MADRID / Domenico Scarlartti deslumbra en la prodigiosa voz de Ana Vieira Leite
Madrid. Basílica Pontificia de San Miguel. 31-III-2022. Festival de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid (FIAS). Ana Vieira Leite, soprano. Concerto 1700. Director y violín: Daniel Pinteño. Obras de Domenico Scarlatti.
Hay músicos con los que la historia todavía no ha hecho justicia. Y menos en un país como España, donde el desdén por su patrimonio cultural resulta proverbial. Domenico Scarlatti es uno de ellos. Sí, ya se sabe… ¡quién no ha oído alguna vez de que fue un prolífico autor de sonatas para teclado! Pero… ¿y su música vocal? ¿Ha escuchado alguno de ustedes alguna de sus óperas? ¿O de sus oratorios? ¿O alguna de sus cantatas de cámara? Sería un milagro que lo hubieran hecho, porque no se programan nunca y porque rara vez alguien se anima a registrar algo de su repertorio vocal en disco.
Scarlatti pasó los últimos 32 años de su vida en España y buena parte de ese tiempo lo dedicó a componer música vocal para solaz de su patrona, Bárbara de Braganza, y del entorno regio. Sus cantatas de cámara (algunas de ellas, con textos de Metastasio) eran interpretadas en las veladas nocturnas primaverales del Palacio Real de Aranjuez por el castrato Farinelli y por la amante de este, la soprano Teresa Castellini. Doce ellas fueron agrupadas cuidadosamente por Farinelli en un lujoso cuaderno y enviadas a su querido amigo Metastasio, que entonces residía en Viena. A la muerte del insigne poeta, el cuaderno acabó en la Biblioteca Nacional de Viena. Hace algo más de veinte años, el contratenor Max Emanuel Cencic descubrió la colección y grabó varias, pero no fueron muchos los que repararon en la belleza de esta música. Cautivadora belleza, como ayer pudieron comprobar los que la escucharon en la Basílica Pontificia de San Miguel gracias al Festival de Música Religiosa de la Comunidad de Madrid.
Daniel Pinteño, director del grupo Concerto 1700, ha presentado un programa que contiene tres de aquellas cantatas que Farinelli envió a Metastasio (y que, con toda probabilidad, fueron cantadas por él mismo en Aranjuez): Dir vorrei, ah m’arrossisco, Pur nel sonno almen tal’ora y Se fedele tu m’adori, además de la Sonata K. 81 (que forma parte de un reducidísimo grupo de sonatas que poco tiene que ver con el resto de su vasta producción para teclado, ya que están escritas con una línea de tiple y un bajo cifrado, por lo que pueden interpretarse sin problema con dos violines y continuo) y un par de introducciones de cantatas (la primera, de O qual meco Nice cangiata, es otra de aquellas cantatas que figuran en el cuaderno de Metastasio).
En esta ocasión, Pinteño ha buscado la colaboración de una de las voces más espectaculares que han irrumpido en el panorama musical de los últimos tiempos: Ana Vieira Leite. Con apenas 25 años, la soprano portuguesa es un torrente que arroya todo a su paso, vaya a donde vaya. Tuve la inmensa fortuna de escucharla por primera hace un par de años en Foz, en el Festival Bal y Gay, y el pasado mes de octubre volví a escucharla en el Palau de Les Arts de Valencia, durante la gira que William Christie, Les Arts Florissants y Le Jardin des Voix han venido realizando por diversos países de Europa con la ópera haendeliana Partenope. Habida cuenta de su polivalencia (abarca desde la música renacentista hasta la contemporánea, pasando, como buena portuguesa que es, por el fado) y de su juventud, tengo el más absoluto convencimiento de que va a ser una de las grandes voces de la lírica en las próximas décadas.
Como no podía ser de otra manera, Viera Leite impresionó a quienes se dieron cita en la Basílica Pontificia de San Miguel. De ella asombra todo: la sedosidad de su voz, la forma en que la proyecta, su nada desdeñable volumen, su coloratura, su fiato, su prosodia (se le entiende todo lo que dice, ya sea en italiano o en francés)… Pero lo que quizá destaque por encima de todo es su seguridad. No se percibe nunca en ella el más mínimo titubeo. Apabulla ese dominio suyo de la voz, de la música, de la escena, esa comodidad con que se muestra, su aparente falta de esfuerzo… Y no, no crean que es música sencilla de cantar, porque esta música de Scarlatti fue compuesta para que la interpretara una de las más grandes voces de la historia, es decir, Farinelli.
Su comunión con el grupo orquestal (los violines de Pinteño y de Fumiko Morie, el violonchelo de Ester Domingo, la tiorba y la guitarra de Pablo Zapico, y el clave de Ignacio Prego) fue total. Ellos mismos debieron de darse cuenta de que estaban viviendo un momento especial y no dudaron en poner todo su talento (que es mucho) al servicio de este auténtico ruiseñor luso, cuya voz tenga a bien guardar Dios durante largos años.
Eduardo Torrico
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