MADRID / El pacto ruso-alemán

Madrid. Teatro Monumental. 28-II-2020. Miguel Espejo, clarinete. Miguel Barona, fagot. Orquesta Sinfónica Radiotelevisión Española. Director: Michal Nesterowicz. Obras de Haydn, Danzi y Prokofiev.
La Sinfonía nº 96 de Joseph Haydn se conoce como El Milagro, porque en una de sus actuaciones en Londres se derrumbó una gran araña colgante sin herir a nadie. Ello no sucedió durante esta obra, sino en el estreno de la nº 102. Un milagro, pues, trasplantable, al igual que las idénticas virtudes de su obra de madurez como son el orden, la cohesión o la riqueza de ideas temáticas y rítmicas, además de la transparencia del discurso. Y si Haydn fue llamado el padre de la sinfonía, Innocenz Danzi es, más aún, el padre de Franz Danzi, a quien enseñó un oficio que, con su pleno dominio, será la más reconocible virtud de su música eufónica y plácida, incardinada a finales del Clasicismo. Quizá su obra más grata sea el Quinteto Op. 56/6, pero el Concertino para clarinete y fagot se baña en las mismas aguas tranquilas. Cerraba el programa la Quinta sinfonía de Prokofiev, una obra maestra que funde el lirismo y el drama y ha eclipsado injustamente a otras seis sinfonías suyas de alto nivel que, salvo la Primera, es casi como si no existieran.
Nesterowicz dirigió sin tarima, situado a la altura de sus músicos, valiéndose de su gran estatura. Su claridad y nitidez articulatoria dotaron de equilibrio a la pieza de Haydn, en la que no faltaron tampoco la agudeza ni el ingenio. Con movimientos curvos, sobre todo de la mano derecha, fue dibujando diversas frases en legato, con máxima expresión en el lento. El Scherzo tuvo carácter, y el trío -que es mi favorito, con su oboe glorioso- disfrutó de una buena ejecución, ritmada con gracia por los arcos; sin duda, el gran Barberá, presente luego en Prokofiev, le hubiera añadido esas gotas de humor que tanto demanda. En la obra de Danzi el director puso las vigas, pero cedió relevancia a sus solistas Espejo y Barona, que hicieron una buena faena practicando la virtud del diálogo, unidos por un virtuosismo nunca intimidador. Nadie pudo evitar, es cierto, el manierismo ni la convencionalidad de muchos pentagramas. Expeditiva, en fin, la Quinta del ruso, violenta incluso, pero bien construida y medida, con instantes de extrema calidez, en ella la ORTVE y sus luminosas cuerdas firmaron un Scherzo vibrante, lleno de galopadas rítmicas, y un Adagio que, a falta de una mayor incandescencia, exploró sus disonancias -hay tantas que muchas podrían ofertarse por catálogo- dando lugar a momentos restallantes, en una obra en la que prevaleció su espléndida construcción.