MADRID / New York City Ballet: cuando el ballet es la música sin viceversa
El New York City Ballet ofrece en Madrid una muestra de su perfeccionada maquinaria corporal y estilística
Teatro Real, Madrid. Hasta el 26 de marzo. Serenade (1934-1935-1952): George Balanchine / Chaikovski; Square Dance: (1957-1976): G. Balanchine / A. Vivaldi y A. Corelli; The Times are Racing (2017): Justin Peck / Dan Deacon. New York City Ballet. Orquesta titular. Dirección musical: Clotilde Otranto y Andrews Sill..
¿Balanchine compositor? ¿Balanchine elevado a los altares de la nueva academia y del gran repertorio? ¿Crea el coreógrafo su vector estético? ¿Es todavía hoy tan rusa la escuela americana de ballet? Todo tiene respuesta, y para ello visita Madrid el New York City Ballet [NYCB] con dos piezas importantes del gran creador georgiano: Serenade, con su carácter de arquetipo y Square Dance, una rareza de índole culterana y un nuevo objeto de uno de los más prometedores valores emergentes de la casa: Justin Peck, coreógrafo asociado al conjunto metropolitano.
Por un momento, adoptemos una cierta perspectiva y pongámonos optimistas: faltan apenas once años y tres meses para que se cumpla el centenario del estreno del ballet Serenade de George Balanchine; fue el 9 y el 10 de junio de 1934 en White Plains (NY). Entonces ¿ya tiene Serenade 90 años? ¿Y qué es un decenio? ¡Nada en la historia y en el tiempo! Pasará volando. Muchos que aún vemos hoy Serenade con genuina emoción no estaremos, pero seguramente será en 2034 un evento principal, señero, significativo por muchas razones y un sinfín de señalamientos más que lo hacen destacar en la historiografía balletística del siglo XX. Fue el primer ballet americano de Balanchine (y el primero también con bailarines norteamericanos, entre otros de diversas nacionalidades y procedencias), el cuarto grupal donde usaba música no escrita para la danza, el primero en que se enfrentaba a una partitura orquestal de Chaikovski. Por fin hay consenso con la fecha de 1935 para el estreno del American Ballet y de 1941 para la gira a Latinoamérica del Ballet Caravan, pagada por el departamento de Estado y el propio Nelson Rockefeller (puede decirse que el parto de este ballet estuvo sufragado -en mecenazgo- por la gran familia del republicanismo); apenas un año después ya no hubo decorados, aunque se siguieron cambiando los trajes hasta seis veces. También hay consenso en cuanto a que Serenade sale directamente de Eros de Mijail Fokin, algo que el propio Balanchine tardó décadas en reconocer (siempre con la boca pequeña y a retales) y a explicitar en las historiografías. Si Fokin hubiera mantenido entre sus obras de repertorio activo Eros (propósito sobre el que hizo planes que se frustraron) tal como hizo con Chopiniana [Les Sylphides] la historia hubiera sido con toda seguridad otra muy diferente. La única partitura con que Balanchine huyó de Petrogrado fue la reducción para piano de Serenade, ya cortada por Fokin, sin el primer movimiento, y esa misma es la que usó la compositora y pianista acompañante Ariadna Roumanova Mikeshna.
La velada del Teatro Real ha sido vibrante y reveladora. Lejos de cualquier aspiración perfeccionista “a la europea”, el NYCB va a su dinámica, refugia en ella cualquier demostración estilística con velocidad, acentos recalcados y búsqueda de suficiencia en los cánones marcados coréuticamente. Ya Don Daniels, en su ensayo de 1975, puso los puntos exactos de estas características como bases estéticas, primero de un estilo, y después de una escolástica más ambiciosa y trascendente. Poco se habla y poco se reseña acerca de que Balanchine hizo sus pinitos como compositor entre 1920 y 1924, produciendo, con carácter de obra terminada, al menos dos ballets con partitura propia: Waltz and Adagio y Extase; el primero bajo la órbita estética de Chaikovski y Arenski, y el segundo más cercano, según algunos, al universo místico de Scriabin. Balanchine quería componer su propia Serenata al llegar a Manhattan tras el traumatizante paso por Ellis Island. Pero no había tiempo, y esto que vemos hoy, muy evolucionado, fue lo que se pudo pergeñar.
El segundo ballet, Square Dance, es demoledor para los bailarines por su persistencia tanto en el virtuosismo como en los pequeños saltos, las baterías y la compleja paráfrasis de la cuadrilla tradicional; lo que vemos hoy es la revisión de 1976, en la cual se suprimió al narrador y a la que se añadió la variación masculina, creada para Peter Martins y que es una prueba de fuego para el bailarín por su ritmo contenido y su tempo, que bascula siempre entre el lento y el adagio.
Cerró la velada The Times are Racing [Foto superior], una invención coral de Justin Peck que nos señala como ciertas las decadencias de la vida contemporánea, pero que también, dentro de ella, habrá siempre focos de luz, esplendentes soluciones al drama de aceptar la espiral que, como en el Fausto de Goethe, a veces gira con nosotros tanto hacia arriba, como hacia abajo. Se trata de una nueva poesía articulada sobre otra más probada de eternidad. La música de Dan Deacon no es de discoteca, aunque un primer ramalazo nos pueda llamar a engaño; es un pop serializado con sintetizadores que busca sus planos de emoción, así como unas zapatillas deportivas en los pies de los bailarines son las alas doradas de los nuevos Mercurios. Todos los artistas ofrecen una generosa lección, tan comunicativa como intensa. Y oímos un tipo de aplauso militante en tutti que no siempre se oye reverberar en el coliseo de la Plaza de Oriente.
Roger Salas
[Fotos: Javier del Real / Teatro Real]