidad musical de unos intérpretes que dignificaron y sublimaron un repertorio que en otras manos podría haber resultado mucho más anodino.
Imanol Temprano Lecuona
(fotos: Dolores Iglesias Fernández / Archivo Fundación Juan March)