MADRID / El ángel de la muerte sobrevuela la música
Madrid. Auditorio Nacional. 17-XI-2023. Maite Beaumont, mezzosoprano, Joan Martín-Royo, barítono. Nelson Goerne, piano. Orquesta Nacional de España. Director: Josep Pons. Obras de Wagner, Colomer, Mozart y Scriabin.
Los regresos de Josep Pons al podio de la Orquesta Nacional están marcados no solo por el interés de volver a ver y escuchar a quien fue un gran titular de la agrupación sino por la coherencia y el atractivo de sus programas. El de esta ocasión ofrecía variantes sobre la presencia de la muerte, un tema que tiene múltiples apariciones a lo largo de la historia y que ha dado muchas obras maestras, pues el ángel de la muerte visita a la música como otra cara del ángel de la belleza.
Nada más ilustrativo de lo antedicho que la obra que abría el programa, uno de los puntos culminantes de Wagner, el Preludio y muerte de Isolda, dos fragmentos indisolubles de la misma hondura armónica, ese Liebestod donde el amor y la muerte son prácticamente la misma cosa, algo capaz de arrastrar la emoción hasta límites inimaginables en esa sucesión de oleadas instrumentales que fueron descritas antaño como “técnica de orgasmo” y que pueden también representar una explosión de agonía. Pons hace una versión honda, sin exageraciones pero sin tampoco frialdad preciosista, dejando que la música fluya y nos envuelva hasta penetrarnos, consiguiendo que la cabeza y el corazón marchen juntos para que la música se equilibre y cobre todo su valor. Versión de interés, muy bien secundada por los profesores de la orquesta que mostraron la calidad que este grupo puede tener.
Otro aspecto de la muerte, no menos trágico y a veces más insondable, es el tratado por el valenciano Juan José Colomer (1966) en El silencio después. Obra encargada por la ONE, es una reflexión sobre el suicidio, uno real en este caso, y utiliza poemas de Javier Bonet Silvestre en tres secuencia encadenadas, la primera con barítono, luego con soprano, en ambos casos sobre el mismo texto, y alternando a los dos cantantes en la tercera sección. Música sencilla y expresiva, que desliza el dolor hacia la nostalgia. Tanto la mezzosoprano Maite Beaumont como el barítono Joan Martín-Royo la cantaron muy bien y el público la acogió con calidez.
No voy decir que el Concierto nº 23 en la mayor KV 488 de Mozart sea una obra fúnebre, pero sí que es de las obras verdaderamente grandes del autor, marcada por una amable seriedad que ahonda en lo más íntimo y con un despliegue formal, especialmente en el primer movimiento, casi único. El solista era el pianista argentino Nelson Goerne, un artista muy premiado y dotado de una técnica limpia y hermosa capaz de entrar de lleno en las honduras de una música que engaña con su aparente sencillez. Goerne tocó el concierto con convicción aunque con ciertas vacilaciones de tiempo que no siempre se correspondían con lo marcado por el director. Estuvo quizá demasiado vertiginoso al final, pero hizo llegar nítidamente el mensaje de una obra que es profunda y compleja por mucho que aparente alejarse de los problemas. Buen acompañamiento de Pons, que se adaptó muy bien a ciertos tirones de tiempo del solista y la ONE mostró su ductilidad.
Finalmente, una partitura a la que se le resiste el título de obra maestra que sin duda merece. El Poema del éxtasis, seguramente la aportación más completa de Alexander Scriabin, nos sumerge en una contemplativa y ardiente presencia armónica y tímbrica que pretende lo que el título sugiere, un éxtasis total, ese que está también cerca de la muerte como lo está el amor wagneriano o el éxtasis de los grandes místicos. Una orquesta que se desata en oleadas, una concatenación temática que transcurre por meandros y regiones remotas pero que siempre nos lleva paso a paso subiendo los peldaños de una exaltación donde el ángel de la muerte y el ángel del éxtasis confluyen en la honda emoción estética. Una enorme obra que tuvo una versión totalmente comprendida y asumida por Pons, que llevó en volandas a la orquesta a una de sus mejores actuaciones de esta temporada y que fue acogida con enorme éxito. Rilke decía que todo ángel es terrible. Añadiríamos que también bello. Y el de la muerte, uno de los más musicales.
Tomás Marco