MADRID / El León de Oro y el oro de Sebastián de Vivanco

Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 22-X-2022. El León de Oro. Director: Marco Antonio García de Paz. Obras de Vivanco, De Tejada, Guerrero, Victoria y A. Lobo.
Se ha mencionado tanto, al referirnos a la polifonía renacentista española, a Tomas Luis de Victoria, Francisco Guerrero y Cristóbal de Morales que parece como si detrás de ellos no hubiera nada más que desierto. Y sí, reconociendo que los tres fueron auténticos titanes, está claro el daño que ha hecho y sigue haciendo esa percepción. No hace falta más que poner un pequeño ejemplo: enfilamos la recta final de 2022 y nadie (mejor dicho, casi nadie) ha aprovechado la coyuntura para revindicar la figura de otro auténtico gigante: Sebastián de Vivanco, de quien se cumple este año el cuarto centenario de su muerte. El de Vivanco es un nombre más perdido en la fría y brumosa historia de nuestra música. Apenas programado en conciertos (en realidad, todo lo relacionado con la polifonía renacentista rara vez es programado en conciertos), las únicas muestras discográficas que existen de él se las debemos a grupos belgas (la desaparecida Capilla Flamenca) o ingleses (la Orchestra of the Renaissance y Michael Noone, y De Profundis y Robert Hollingworth). Pero, bueno, a estas alturas tampoco a nadie le puede coger de sorpresa algo así.
Tras presentarlo el pasado viernes en la Catedral Vieja de Salamanca (ciudad que sí se esté esforzando en recordar a Vivanco como merece), llegaba al Auditorio Nacional de Madrid, para inaugurar la temporada del Cilco Universo Barroco del CNDM, el León de Oro con un programa en torno a la figura del compositor abulense. Sí, porque Vivanco nació en Ávila, como Victoria, que era solo tres años mayor que él. Los dos fueron compañeros en la escolanía de la Catedral de Ávila, donde aprendieron el oficio de Bernardino de Ribera y de Juan Navarro Hispalensis (este último, otro polifonista español que está pidiendo a gritos una urgente y adecuada recuperación). Y los dos profesaron sacerdocio. Al contrario que Victoria, Vivanco nunca abandonó España: fue maestro de capilla de las catedrales de Lérida, Segovia y Salamanca. En la ciudad del Tormes estuvo los últimos veinte años de su vida, de ahí que esta le reclame como algo propio.
Como todos los programas que elabora Marco Antonio García de Paz, este estaba lleno de coherencia y criterio. Junto a obras del homenajeado Vivanco (sonaron cinco motetes, tres de los cuales suponían estreno en tiempos modernos, todos ellos de exquisita factura), figuraban otras de Victoria (un Regina coeli y, para cerrar la velada, su majestuoso Salve Regina) y de varios autores españoles de ese mismo periodo: Guerrero, Alonso de Tejada y Alonso Lobo (de Lobo, su motete Versa est in luctum, una de las obras polifónicas más sobrecogedoras de todos los tiempos).
Integrado para la ocasión por treinta cantantes (8/7/6/9), que solo coincidieron en bloque en las dos piezas de Victoria, El León de Oro volvió a demostrar, una vez más, el por qué está considerado como el mejor coro español de nuestros días. Aunque destacada en él su camaleonismo (el pasado año, por ejemplo, hizo una gira por Francia con Le Concert de Nations de Jordi Savall para interpretar la Novena sinfonía de Beethoven y ha grabado recientemente en el sello Naxos un disco con obras de Wolf-Ferrari), su hábitat natural, como reconoce García de Paz, es el Renacimiento. Es a lo que más tiempo y con más cariño se ha dedicado desde que fuera fundado hace algo más de cuatro lustros en la localidad asturiana de Luanco.
Se trata, como también afirma García de Paz, de un “coro de autor”. Todo lo que allí se hace lleva su marca personal, lo cual no es óbice para que en ocasiones haya sido dirigido por Peter Phillips, una de las mayores autoridades en cuanto a polifonía renacentista. Impresionan el empaste y la afinación de las que hace gala el León de Oro. Su conocimiento del repertorio es absoluto, por más que algún purista pueda rasgarse las vestiduras por el número de integrantes o por la presencia de voces femeninas (que equivaldría a decir ausencia de voces agudas masculinas). Es la suya una labor de orfebrería coral, ante la que solo queda sacarse el sombrero. Los interminables aplausos y los enardecidos vítores finales del público, que llenaba la Sala de cámara del Auditorio, no hicieron más que ratificar que lo que habíamos escuchado era algo digno de recordar durante mucho tiempo.
Eduardo Torrico
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