MADRID / El buen gusto según Amandine Beyer y Gli Incogniti
Madrid. Ateneo. 28-X-2023. Silva de Sirenas, Festival Encuentro de Música Antigua de Madrid (FESSMadrid). Gli Incogniti: Amandine Beyer (violín), Baldomero Barciela (viola da gamba) y Anna Fontana (clave). “J’aime mieux ce qui me touche”. Obras de François Couperin, Leclair, Chambonnières, Jean-Féry Rebel y Rameau.
Empezaré con una confesión. Asistí al concierto del que ahora doy cuenta en calidad de “oyente raso” y no de ese crítico ocasional en que por azares de la vida uno se ha convertido para extrañeza propia y quizás de ajenos. Sin embargo, aquí estoy intentando transmitir algo de lo que se pudo escuchar y ver en un evento extraordinario en todos los sentidos. Dicho de forma rápida: éste será, ocurra lo que ocurra de aquí a junio, uno de los mejores conciertos de la temporada en Madrid. Y no es cuestión de que esto pase desapercibido, especialmente porque ha sucedido lejos de los focos, en el seno de un festival modesto, el Festival Encuentro Silva de Sirenas –encomiable el esfuerzo de sus organizadores por sacar adelante un certamen de una enorme calidad artística– ante un puñado de espectadores que salimos casi transfigurados del mismo.
A ver cómo se lo cuento. Más que un concierto al uso, aquello parecía una reunión de amigos que desde hace tiempo tienen por costumbre juntarse en el salón de la casa de uno de ellos para hacer música y en la que nos han dejado colarnos. Por deferencia, intentamos no hacer ruido (ni una tos, ni un teléfono móvil sonando) y nos concentramos en el deleite de la música. Una de las anfitrionas, la violinista Amandine Beyer –que parece haberse vestido para la ocasión de forma precipitada con un conjunto de prendas inverosímil y divertidísimo– tiene incluso la generosidad de explicarnos algunas curiosidades de la obras que van a tocar; más que curiosidades, se trata de impresiones que esta música suscitan en ella y lo hace con una gracia y un sentido del humor irresistibles. Sólo falta que nos saquen un café y unas pastas. Y empiezan a tocar…
Suena el segundo de los conciertos de la colección de Concert Royaux de François Couperin. Y en ese inicio, en las frases del violín, en el acompañamiento del clave y la viola, está condensado todo el espíritu del periodo de la Regencia de Felipe de Orleans. Atrás quedó la grandilocuencia de los tiempos del Rey Sol pero tampoco se cae en la frivolidad que traerá el reinado de Luis XV. Todo transcurre en un clima de serenidad, elegancia, cierta levedad, moderación, buen gusto. Les puedo asegurar que nunca he escuchado esta música -por la que siento especial debilidad- interpretada de forma tan magistral. Y soy consciente de que esta palabra, “magistral”, no es quizás la más adecuada porque los músicos tocan como sin darse importancia, para pasar un buen rato y disfrutar de una música que –es evidente– aman. No hay prisas pero hay vitalidad. El violín de Beyer suena, alternativamente, melancólico y juguetón en los movimientos siguientes. Sus amigos le acompañan con discreción pero con pequeños toques que enriquecen y redondean la interpretación. Los músicos disfrutan y nos hacen disfrutar.
A continuación una sonata de Jean-Marie Leclair, la segunda de su colección de su Cuarto Libro de Sonatas para violín y bajo continuo, quizás su obra magna para el instrumento compuesta en 1743. Con Leclair seguimos en Francia pero se filtran los aires trasalpinos. La melancolía se conjuga con la energía y el virtuosismo. Y qué bien percibimos esto en la interpretación. El estatismo del andante inicial da paso a una robusta y vigorosa allemande. Tras la melancólica –no podía ser de otra manera– sarabande, llega un nada inofensivo minuetto, lleno de desafíos para la violinista pero que ésta resuelve con naturalidad, no hay ceños fruncidos, sólo sonrisas, no tiene que demostrar nada, estamos aquí para pasárnoslo bien.
A continuación la violinista y el violista se retiran. No sabemos si se les ha olvidado algo o les ha entrado sed. La clavecinista se queda sola y empieza a tocar. Bueno, para ser sinceros las cosas no ocurrieron así pero podrían haberlo hecho. Se non è vero… En realidad, la violinista nos ha anunciado previamente la siguiente obra, una suite del segundo libro de Jacques Champion de Chambonnières, publicado junto al primero en 1670. Más allá de algunas piezas manuscritas, ésta es toda la obra que nos ha quedado de Chambonnières, junto a Louis Couperin, el clavecinista más importante de la escuela francesa anterior a D’Anglebert. Como nos contó Beyer, su influencia y reconocimiento fueron enormes en la época y su estilo es heredero de la tradición de los laudistas franceses del siglo XVII, con el característico estilo brisé.
El nombre de Anna Fontana no dirá gran cosa a la mayor parte del público. Sin embargo, es una clavecinista portentosa. De nuevo la palabra no le pega, porque ella es todo modestia y discreción. Ha desarrollado su carrera como continuista con grandes grupos, en los últimos años especialmente con Gli Incogniti, pero podría haber hecho una gran carrera como solista (me viene a la mente un caso parecido, el de Béatrice Martin). Comparte con Beyer algo impagable en este repertorio: con ella la música respira, tiene el élan, el impulso propio de la música barroca francesa, es refinada pero le añade una luminosidad mediterránea que se agradece ante, en ocasiones, tanta severidad. Y esto es lo que nos ofreció en su Chambonnières, en el que la música fluyó sin quedar ahogada por la profusa ornamentación, con una articulación conveniente, evitando la rigidez y derrochando elegancia.
Volvieron la violinista y el violista para interpretar otra sonata para violín, en este caso de Jean-Féry Rebel, la sexta de su colección de 1713. Podríamos decir muchas cosas de este compositor pero parecen fuera de lugar en una reunión tan relajada. De hecho, los músicos empiezan a tocar en esta ocasión sin explicaciones previas. Con Rebel, Amandine Beyer y Baldomero Barciela, el violista, parecen volver a sus comienzos, pues a él dedicaron uno de sus primeros discos, entonces con su grupo L’Assemblée des Honnestes Curieux, cuyo nombre, por cierto, hace referencia a una atípica sociedad en la que estuvo involucrado Chambonnières. En esta sonata la viola parece salir de su, hasta ahora, discreto segundo plano para dialogar con el violín, de forma calmada, estamos entre amigos, no hace falta elevar la voz. En Rebel, mucho antes que Leclair, se empiezan a colar ya los aires italianos, bien es verdad que atemperados por un inequívoco gusto francés. Su música recuerda la de ese gran compositor, injustamente infravalorado, que es Michelle Mascitti. Qué lejos está lo que escuchamos de la anodina versión de Andrew Manze. En este Rebel de Gli Incogniti la respiración no deviene quietud, la música avanza al ritmo que tiene que hacerlo y hay espacio en los movimientos pares para la alegría, contenida eso sí, estamos en Francia, je vous en prie. Incluso el tercer movimiento, que en la versión de Manze es como un tombeau, aquí está convenientemente aligerado; de hecho la indicación es gracieusement, no hay razón para ponernos serios y solemnes.
Y para terminar la velada, Rameau. ¿Qué más se puede pedir? La quinta de sus Pièces de clavecin en concert. La violinista se sienta, no porque esté cansada o le hagan daño los dieciochescos zapatos de tacón que no está acostumbrada a usar sino porque, como ella misma nos explica, hay que ceder el protagonismo al clave. Rameau en esta obra es uno de los primeros compositores en destacar el papel solista que podía desempeñar este instrumento aunque yo lo veo más bien como una conversación, de nuevo, en la que el que más habla, por una vez, es el teclado. Y la conversación discurre de la mejor forma posible, si acaso nos gustaría que la viola se elevase un poco más en algunos momentos, pero son minucias, la música es adorable y la interpretación discurre en un clima de intimidad y buen gusto, sin aspavientos ni peleas de ningún instrumento por querer ganar protagonismo. Se palpa el entendimiento y la complicidad. Los tempi no caen en los excesos de algunas versiones, no hay amaneramientos, todo discurre con naturalidad al ritmo que parece demandar la música. Cuando acaba el último movimiento, que lleva por nombre el de uno de los grandes ausentes en el programa –La Marais–, irrumpimos en aplausos pero no de ésos que se dan para que haya propinas o los aplausos enfervorecidos fruto de un entusiasmo desmedido, sino aplausos de verdad, agradecidos y de reconocimiento a unos músicos que han afrontado el concierto con la relajación de estar tocando en su casa pero con la exigencia artística de encontrarse en la sala de conciertos más prestigiosa que se pueda imaginar.
De propina, el endiablado tambourin de la tercera sonata de la misma colección de Leclair (Beyer no cae en la trampa del virtuosismo fácil ni en los pasajes técnicos más exigentes) y un movimiento de los Concerts Royaux de Couperin. ¿Cuál? Qué más da. Estos músicos tienen que grabar esa colección. No se puede tocar mejor esa música.
“J’aime mieux ce qui me touche…”. Me gusta más aquello que me conmueve. Esta frase de Couperin es la que servía de título al concierto y no se me ocurre mejor forma de resumir el espíritu de la interpretación. Brindemos por más conciertos como éste.
Imanol Temprano Lecuona
(fotos: Juan Portilla)