MADRID / Deslumbrante Gautier Gapuçon
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 21-IV-2022. Ciclo Liceo de Cámara del CMDM. Gautier Capuçon, violonchelo. Obras de Bach, Dutilleux y Kodály.
Gautier Capuçon es, sin lugar a duda, uno de los violonchelistas más importantes de los últimos años. Demandado por las mejores orquestas y partenaire habitual en música de cámara de los más grandes solistas, su visita al Liceo de Cámara del CNDM se esperaba con gran expectación tras el éxito de la temporada pasada junto a la pianista venezolana Gabriela Montero. Capuçon confeccionó un programa para violonchelo solo de altos vuelos, jalonado por dos piedras angulares del repertorio que están separadas por dos siglos: la Suite nº 1 en Sol mayor de Johan Sebastian Bach y la Sonata en Si menor de Zoltán Kodály. Entre ambas obras intercaló las Trois strophes sur le nom de Sacher de Henri Dutilleux, que le fue encargado en su día por Mstislav Rostropovich. Añadamos que la selección corresponde exactamente al primer CD de su álbum Souvenirs, cuya reseña pueden encontrar en nuestra revista del pasado mes de enero.
El violonchelista francés tiene la misma soltura dirigiéndose al público que tocando su instrumento y, así, comenzó compartiendo con el respetable la felicidad que le suponía estar de vuelta en Madrid y haciendo un alegato por la paz, tras lo cual interpretó de forma magistral el inevitable Canto de los pájaros de Pablo Casals, convenientemente saboteado por el primer móvil de la velada. Sin inmutarse, encadenó prácticamente con el Preludio de la Suite de Bach. Capuçon hizo gala desde el comienzo de una sonoridad plena y de gran belleza y de un manejo magistral del arco, que compensó una visión un tanto alejada del espíritu de la suite. Quizá por pretender frenar un temperamento que tiende a la brillantez y adecuarse a un estilo relativamente austero, como demanda Bach, el solista obvió un tanto el carácter danzante de cada movimiento. Una Courante con ciertas precipitaciones y una Giga un tanto apagada fueron quizá los momentos menos interesantes.
Antes de atacar la obra de Dutilleux, Capuçon explicó al público que, como es de rigor — y bien comenta Luis Suñén en las notas al programa— el compositor francés utilizó la transcripción a la notación alemana del apellido “Sacher” para el tema, ya que el encargo de Rostropovich había sido motivado por el septuagésimo aniversario del director suizo Paul Sacher. Además, indicó que para tocar esta obra la scordatura o afinación de las cuerdas es un tanto peculiar, puesto que las dos más graves han de bajar uno y medio tono respectivamente. Siempre se agradecen las introducciones didácticas, sobre todo con partituras poco conocidas y de acceso más difícil. Se podría decir que estas Tres estrofas suponen un catálogo de todas las posibilidades técnicas que ofrece el violonchelo y que Capuçon las solventó con la perfección y seguridad que le caracterizan.
En este momento del concierto, nos habló de su Fundación para la promoción de jóvenes músicos, más necesaria que nunca tras la zozobra provocada por la pandemia que aún nos asuela (con o sin mascarilla) y nos presentó al joven ganador de la última edición del concurso que organiza anualmente, el pianista francés Kim Bernard, que tuvo a bien interpretar fuera de programa y ante un público ciertamente sorprendido (decir “cautivo” no es quizá muy amable, teniendo en cuenta la sin duda bienintencionada idea de Capuçon y la solidaria colaboración del CNDM) una pieza del Arte de la Fuga de Bach y Réflets dans l´eau y L´isle joyeuse de Debussy. Como era algo absolutamente inesperado e imprevisto, no nos parece procedente reseñar este intermedio, aunque no podemos dejar de anotar la curiosidad de que, horas antes, a las 14:00 exactamente, ambos músicos interpretaron el mismo programa en el Club Monteverdi de la capital. El público asistente al evento privado sí era conocedor del añadido pianístico, por lo que hemos podido comprobar en el programa. Mención de honor a la señora de la mascarilla rosa de la última fila de tribuna que arruinó con su tos los reflejos acuáticos y hasta las columnas de hormigón. Estoy por comprarme un puntero láser para ir al Auditorio Nacional para, por lo menos, dejar en evidencia a los destrozaconciertos.
Volvió Capuçon con su violonchelo para hablarnos de Kodály, su relación con la música popular húngara, la nueva scordatura de las cuerdas graves y recordarnos que esta Sonata en Si menor de 1915 es una de las obras más difíciles jamás escritas para su instrumento. Tras solicitar que le deseáramos suerte —con el deje pillín de quien sabe que no la necesita porque él lo vale— atacó lo que sin duda fue el gran momento del concierto. La partitura de Kodály, en la que la influencia folclórica es patente y los destellos debussystas surgen aquí y allá con maestría, es realmente hermosísima. El instrumento es llevado al límite una y otra vez, pero Capuçon no sólo tiene un control absolutamente fuera de serie de los medios técnicos, sino que vive en tal comunión con su instrumento y lo conoce de tal manera, que, a pesar de la dificultad casi demoníaca y los riesgos que no duda en correr, en ningún momento dio la impresión de rozar el precipicio. Destaquemos una vez más la sonoridad redonda y hermosísima y una amplitud dinámica como es raro escuchar al violonchelo. Y además, en el Andante sostenuto pudimos también conocer a un Capuçon casi trágico, absorto en ese lamento que se transforma en furia incontenible en el último movimiento, ese Allegro molto vivace en el que nos dejó literalmente sin respiración. Deslumbrante.
Tras la salva de aplausos, el francés se despidió con Ambre Cello, una obra del joven violonchelista español y alumno suyo, Javier Martínez Campos, composición también presente en el citado CD.
Ana García Urcola