MADRID / El lado oculto de lo bello

Madrid. Círculo de Bellas Artes. 20-XII-2020. Ciclo Círculo de Bellas Artes. Cuarteto Mandelring. Shostakovich, Cuartetos nº 1, 2, 3 y 4.
En unas palabras antes de dar comienzo al concierto, el violonchelista Bernhard Schmidt se congratulaba de que el Cuarteto Mandelring pudiera actuar en Madrid, cuando tuvo que suspender algunas actuaciones en la propia Alemania. Es cierto que aquello de carpe diem tendrían que traducir los melómanos así, al menos de momento: agárrate al concierto de hoy (pues nada garantiza el concierto de mañana).
Parece que el berlinés Cuarteto Mandelring prepara una integral Shostakovich, y que estos cuatro cuartetos son la primera y más que prometedora entrega de los quince. Los grupos no suelen presentar las obras en cronología, pero en este caso así ha sido, con los Cuartetos primero a cuarto, de 1938 a 1949. Esto permite asistir a un itinerario, y lo primero es tener conciencia de que Shostakovich se fue al refugio del cuarteto al tener dificultades en los teatros y, a la larga, al encontrar unos intérpretes ideales sin las dificultades del cauce oficial. No asistimos a una evolución ni a una maduración estética. Lo hemos dicho a menudo: Shostakovich es él mismo desde el principio. Pero también hay que advertir que el humor y la expectativa cambian. No digamos la esperanza, ya nadie cree en la Revolución a lo largo de los años treinta.
El Primer cuarteto es de 1938, uno de los años del Gran Terror, cuando el compositor purga sus culpas por aquella maldita ópera, pero otros muchos son condenados a muerte por otra razones (por haber hecho la mismísima revolución, puede legítimamente parecer , y no es siniestra paradoja). Hay todavía diatonismos claros, y si no encontramos optimismo aunque nos esforcemos, sí hallamos cierta expresión de alivio. Aquí, el compositor canta más que baila. Sus bailes vendrán pronto. Son terribles y hasta dolorosos. A partir de ahí, cuando el compositor acaba de pasar los treinta, la musa de Dmitri Dmitrievich se agria y se crispa; y resulta más bella, menos ingenua que la de La nariz o El perno (sin hablar de esas dos obras lamentables que son las Sinfonías segunda y tercera.)
Es ese viaje entre 1938 y 1949 el que reflejaba el concierto del Mandelring, un largo viaje hacia la expresión desolada de las lentitudes (nunca como en las sinfonías, todo hay que decirlo), y sobre todo hacia la exacerbación de danzas de aroma popular y sonoridad infernal. El sentido se abre a lo largo de la velada con momentos de especial milagro sonoro, como las variaciones del Segundo cuarteto, obras de guerra; como las tramas polifónicas de los dos Allegrettos que cierran el Cuarto (con ese final perdiéndose, ese diminuendo, ese estremecedor alejarse hacia el silencio). El compositor permite que todos los instrumentos tengan algún momento de canto, por mucho que ese canto nunca sea gozoso, y en medio del viaje a veces estremecedor oímos la clara voz de la viola de Andreas Willwohl, o las líneas nítidas, o nerviosas, o plenamente cantábile de Sebastian y Nanette Schmidt. Y Bernhard Schmidt, el tercero de los hermanos de ese cuarteto virtuoso, también canta sus solos en la voz casi nunca demasiado grave del violonchelo. Y esos solos de los cuatro componentes del grupo no son ariosos de teatro, sino que, musicalmente, suelen ser ese tipo de promesa que no se va a cumplir.
El Cuarteto Mandelring retrata este viaje a la madurez de quien siempre tuvo un idéntico lenguaje que se podía reconocer. Aquí recorre el camino que va desde quien compone un Cuarteto sin saber que va a componer otros catorce más, hasta el que acaba de salir de una guerra crudelísima en la que parece que “todos somos necesarios por fin” (el Tercer cuarteto, 1946, que sin embargo es también es el año de condena de Zoschenko y Ajmatova) hasta el que trata de recuperarse de una segunda amenaza mortal, el que en 1949 sufre plenamente las heridas de la Zhdanovshina (fue en 1948; ahora, Zhdánov acaba de morir, por cierto). Por eso, porque en cada obra de Shostakovich hay encerrado al menos un cadáver, el recital del Mandelring fue algo más que una velada en tiempos de peste; fue un recital en el que se muestra un lado a veces desconocido de la belleza: el lado del dolor.
Santiago Martín Bermúdez