MADRID / Don Carlo: cuarta opción

Teatro Real. 18 y 19-IX-2019. Verdi: Don Carlo. Dmitry Belosselskiy/Michele Pertusi (Filippo II), Marcelo Puente/Andrea Carè (Don Carlo), Maria Agresta/Ainhoa Arteta (Elisabetta di Valois), Ekaterina Semenchuk/Silvia Tro Santafé (Eboli), Luca Salsi/Simone Piazzola (Posa), Mika Kares/Rafal Siwek (Gran Inquisidor), Fernando Radó (Un fraile), Natalia Labourdette (Tebaldo). Coro y Orquesta del Teatro Real. Director: Nicola Luisotti. Director de escena: David McVicar (repuesta por Axel Weidauer).
Para la producción de apertura de temporada que sustituía la muy brillante de Hugo de Ana (2001, repuesta en 2011) se eligió la versión italiana del Don Carlo (Modena 1886), la que recuperaba el acto de Fontainebleau omitido en la anterior de la Scala (1884), manteniendo las importantes modificaciones realizadas por Verdi para esta ocasión milanesa y evitando una vez más el (molesto) ballet. La obra gana así en coherencia, ya que en el acto francés se exponen temas que luego reaparecerán dando más contenido y claridad a la narración.
Nicola Luisotti realizó una lectura ejemplar, unificando los momentos de más aparato musical y escénico con los de mayor intimidad, y obteniendo así un ejemplar equilibrio (aunque a veces se excediera en el volumen orquestal, como sucedió en el monumental dúo de los bajos, donde hubo que intuir más que disfrutar del que se podía imaginar buen Inquisidor de Mika Kares). En contrapartida se apreciaron colores y matices orquestales expuestos con cristalino relieve. El coro por su lado (incluidos los seis compactos diputados flamencos) no asombró que estuviera a la altura de la nada fácil tarea.
Sin desestimar las escenas de masa o públicas (respetable la solución del complicado auto da fe), David McVicar se centró en las tormentosas relaciones que más bien desvinculan que unen a los personajes, con una dirección actoral minuciosa en definición y desarrollo; por ello hasta se pueda aceptar la discutible solución final: Carlo muere asesinado en contra de lo que indica el libreto, momento escénico por otro lado de conseguida plasmación. El decorado de Robert Jones es el mismo para toda la ópera, convenientemente matizado por elementos capaces de individualizar cada cuadro, colaborando la iluminación (muy decisiva en ciertas escenas) de Joachim Klein. Todo ello resultó oportuno para exponer limpiamente (y sin tentaciones de originalidad) el contenido de la obra. El vestuario de Brigitte Reiffenstuel, con predominio del negro, fue un añadido más para reflejar la época y el ambiente.
Maria Agresta, la voz muy fría como la del tenor en el primer acto, aprovechó sus tres momentos más cantables (en especial la soberbia aria del quinto acto) a más del dúo final para demostrar que es una Elisabetta importante: no se pueden cantar mejor esos fragmentos, magnificados por una presencia en escena auténticamente regia. Como antítesis a la controlada personalidad de esta resignada reina, la parte de Eboli destaca por su volcánico temperamento rematado por fulminantes ascensos agudos. Estos dos requisitos, junto al lúdico y el sensual, fueron colmados con cierta satisfacción por una exuberante Ekaterina Semenchuk hasta que, sorprendentemente, no culminó el esperadísimo O don fatale como iba prometiendo por lo previamente escuchado, ya que los agudos fueron cortos de aliento y la intérprete ninguneó entrega. La importante voz de Dmitry Belosselskiy y sus modales autoritarios, convenientemente controlados para su gran escena íntima, le permitieron definir un Filippo de considerable estatura. Luca Salsi movió a Posa entre esos dos polos de su caballeresca personalidad: la del hombre idealista y la del amigo tierno y paternal. Una sobresaliente actuación vocal rica de matices y paralela a la escénica. Marcelo Puente dispone de medios muy estimables, con un colorido que permite asociarlo al Don Carlo más lírico; cuidadoso del desarrollo melódico, atento a las regulaciones, apasionado de acentos, sonó apurado en algunas partes de empuje y no todos los agudos, a veces contraídos, se emitieron con homogénea claridad.
En la segunda función y con el segundo reparto, Luisotti se mostró más atento al escenario, donde el nuevo Don Carlo, Andrea Carè, con una voz de espléndida pigmentación mediterránea, intermitentemente exhibía agudos de plenitud sonora con otros de menor firmeza, puede que por inseguridad o nervios, cantando siempre con una sosería o distanciamiento casi irritantes. Lástima, porque la voz, cuando el cantante se sintió más resguardado, sonó con belleza arrebatadora. La vocalidad de Silvia Tro Santafé está cercana a la de falcon que caracteriza a la Eboli. Tras un canto del velo lleno de gracia (curiosamente, en lugar de las notas picadas que emitió la Semenchuk, Tro las cantó legato), pasó con menor dramatismo que la colega rusa por el terceto para brillar con agudos firmes y generosos en una exposición desprendida del aria. La octava superior de Simone Piazzola no estuvo siempre debidamente emitida y el intérprete se preocupó demasiado en ostentar que en profundizar a Posa, pero tuvo momentos de relieve como en la escena de la muerte. De un gran bajo rossiniano, Michele Pertusi se ha reciclado en un interesante bajo verdiano (pero conviene recordar que en sus inicios fue el conde Walter de Luisa Miller junto a Bergonzi, allá por 1985). Para servir a Verdi, y a Filippo II en particular, posee nobleza y anchura vocales, registro y volumen a la par que talante expresivo. Su mejor momento fue el del aria, de impecable despliegue de concepto, estilo y canto, pero en el dramático dúo con el Inquisidor fue un tanto achicado por la imponente sonoridad y los iracundos acentos de Rafal Siwek. La siempre audible Elisabetta de Ainhoa Arteta, de exquisita musicalidad, medias voces aterciopeladas (doblegando además un registro agudo con evidente peligro de perder el control descontrolarse) diseñó una actuación inevitablemente dirigida al quinto acto donde, de principio a fin, estuvo magnífica, incluso deslumbrante. En el equipo de apoyo, con Fernando Radó dando cuenta de un rico registro grave además de Moises Marín (Heraldo-Lerma) y Natalia Labourdette (digno y gracioso Tebaldo), merece destacarse a Leonor Bonilla, digna de mejores empeños que el de la voz celeste.
Fernando Fraga
[Foto: Javier del Real]
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