MADRID / El espléndido popurrí barroco del Ensemble 1700
Madrid. Auditorio Nacional de Música. 30-I-2020. Marie Lys, soprano. Dmitry Sinkovsky, contratenor, violin solista y concertino. Ensemble 1700. Dorothee Oberlinger, flautas de pico y dirección. Obras de Purcell, Merula, Vivaldi, Biber, Cage, Haendel, y Dowland.
Uno no es lo que se dice amante de las mezcolanzas en concierto, que a veces acaban siendo un batiburrillo sin demasiado sentido. No fue, sin embargo, el caso de este concierto. Bajo el título Músicas nocturnas, se articuló un programa destinado, como es legítimo, a gustar a un amplio público. Y a fe mía que logró su propósito, pues el respetable respondió con calurosas ovaciones en cuanto tuvo ocasión. Lo destacable no fue tanto una música preciosa sin excepción como una interpretación sobresaliente, en la que primó la intensidad, el impulso rítmico y una desbordante vitalidad que contagió a cuantos allí estuvimos.
La primera parte tuvo tres secciones, concluida cada una con una chacona, con lo que se metieron desde el principio al público en el bolsillo. ¡Qué resultona es una buena chacona! Y aquí se seleccionaron tres de las mejores: la que concluye The Fairy Queen (Purcell), la de Merula y la de la serenata Der Nachtwachter (Biber). El hecho de que la directora y fundadora del conjunto sea Dorothee Oberlinger, magnífica flautista de pico, exigió que se arreglaran numerosas piezas para permitir la intervención de su instrumento. Tal se hizo con la pieza purcelliana, en sustitución de los oboes, y en la de Merula, en vez de un violín. El resultado fue extraordinario, logrando en la obra del italiano una fantasía y exuberancia en las ornamentaciones por parte tanto de Oberlinger como de Sinkovsky realmente destacables. En la composición de Biber, el laudista Axel Wolf, gorra en cabeza y laúd invertido al hombro –como si de un sereno centroeuropeo se tratase– cantó malamente, y con mucho humor, la canción popular en que se basa, replicado por la estupenda Marie Lys.
También arreglada, la sinfonía de La Senna festeggiante obtuvo una lectura óptima, con un movimiento lento, este sí muy crepuscular, bellísimo, merced, de nuevo, al intercambio entre Sinkowski y Oberlinger. La flautista tuvo su gran protagonismo en los dos conciertos de Vivaldi: La notte y el sombrío en Do menor (RV 441), bien conocidos ambos, donde dio muestras sobradas de su calidad, con una destacable agilidad –los tempos fueron muy vivos en los movimientos extremos– y un exquisito gusto en los centrales.
Anna Prohaska, probablemente el reclamo principal del concierto, hubo de cancelar su intervención debido a un problema de salud. Su repentina desaparición del cartel exigió una sustitución de última hora. Se acudió a Marie Lys, quien tuvo que prepararse el sustancioso programa ¡en tan solo un día! Pues, señores, como si lo llevase cantando toda la vida. Se trata, como es manifiesto, de una profesional como la copa de un pino, porque, de no saberlo, nadie habría siquiera intuido las vicisitudes relatadas. Con una voz muy bella, la joven soprano exhibió una musicalidad extraordinaria. Precioso su Purcell, la nana sefardí Nani, nani y la chanzoneta de Merula resultaron pura delicia en sus manos, como profundo y emocionante su Haendel y reflexivo el Dowland.
Dmitry Sinkovsky actuó en su doble faceta de violinista y contratenor. Sin quitar méritos a su labor canora, ha de decirse que su excelsa calidad como instrumentista –es uno de los grandes del repertorio– se sitúa a años luz, aunque bien es cierto que canta muchísimo mejor que numerosos contratenores dedicados en exclusiva a su voz. Muy agudo –como es habitual en la cuerda en tiempos recientes–, canta con muchísimo gusto y ha mejorado considerablemente su técnica en las agilidades, aunque debería controlar mejor su voz. Con el violín en mano se transformó en un mago del instrumento, ¡qué ataques, qué ornamentación, qué improvisaciones, qué matices, qué fraseo!
Con dos bises deliciosos, la verdad es que fue una gozada de concierto, lleno de chispa, con una música suculenta puesta en manos difícilmente mejorables.
Javier Sarría Pueyo
(Foto: Rafa Martín)