MADRID / Estelar Bach de Olga Pashchenko
Madrid. Fundación Juan March. 20-X-2021. Ciclo Bach en Köthen. Alexander Melnikov y Olga Pashchenko, claves. Obras de J.S. Bach.
Comentaba Lina Tur Bonet en el número de septiembre de SCHERZO la proliferación de colegas suyos que se autoproclaman especialistas en violín barroco por el mero hecho de colocarle a su instrumento unas cuerdas de tripa, sin haber completado el más mínimo estudio de cómo se tocaba en aquella época y sin haber profundizado en ninguno de los tratados teóricos existentes. Escuchando tocar el clave a Alexander Melnikov en esta su visita a Madrid, me han venido irremediablemente a la cabeza las palabras de Tur Bonet: parece que hay quien piensa que por poner los dedos sobre el teclado de un clave ya es clavecinista.
Melnikov es un excelente pianista; eso no se lo va a discutir nadie. Y puede, incluso, que sea un buen fortepianista (formado en interpretación historicista con Alexei Lubimov y, sobre todo, Andreas Staier). Sin embargo, como (supuesto) clavecinista deja mucho que desear. Quizá no se habrían notado tanto sus carencias si en este recital en la Fundación Juan March hubiera comparecido en solitario. Pero, para su desgracia, lo hizo junto a una extraordinaria fortepianista y clavecinista, su compatriota Olga Paschenko. Y en la comparación, Melnikov llevó siempre las de perder, tanto en las obras en solitario (él, la Suite francesa nº 6; ella, la Suite francesa nº 5) como en los dos conciertos para dos claves (BWV 1060 y 1061) que configuraban el programa.
La manera de tocar de Melnikov es atropellada, poco refinada, con demasiadas notas falsas… Tal vez si se dedicara a tocar el clave con mayor dedicación podría corregir esos defectos, no lo dudo. Pero su gran problema es el desconocimiento estilístico del Barroco, del touché francés (es música de Bach, sí, pero de inspiración francesa) y puede que hasta del propio Bach. Su interpretación de la suite fue propia de un principiante y la batahola de la que hizo gala en los dos conciertos dobles sucumbió ante la elegancia y la precisión de su compañera. Más le habría valido a Melnikov traerse a alguien menos cualificado que Pashchenko para no quedar tan en evidencia.
Pashchenko es un prodigio de técnica y finura. Y, por encima de todo, sabe lo que se trae entre manos. Mima las teclas del clave, pero también mima la partitura. En teoría, el instrumento que le había caído en suerte (una copia de un Ruckers manufacturado por Titus Crijnen) no debía sonar ni tan contundente ni tan estiloso como el clave adjudicado a Melnikov (una copia de Ruckers-Taskin construida por el reputado Keith Hill), pero a la hora de la verdad fue justo lo contrario. Y no por mérito de un instrumento o por demérito del otro, sino por la maestría de Pashchenko. Su lectura de la Suite francesa nº 5 fue antológica. Ni un solo fallo, ni una posición forzada en los dedos o, incluso, en el rostro. Pura naturalidad. Puro Bach. Quizá si algún día repiten ella y Melnikov lo de tocar juntos y deciden hacerlo en sendos pianos, el resultado sea distinto. Pero aquí la gloria fue para la majestuosa Pashchenko.
Eduardo Torrico
(Foto: María Alperi – Fundación Juan March)