MADRID / Dmitry Matvienko: fabuloso estreno con la ORCAM

Madrid. Auditorio Nacional. 17-X-2022. Anaís María Romero, trompa. César Asensi, trompeta. Mario Torrijo, tuba. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director: Dmitry Matvienko. Obras de Chaikovski, Previn y Mussorgski.
Minsk es la capital de Bielorrusia. Karevo es una villa rural al noreste de Rusia, en la región de Peskov, cerca de Estonia. Entre Minsk y Karevo median unos 430 km. Berlín es la capital de Alemania. A Minsk la separan más de 1.000 km de Berlín; y más de 2.000 km separan a Minsk de Vótkinsk, en la república rusa de Udmurtia, al pie de los Urales. Por último, entre Madrid y Minsk hay unos 3.400 km de distancia. No es que uno quiera darles lecciones de geografía, no, ni tampoco hacer alarde de cálculos geodésicos (ahora todo se puede a golpe de clic en internet). Es mucho más sencillo. En Karevo nació Modest Mussorgski, en 1839. Un año más tarde lo haría Piotr Ilich Chaikovski en Vótkinsk. Tendrían que pasar 90 años hasta que André Previn naciese en Berlín, en 1929 y 161 hasta que, en 1990, ocurriera un milagro en Minsk, el atávico milagro de la vida. Todo esto para decirles que allí nació el director de orquesta y bienhallado protagonista del concierto que anoche ofreció la Orquesta de la Comunidad Autónoma de Madrid (ORCAM) en el Auditorio Nacional de Música: Dmitry Matvienko. Quédense con ese nombre, porque tiene toda la pinta de que dará mucho que hablar.
Uno no es proclive a hablar de premios y concursos, así que quien tenga mucho interés en conocer los que ha ganado Dmitry Matvienko, que indague, porque los ha ganado. Por el momento, uno se queda con lo más importante: Matvienko es un extraordinario director de orquesta, joven, afable y campechano. Y cuando más arriba uno escribió que fue el protagonista del concierto de la ORCAM, lo que quería decir es que fue protagonista porque hizo brillar a la orquesta y a los solistas: Anaís María Romero (trompa), César Asensi (trompeta) y Mario Torrijo (tuba). Tiene un modo de dirigir peculiar, en el que se nota que su primera formación fue como corista y director de coro, es decir, que amasa el sonido con las manos. Gesto pausado, pero enérgico; esconde la mano izquierda detrás de la espalda para dirigir con la derecha los pasajes rítmicos; dirige con y sin batuta de forma inconsciente, es decir, es intuitivo, fogoso y entusiasta. En resumidas cuentas, transmite tanto a los músicos de la orquesta como al público.
El programa del concierto era muy interesante por la combinación de dos obras muy populares con una poco conocida. En la primera parte, la obertura-fantasía Romeo y Julieta, de Chaikovski y el estreno en España del Triple concierto para trompa, trompeta, tuba y orquesta, de André Previn; en la segunda parte, los famosos Cuadros de una exposición, de Mussorgski, en la versión orquestada en 1922 por Maurice Ravel.
Muchas personas conocen la obertura de Romeo y Julieta por el cine, pues suena en numerosas películas. Anoche sonó muy bien. La ORCAM se mostró muy buena forma. Chaikovski compuso la primera versión de esta obertura en 1869. Sin embargo, la revisó posteriormente, como muy bien señala Μartín Llade en las estupendas notas al programa: “En 1880, cuando Chaikovski se había alejado de Balakirev y los Cinco lo consideraban un ‘occidental descarado’, además de su bestia negra, retocó la partitura, con un final mucho más optimista en el que el motivo amoroso acaba prevaleciendo, aunque con ecos más etéreos, en una suerte de reencuentro celestial de los amantes de Verona”. La ORCAM hizo un maravilloso viaje, lleno de contrastes y pasión, hasta ese reencuentro celestial de los amantes.
André Previn compuso el Triple concierto para trompa, trompeta, tuba y orquesta en 2011. Está escrito en tres movimientos —el primero rápido con la indicación metronómica negra = 138; el segundo, Muy lento; y el tercero, negra con puntillo = 120— y dura unos 18 minutos. Fue un encargo original de la Orquesta Sinfónica de Pittsburgh. El estreno mundial fue el 9 de marzo de 2012, en Estados Unidos. “No se me ocurre nadie que haya escrito un concierto para trompeta, trompa y tuba”, esas son las palabras del propio André Previn refiriéndose a su concierto. Y, ciertamente, es único en su género. Comienza con los solistas introduciendo un motivo que no será el principal, pero que se irá transformando según intervienen la trompeta, la trompa y la tuba en un diálogo interesantísimo y atrayente. La interpretación de Anaís María Romero, César Asensi y Mario Torrijo fue buenísima. Tuvieron opción de descansar un poco en el segundo movimiento, menos virtuosístico para lanzarse otra vez al rítmico tercer movimiento, en forma rondó, que requiere toda la atención de los solistas. El público aplaudió reconociendo el esfuerzo y la buena música. Y como dijimos al principio, Dmitry Matvienko les hizo brillar dándoles el protagonismo, tanto durante la interpretación como en los aplausos.
La interpretación de los Cuadros de una exposición fue de las que no ha visto y escuchado uno en mucho tiempo. Aquí Dmitry Matvienko hizo sonar a la ORCAM en todo su esplendor conduciendo al oyente por esos cuadros de Viktor Hartmann en los que se basó Mussorgski, quien compuso esta obra originalmente para piano. Por cierto, esta misma semana, la pianista Anna Fedorova interpretará esta obra para piano solo también en el Auditorio Nacional, por si alguien siente la curiosidad de comparar la versión orquestada y la original. Dmitry Matvienko dirigió sin batuta, amasando el sonido, tocándolo para hacer que la orquesta transmitiera toda esa riqueza de timbres que Maurice Ravel dio a la partitura de Mussorgski. Y el cuadro final, La Gran Puerta de Kiev fue apoteósico y emocionante. La ORCAM fue muy aplaudida y, lo más reconfortante, congregó a bastante gente joven, cosa no muy habitual en las salas de conciertos, en las que abundan las personas que peinan canas.
Si recuerdan esa breve disertación geográfica y geodésica del comienzo, hagan el siguiente experimento. Intenten rellenar todos esos lugares, todas esas distancias espaciales y temporales, con las experiencias vitales de sus protagonistas Mussorgski, Chaikovski y Previn; luego añádanle todos esos años de formación de un joven director de orquesta de 32 años y de todos los músicos, solistas incluidos, de la orquesta que dirigió anoche. Si hacen el esfuerzo y lo logran, entenderán en toda plenitud, belleza y hondura el siguiente mensaje: el estreno de Dmitry Matvienko en Madrid fue fabuloso.
Michael Thallium
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