MADRID / El sonido auténtico de la Cafetería Zimmermann
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 22-III-2022. Ciclo Universo Barroco del CNDM. Pierre Hantaï, Ignacio Prego, Daniel Oyarzabal y Diego Ares, claves. La Ritirata. Director: Josetxu Obregón. Obras de Bach.
Si pudiéramos viajar al pasado en un hipotético túnel del tiempo y decidiéramos visitar el Leipzig de Bach para escuchar su música de cámara, nos encontraríamos con algo muy parecido a lo que ayer sonó en la sala pequeña del Auditorio Nacional de Música: obras arregladas por él mismo (suyas o de algún italiano de moda, como Vivaldi), formación reducida y profusión de clavecines, que ignoramos cómo se colocarían, porque el Café Zimmermann (en español sería más correcto decir Cafetería Zimmermann) no debía de disponer de demasiado espacio, máxime si tenemos en cuenta el gran número de espectadores que se daban cita para escuchar y ver tocar a Bach y sus huestes, entre los que se encontrarían, a buen seguro, sus hijos Wilhelm Friedemann y Carl Philipp Emanuel, además de su alumno más querido y aventajado, Johann Ludwig Krebs; todos ellos, sentados frente a los teclados.
Entre los años 1729 y 1739, Herr Zimmermann organizada estas veladas musicales con los Bach, al igual que había hecho en los años anteriores con el Collegium Musicum de Georg Philipp Telemann, el compadre de Bach (era padrino de Carl Philipp). Situada en la Katharinenstrasse, allí acudían a centenares los aficionados a estas veladas, en las que solo tenían que pagar por lo que consumían. Es decir, por los cafés que tomarían a litros con toda seguridad, ya que esta bebida se había puesto de moda en Europa desde principios del siglo anterior. Precisamente en la cafetería de Zimmermann Bach estrenó, en 1734, la Cantata del café, que no deja de ser el primer jingle comercial de la historia.
Grabaciones discográficas realizadas en los años 80 del pasado siglo, en plena e irrefrenable expansión del movimiento historicista, han proporcionado una historia distorsionada de cómo sonaba esta música. Sobre todo, de los conciertos para dos, tres y cuatro claves de Bach. Durante esa expansión, no diré que sobraba el dinero, pero casi… lo cual permitía a las formaciones punteras (The English Concert, de Academy of Ancient Music o The Amsterdam Baroque Orchestra) disponer de grandes efectivos en las secciones de cuerdas. Sonaban bonitas esas grabaciones, sí, pero no era el sonido auténtico de la Cafetería Zimmermann. El sonido original (presuntamente original, más bien) de aquellas veladas nos las descubrió algunos años más tarde un joven grupo francés que, ¡oh casualidad!, había sido bautizado con el nombre de Café Zimmermann. Desde entonces, esa ha sido la tendencia: pocos efectivos en las cuerdas y, claro, los claves, aquellos maravillosos y potentes claves alemanes que poseía la familia Bach (construidos por alguno(s) de los cuatro miembros de la saga Harrass, probablemente).
Así fue como sonó anoche La Ritirata: dos violines (Andoni Mercero y Pablo Prieto), una viola (Daniel Lorenzo), un violonchelo (el del director del grupo, Josetxu Obregón) y un contrabajo (el del omnipresente Ismael Campanero), junto a los claves de un auténtico póker de maestros del teclado: el francés Pierre Hantaï y los españoles Ignacio Prego, Diego Ares y Daniel Oyarzabal. En esta ocasión, los claves eran una réplica de un Vater realizada por Andrea Restelli (propiedad de Oyarzabal), dos copias de un Ruckers de 1624 construidas por Titus Crijnen (con casi veinte años de diferencia entre ambas, y con sonidos muy distintos entre sí, perteneciente una a Alberto Martínez Molina y otra, a Ignacio Prego) y un ‘mil leches’ salido del parisino Atelier von Nagel (cuya titularidad es de la Orquesta Nacional de España).
Los cuatro clavecinistas se repartieron lo más equitativamente posible las intervenciones: Hantaï y Ares, en el Concierto en Do mayor BWV 1061; Oyarzabal y Prego, en el Concierto en Do menor BWV 1060; Hantaï, Prego y Oyarzabal, en el Concierto en Re menor BWV 1063; Oyarzabal, Prego y Ares en el Concierto en Do mayor BWV 1066 y, por último, los cuatro juntos en el vivaldiano (Bach se limitó a arreglarlo para ser tocado con cuatro claves en vez de cuatro violines) Concierto en La menor BWV 1065. Prego tocó siempre en su clave, al igual que hizo Hantaï en el Vater de Oyarzabal; Ares sentó frente a las dos réplicas de Ruckers y Oyarzabal lo hizo hasta en tres instrumentos (en todos, menos en el de Prego).
Quienes no estuvieran informados de que la primera vez que estos cuatro teclistas habían tocado juntos fue el día anterior, en Salamanca, habrían llegado a la conclusión de que formaban grupo desde hacía muchos años. Y, sí, en efecto, parecía como si llevaran toda la vida haciéndolo. Tal fue la absoluta y asombrosa compenetración que mostraron, con unas sutiles indicaciones de Hantaï a la hora de dar las entradas (cuando no estuvo el francés, ya se las apañaron los tres restantes para entenderse; en realidad, Ares y Prego se entienden de fábula, pues han tocado alguna vez a dúo).
El acompañamiento orquestal fue espléndido en todos los sentidos. La Ritirata ha alcanzado una madurez plena y se la ve cómoda en cualquier repertorio. El gran secreto de Obregón (excepcional violonchelista, dicho sea de paso) radica en rodearse siempre de magníficos colaboradores y de procurar que estos sean casi siempre los mismos. Es la mejor manera de lograr un sonido reconocible, justo ahora que el grupo celebra el decimoquinto aniversario de su fundación.
Eduardo Torrico
(Fotos: Elvira Megías – CNDM)