MADRID / Espléndido recital en tiempos de pandemias y tempestades

Madrid. Auditorio Nacional. 19-I-2021. IX Temporada de La Filarmónica. Alexei Volodin, piano. Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinski. Director: Valery Gergiev. Obras de Rachmaninov y Schubert.
La actuación de la Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinski en el Auditorio Nacional provocó gran afluencia de público, y más si tenemos en cuenta los tiempos que corren, no ya por las restricciones de aforo por la Covid-19, sino también por las secuelas del paso de Filomena por las calles de Madrid. En el programa, dos obras muy conocidas: el Concierto para piano y orquesta nº 2 en Do menor op. 18 de Rachmaninov y la Sinfonía nº 9, “La Grande”, de Schubert. Valery Gergiev lleva muchísimos años dirigiendo esta orquesta: entró como director principal en 1988 y es director artístico y musical del Teatro Mariinski desde 1996. Si las matemáticas no fallan, eso hacen un total de 32 años al frente de la institución, durante los cuales la orquesta ha obtenido una gran reputación.
Esta orquesta de San Petersburgo fue fundada en 1783 durante el reinado de Catalina “la Grande”, aunque entonces se la conocía como la Orquesta de la Ópera Imperial de Rusia. En 1935, Stalin la rebautizó como Orquesta Kirov para blanquear la muerte del primer secretario del partido comunista de San Petersburgo (Leningrado durante la Unión Soviética), Sergei Kírov. Después del desmoronamiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en 1992, la orquesta recibió de nuevo el nombre por el que actualmente se la conoce. En su larga historia, esta orquesta ha sufrido los embates de la política y a uno no se le puede escapar que, después de 32 años al frente de la orquesta, Gergiev está igualmente muy politizado. Sin embargo, consideraciones extramusicales a parte, no cabe duda de que la orquesta ha alcanzado grandes hitos en estas tres últimas décadas bajo su dirección. Destacamos también la participación del concertino rumano Lorenz Nasturica-Herschcowici —concertino oficial de la Filarmónica de Múnich—, quien estuvo al frente de la sección de cuerdas de la orquesta en Madrid.
Por las medidas de seguridad y prevención ante la Covid-19, el programa se interpretó sin descanso —quizás fuera esa también la razón por la cual se cambió el programa inicial para este concierto que, en un principio, contaba con obras de Rimski-Korsakov, (El cuento del zar Saltán, Suite op. 57), Rachmaninov (Concierto para piano nº 2) y Strauss (Una vida de héroe op. 40). La velada comenzó con el archiconocido Concierto nº 2 para piano de Rachmaninov, espléndidamente interpretado por el pianista petersburgués Alexei Volodin. Nacido en 1977, Volodin demostró su completo dominio de esta virtuosista obra. Ya en los primeros acordes del primer movimiento Moderato, uno pudo notar la excelente calidad y potencia del sonido que los dedos de Volodin imprimen en la música de Rachmaninov. Las notas graves, muy bien articuladas, así como las voces agudas, con cruces de manos elegantísimos y gesto melódico impecables. Para el Adagio sostenuto, Volodin eligió un tempo no muy lento que, para nuestro gusto, fue algo muy acertado. El movimiento comenzó con un bellísimo diálogo con la flauta seguido del clarinete. Los contrastes entre los pianísimos y los fortísimos de Volodin son increíbles. La cadencia de este segundo movimiento fue magnífica. En cuanto al tercer movimiento, Allegro scherzando, Volodin optó por un tempo de velocidad endiablada que para nada impidió que se oyeran todas las voces del piano (como suele ocurrir con muchos pianistas que tocan a gran velocidad, pero sin tanto sentimiento; por ejemplo, Khatia Buniatishvili interpretando este mismo concierto). Si al virtuosismo y musicalidad de Volodin le añadimos el excepcional acompañamiento de la orquesta, el resultado es difícil de superar. Y así lo demostró el público con su aplauso, aplauso que Volodin agradeció con una bellísima y corta propina.
La segunda parte del recital fue La Grande de Schubert, sinfonía que compuso en los últimos años de su corta vida y que no se estrenó hasta once años después de su muerte gracias a la intervención de Robert Schumann, quien se la envió a Felix Mendelssohn para que la interpretara en la Gewandhaus de Leipzig. La orquesta la interpretó espléndidamente, destacando la sección de maderas en el primer movimiento y las cuerdas durante toda la sinfonía. Gergiev dirigió sin batuta, con ese típico movimiento suyo de manos que parecen presas de un ‘eléctrico’ tembleque, pero que suponemos que los maestros de la orquesta comprenden perfectamente. Se nos hizo un poco larga la última parte de la sinfonía, aunque sin duda la orquesta, muy acompasada, supo mantener la tensión y tuvo momentos melódicos deliciosos, con preciosos crescendos y diminuendos —acompañados por los ruiditos que emitía Gergiev, a lo Glenn Gould, de vez en cuando— que concluyeron con un Finale verdaderamente a lo grande. El público lo agradeció con un grandísimo aplauso correspondido por la orquesta con una propina que interpretaron con excelencia, toda una delicia: la obertura de la opereta El murciélago de Johann Strauss hijo. La interpretación de esta propina hizo que el público se pusiera en pie y ovacionara a la orquesta. Espléndido concierto en tiempos de pandemia y Filomena.
Michael Thallium