MADRID / El canto generoso de Manuel Walser

Madrid. Teatro de la Zarzuela. 8-V-2023. XXIX Ciclo de Lied. Manuel Walser, barítono, y Alexander Fleischer, piano. Obras de Brahms, Rachmaninov y Strauss.
Con un programa curioso por sus titulares y su disposición, se ha presentado el cantante suizo Manuel Walser, un bajo barítono que se sitúa, sin duda, en la primera fila de su cuerda. Sus medios son generosos, tanto en anchura, color, extensión y volumen. Su técnica vocal es de una higiénica solidez y su musicalidad, al menos en este repertorio, de primera calidad.
En lo interpretativo, Walser alterna una recitación apenas cantada con una emisión más instrumental y un legato que le permite expandirse en los momentos más líricos. A veces ataca con notas blancas para llegar a la vibración, de modo que parezcan dos notas distintas, lo cual aumenta su eficacia expresiva. Todo ello está basado en una dicción cuidadosa que permite componer palabras, versos y, en su caso, estrofas que se matizan en la repetición. Por ejemplo conveniente de esto último vayan Von ewiger Liebe de Brahms y Zueignung de Strauss. Personalmente, anoto que puedo seguir el canto en alemán pero que del ruso lo ignoro todo y prolijamente. No obstante, se puede distinguir la dicción, cuando es buena, aún en lenguas desconocidas para el escuchante.
El menú trajo un poco de todo. El Brahms de Die Mainacht y Meine Liebe ist grün acude a la ensoñación estática y recogida, lo mismo que el Strauss de Morgen!, en tanto No me abandones, te lo ruego (Rachmaninov) y Si tú supieras (Strauss), ésta ofrecida como propina, el despliegue de la pasión encendida hasta el reproche exige la plenitud vocal y el patetismo de una queja pública. En ambos casos, sin embargo, el cantante aúna, con extrema inteligencia, el poder de sus medios con la interioridad y el concentrado estro de la canción de cámara. La extensión de esta potencia expresiva demanda, además, una regulación de volúmenes muy decantada, desde la expansión operística hasta el hilado más sutil de la introversión.
La composición del programa resultó singular porque las obras de los tres compositores se ordenaron entremezcladas, si cabe la figura. El objetivo era doble: aunar las piezas en torno al tema del amor enamorado, si se permite el remoquete, con tres versiones de eso que llamamos romanticismo tardío y que parece ser el interminable romanticismo que encierra la pregunta de Rubén Darío: ¿Quién que es, no es romántico? En efecto, esta adjudicación de lo tardorromántico cabe a los dos alemanes y al ruso. No sólo coinciden en las fechas –Rachmaninov y Strauss son contemporáneos, en tanto su juventud se aproxima al final de Brahms– sino también las afinidades subterráneas o vasos comunicantes que recorren sus respectivos catálogos cancioneriles. Así, Strauss debe a Brahms más de lo que le creía deber, en tanto Rachmaninov se parece a Strauss más de lo que creía parecérsele. En manos de un gran artista como Walser, estas semejanzas de familia resultan perfectamente factibles.
La velada necesitaba de un excelente pianista, sobre todo para el lucimiento que proponen Strauss y Rachmaninov ante la austeridad expresiva y la hondura reflexiva brahmsianas. Todo fue resuelto con excelencia de medios por Fleischer, quien escuchó con atención a su compañero, no sólo para, justamente, acompañarlo, sino también para dialogar, cantar y contrapuntear con la voz.
Blas Matamoro
(foto: Rafa Martín)