MADRID / ‘El caballero avaro’, buen comienzo de temporada en la March
Madrid. Fundación Juan March. 25-IX-2022. Rachmaninov: El caballero avaro (versión canto y piano). Ihor Voievodin, Juan Antonio Sanabria, Isaac Galán, Gerard López, Javier Castañeda. Director musical y piano: Borja Mariño. Puesta en escena: Alfonso Romero. Escenografía: Carmen Castañón. Vestuario: Gabriela Salaverri. Vídeo: Philipp Contad-Lada. Luces: Félix Garma.
Pushkin compuso cuatro piezas teatrales sobre los pecados capitales. Le faltaron la soberbia, la ira y la pereza. Dargomishki inició la serie con la más larga, y todo un experimento en cuanto al recitativo cantábile de la prosodia rusa, El convidado de piedra. La ópera de Rachmaninov El caballero avaro se estrenó en 1906, en la misma velada del Bolshoi de Moscú (de cuya orquesta era titular entonces) en que se estrenó otra ópera suya, Francesca de Rimini, con libreto de Modest Chaikovski, hermano del compositor. Modest ya había escrito para su hermano los textos de La dama de picas y Iolanta. Harto del mundo del teatro y de la tibia recepción de ambas óperas, Rachmaninov no volvió a componer ninguna. Tenía otra, juvenil, también basada en Pushkin, Aleko (del poema narrativo Los gitanos). Pero El caballero avaro sigue el texto de Pushkin, con prurito de fidelidad semejante al de Dargomishki.
El caballero avaro ha crecido con el tiempo, como suele decirse. Es una ópera en tres escenas, una hora de duración aproximada; la escena central es el impresionante monólogo del Barón, encerrado en su ‘cueva del tesoro’ a la que nadie tiene acceso, una escena por la que confieso devoción. El Barón es rico y deja que su hijo viva por debajo de su rango. Pero más allá del padre prudente ante el hijo manirroto, es un caso de alienación, una patología muy bien captada por la poesía de Pushkin, y espléndidamente desarrollada por la música orquestal y la línea de acompañamiento del compositor. Pushkin había sido el hijo despilfarrador que en algún momento sufre que la familia le corta el presupuesto de gastos. No es lo mismo, pero pudo servirle al poeta para trazar el personaje de Albert, el hijo agraviado.
La Fundación Juan March continúa con los montajes de óperas ajustadas al formato de Teatro musical de cámara, y con El caballero avaro inaugura su decimoquinta edición. De manera brillante, con un espectáculo de gran nivel artístico. Se trata de una ópera sin personajes femeninos, sin trama amorosa ni siquiera por alusión; como escribe Marta Rebón: “Es como si, in media res, nos plantáramos directamente en el quinto acto de una tragedia, cuando no hay espacio para el ensimismamiento narrativo ni el desarrollo del conflicto, pues ya estamos en el desenlace”. En efecto, el drama comienza en plena crisis, no hay preparación; y camina con la sabiduría de lo breve hacia la catástrofe, que ya se anuncia en esa escena central, la insania del monólogo, el soliloquio del avaro ante sus riquezas, cuyo goce le provoca más dolor que deleite.
Un desafío para las producciones en la sala de la Fundación March es lo limitado del escenario. Hay ocasiones en que se produce el prodigio de una escenografía bella, además de funcional, y este ha sido el caso ahora. El espacio ideado por Carmen Castañón, rodeado por los bellos videos de Philipp Contag-Lada, ha permitido que Alfonso Romero mueva con pericia a sus personajes en ámbitos bien diferenciados. Los detalles de la escenografía son más que notables, por belleza y por concisión (como la propia ópera). La puesta en escena consigue una espléndida definición de cada uno los personajes y no solo del padre protagonista y el hijo antagonista. Se prescinde del historicismo, que estaría fuera de lugar, con los bellos figurines de Gabriela Salaverri, experta en estas producciones camerísticas.
Hay que destacar que el reparto es de muy buen nivel. El bajo-barítono ucraniano Ihor Voievodin (Figaro, Papageno y, muy pronto, Don Giovanni) es joven para el papel, pero no se nota, lo borda con expresividad de actor y con dramática línea de canto. Voievodin tiene formación inicial puramente ucraniana, pues su carrera comienza mucho después de la independencia de Ucrania, y ya no es obligado pasar por Moscú o San Petersburgo. Si no me equivoco, está afincado en España. Su interpretación del Barón será memorable, y sin duda lo repetirá en producciones futuras. Juan Antonio Sanabria, tenor lírico habitual en el repertorio italiano más belcantista y en música sinfónico vocal, entre otros repertorios es una voz de línea clara y a la vez poderosa, y crea un Albert crispado y aun así de hermoso timbre, toda una creación que logra estar a la altura de su oponente, Voievodin . El barítono aragonés Isaac Galán, que domina la primera mitad de la escena final, resuelve con acierto vocal el papel del Duque, personaje ajeno a la tragedia que traen a su residencia esos dos miembros de una familia envenenada. La breve actuación del tenor malagueño Gerardo López sirve para dibujar a la perfección el gestus social del prestamista. Finalmente, la breve intervención del bajo Javier Castañeda, voz potente y clara, sirve para dar prestancia a un papel, el del sirviente Iván, que podía pasar inadvertido. Sorprende en esta producción el buen hacer de estos cinco cantantes.
Es cierto que se echa de menos la orquesta. Pero también lo es que Borja Mariño alcanza todo un logro lírico y dramático en la construcción de la tragedia, en íntima acción con las voces. Y eso es fruto de muchos ensayos, más que de dirección de las entradas y los matices desde el piano.
Es muy recomendable descargar el programa de mano, que incluye la traducción del libreto, bilingüe (revisión y traducción del texto por Amelia Serraller Calvo), y artículos excelentes de Marina Frolova Walker (autora del monumental libro Russian music and Nationalism. From Glinka to Stalin, Yale University Press, 2007) y de la escritora y traductora literaria Marta Rebón, auténtica especialista en la cultura y la historia rusas (en este enlace).
Santiago Martín Bermúdez
(Foto: Dolores Iglesias – Fundación Juan March)