MADRID / El encanto de La Vaghezza
Madrid. Fundación Juan March. 6-III-2022. La Vaghezza. Obras de Merula, Cavalli, Marini, Monteverdi, Vitali, Fontana, Gabrieli, Rossi y Falconieri.
El pasado mes de junio reseñábamos en SCHERZO el debut discográfico del grupo La Vaghezza, titulado Sculpting the Fabric (Urdiendo el tejido, vendría ser la traducción más ajustada al español). La grabación fue fruto de su colaboración con Eeemerging, proyecto que reúne desde hace unos años a varios festivales europeos y que tiene por objetivo promocionar a formaciones, como su propio nombre indica, emergentes. Califiqué en ese momento de “luminosa” la interpretación de La Vaghezza, formación fundada en 2016, en la cual figura el madrileño Ignacio Ramal (que se turna como primer violín con Mayah Kadish, nacida en Roma pero crecida y formada musicalmente en Londres) y en la que figura, asimismo, la violonchelista Anastasia Baraviera, de orígenes ruso-argentinos, pero residente desde tiempo en Sevilla: estudió en el Conservatorio Manuel Castillo, formó parte de la Joven Orquesta de Andalucía y de la Baremboim-Said Academy, y es colaboradora habitual de la Orquesta Barroca de Sevilla (también ha sido alumna de David Simpson, histórico violonchelista de Les Arts Florissants).
Por supuesto que los elogios vertidos en aquella reseña fueron merecidísimos, pero siempre, cuando se trata de un grupo novel y de un primer CD, queda la duda de si realmente suena así en realidad o han tenido que ver (algo o mucho) los ingenieros de sonido. De ahí, mi interés en escuchar a La Vaghezza en su visita a la Fundación Juan March de Madrid para intervenir en el ciclo Jóvenes Intérpretes. Duda disipada: La Vaghezza no es que suene en directo como en disco, es que suena todavía mejor, lo que confirma que podemos estar ante una de las formaciones camerísticas más cualificadas para afrontar la música instrumental del Seicento.
El programa de este concierto contenía buena parte de las obras de aquel primer CD y otra pequeña parte de las piezas que integrarán el segundo, en el cual se hallan ya trabajando los miembros de La Vaghezza (además de los tres mencionados, figuran el tiorbista Gianlucha Geremia y el clavecinista y organista Marco Crosetto). En este programa han abordado sonatas en trío y disminuciones, dos de las formas que se desarrollaron en la música italiana del siglo XVII. La Vaghezza huye (y eso también hay que ponerlo en valor) de todas esas piezas architrilladísimas del Seicento que los buenos aficionados se saben ya de memoria y ahonda en otras mucho menos conocidas, aunque pertenezcan a esta pléyade de compositores que se dio en aquella península y en aquellos años: Tarquinio Merula, Biagio Marini, Giovanni Battista Vitali, Giovanni Battista Fontana o Salomone Rossi. Figura también algún madrigal disminuido, como es el caso de Cor mio no mori? E mori, incluido por Claudio Monteverdi en su Libro quarto (disminución debida a Kadish) o de Giovanne donna sott’un verde lauro de Andrea Gabrieli (disminución debida a Ramal). El único guiño ‘popular’ son las Folias echa para mi Señora Doña Tarolilla de Carallenos de Andrea Falconieri, compositor nacido en el Nápoles español y que pasó algún tiempo en Madrid, donde sirvió a la mencionada Tarolilla de Carallenos, dama de la nobleza que debía de tener un profundo amor por la música y de la que no ha quedado en la historia más rastro que el título de esta pieza de Falconieri.
La Vaghezza cuenta entre sus múltiples virtudes con la de poseer una energía apabullante. Y contagiosa. Bastaron las primeras notas de concierto para meterse al público en el bolsillo. Pero no le anda a la zaga la imaginación, que es desbordante. Su compenetración es absoluta, producto no solo de los años que llevan tocando juntos, sino de una robusta técnica. Conviene que apunten el nombre de este grupo para futuras actuaciones en España, que esperemos que sean muchas y que no tarden demasiado en producirse, porque es una auténtica gozada escucharlo y verlo en acción.
Nota: El término italiano “vaghezza” tiene múltiples significados, la mayor parte de ellos peyorativos: vaguedad, imprecisión, ambigüedad… Pero empleado literariamente, pierde su sentido peyorativo y se convierte en sinónimo de encanto o gracia. Por supuesto, este grupo musical se adepta perfectamente a la segunda acepción.
Eduardo Torrico
(Foto: Dolores Iglesias – Fundación Juan March)
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