MADRID / Desde el ideal clasicista

Madrid, 14.I.2020. Auditorio Nacional. Temporada ORCAM. Director: Christian Zacharias. Obras de Ludwig van Beethoven.
La ORCAM nos da sustos. Los equilibrios suelen depender de factores cuya evidencia es más patente cuando se han perdido (los factores y los equilibrios). Si nos pusiéramos en modo oriental diríamos: No desdeñes la pieza insignificante, porque no lo es; busca la insignificancia en tu propio error. Aviso para navegantes, músicos de atril, gestores y políticos de paso. En lo que se refiere a estos últimos, aviso especial para los que consideran que ellos sí valoran y practican la excelencia.
Al menos, que la conmoción se note lo menos posible en un concierto determinado. No se notó, o eso creemos o queremos creer, en el concierto de la ORCAM del pasado martes día 14, día de San Félix. Pocas veces se encuentran las orquestas ante un artista como Christian Zacharias para ponérsele al frente con la batuta (buen director) y como solista (uno de los grandes pianistas de hoy). Tal vez esta vez se sintieron los músicos motivados lo suficiente como para entregarse a un artista, por su calibre. Quién sabe, no lo puedo uno asegurar.
El programa era monográfico: Beethoven manda en este año que conmemora los doscientos cincuenta de su nacimiento. Una divertida lectura de una página de circunstancias, un Beethoven menor pero espléndido, la Victoria de Wellington, dio un grato comienzo a esta velada, que así prometía que íbamos a asistir a un concierto de envergadura, con esas entradas de jóvenes percusiones y metales, con las citas y travesuras de una página que es la victoria contra el enemigo, pero para Beethoven es la victoria en un país que se ha convertido en un estado policial moderno y temprano.
Tanto el Concierto nº 3 como la Sinfonía nº 3, Eroica, se dan a conocer después de los días amargos del Testamento de Heligenstadt (esa carta a sus hermanos que nunca envió, pero que de momento dejó “para después de mi muerte”). Y ambas son obras decisivas en la radical transformación del nivel de conciencia musical que conseguirá Beethoven. Así, pues, su interpretación tenía una lógica que iba más allá de lo monográfico: aquí arrancó todo, podía decirse. No es que empezara, había empezado antes; es que ahí arrancó. En especial, con la Eroica.
Pero si arrancó todo ahí, las raíces estaban en lo que llamamos Clasicismo. Y así lo entendieron maestro y orquesta; solista y orquesta, digamos también. En el Concierto en do menor Zacharias reforzó el lado clásico, ese que el compositor quería superar (no subvertir) y que iba asociado a los nombres de Haydn y Mozart, que parecían insuperables (el primero, además, todavía estaba vivo y allí, en Viena). El equilibrio entre clasicismo y esa sensibilidad ya plena, no en agraz, se advirtió en la belleza introspectiva del Largo, sin duda, pero eso parece más que oportuno; se notaba sobre todo en el equilibrio del Allegro con brio, cuyas dos caras pudimos percibir en la hermosa lectura de Zacharias y la orquesta, con aquél desde el teclado. Y se percibían a la vez, con tal de prestarles un poco de atención. Porque, qué duda cabe, también cabía y era legítima la escucha de esta interpretación como placer del sentido. Es una estética que hemos asumido hace tanto tiempo que ya no la analizamos.
La Sinfonía nº 3, pese a que pertenece también a ese acervo de obras cuya estética y cuyo dramatismo nos han impregnado desde hace mucho tiempo, sigue teniendo algo de inquietante en la deliberada indefinición y la dramaturgia del Allegro con brio. Inquieta más que la Marcha fúnebre, que es triste, pero no ominosa (la tragedia ya tuvo lugar cuando entierran a los muertos). Conseguir de nuevo el equilibrio clásico en estos dos movimientos es una decisión que no está al alcance de cualquier batuta, porque es algo más que equilibrio, es una renuncia al pathos que ha ido acumulando la tradición y la práctica sobre esta página; y es una opción apolínea para la teatralidad que todavía la impregna. Ese equilibrio se consiguió, con una lectura bella y con sentido de la época (sentido, no va ni puede ir más allá: la orquesta es moderna, claro está). De nuevo, Zacharias ha dejado excelente sabor en un concierto con la ORCAM.