MADRID / El Bach Vermut se va al cine
Madrid. Auditorio Nacional.21-I-2023. Juan de la Rubia, órgano. Improvisaciones organísticas sobre la película de Buster Keaton ‘El maquinista de la General’.
Si ha habido un ciclo capaz de marcar una época y una transformación de costumbres musicales en los últimos años, ese es el Bach Vermut, una idea de Antonio Moral cuando dirigía el CNDM con la que la falta tradicional de público en los recitales de órgano en los auditorios se transformó en jornadas de júbilo sonoro repletas de asistentes. Sesiones matinales en las que por fin se podía ver, aunque fuera en pantalla, al organista, saber las obras que realmente se interpretaban y ver cómo se tocaban físicamente. Y la posibilidad de alternar la música con un aperitivo sabatino. Se empezó con Bach con un rotundo éxito, pero se ha ido modulando con otras posibilidades organísticas y el tema se ha continuado y variado en la etapa actual dirigida por Francisco Lorenzo y ahora, tras las limitaciones de la pandemia, se han recuperado los puntos de venta de aperitivos con los que se empezó en su día.
Si el órgano tiene un amplio repertorio en todos los tiempos, no es menos cierto que, desde la baja Edad Media, a los organistas titulares de catedrales e iglesias se le exigía una prueba de capacidad improvisatoria pues era algo necesario en la liturgia cotidiana. Es cierto que la improvisación es en sí un género musical, pero también que no todo buen intérprete tiene capacidad para ser buen improvisador. Juan de la Rubia es, sin duda, una de las grandes figuras del órgano español actual y, además, es uno de los mejores improvisadores internacionales en ese instrumento.
En este concierto, la improvisación, amplia y larga, debía ilustrar una de las más clasicas películas del cine mudo: El maquinista de la general de Buster Keaton. De la Rubia la planteó muy bien, perfectamente sincronizado con lo que ocurre en el film, que se proyectaba en dos grandes pantallas, y haciendo además buena música que no funcionaba al estilo onomatopéyico, tan habitual en ciertas películas sonoras de dibujos, sino ambientando escenas y apoyando acciones y gestos. Música de calidad, estéticamente homogénea, y acorde con el carácter de la película que, además, sabía extraer las mejores posibilidades sonoras y tímbricas del magnífico órgano Grenzig que posee el Auditorio Nacional. Toda una lección de órgano de la mejor calidad.
El público se lo pasó en grande tanto con la película como con la música y, sobre todo, con el buen engarce entre ambas cosas. Deparó a Juan de la Rubia un éxito sensacional, que era totalmente merecido, porque fue un gran intérprete y un gran músico, algo que no siempre va junto.
Acabada la sesión musical, como es habitual el vermut continuó en este caso acompañado en el foyer por música de jazz en torno a los temas de Bach. Un grupo formado por Maureen Choi (violín), Daniel García Diego (piano), Mario Carrillo (contrabajo) y Michael Olivera (batería) se desenvolvió con soltura y flexibilidad en torno a estas postsesiones que también tienen su función y su enjundia. Una muy buena manera de emplear artísticamente una mañana de sábado.
Tomás Marco
(Foto: Rafa Martín / CNDM)