MADRID / Deliciosa schubertiada con Leonskaja
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 1-II-2023. Liceo de Cámara XXI. Elisabeth Leonskaja, piano. Alba Ventura, piano. Massimo Spadano, violín. Wenting Kang, viola. Dragos Balan, violonchelo. Rodrigo Moro, contrabajo. Obras de Schubert.
A quien esto firma no se le ocurren pianistas vivos y activos con décadas de sapiencia schubertiana que justifiquen mejor la idea que presidía el concierto disfrutado en la sala de cámara del auditorio nacional: Una schubertiada con Elisabeth Leonskaja. La veterana georgiana (Tiflis, 1945) lleva años haciéndonos disfrutar de su arte en general y del schubertiano en particular, con un concepto que tanto debe, en sus propias palabras, a la influencia del inolvidable Sviatoslav Richter.
Con Leonskaja como centro de la cuestión, el programa presentaba tres facetas diferentes del ámbito camerístico. Dos de ellas pertenecientes al Schubert veinteañero: la Sonata para violín y piano D 574 (1817) y el archiconocido Quinteto para piano y cuerdas “La trucha” D 667 (1819), y entre ambas, una creación colosal, una de las cimas del repertorio para piano a cuatro manos, salida de la pluma del joven que ya se asomaba a sus últimos meses de vida: la Fantasía D 940, uno de esos frutos milagrosos de un año intensísimo en el que el Schubert mortalmente enfermo nos dejó una maravilla tras otra, además de esta Fantasía: las tres últimas sonatas para piano, la novena sinfonía, el quinteto para cuerdas o los ciclos de lied Viaje de Invierno y Canto del cisne.
La música luminosa, de evidente lirismo y decidida alegría, de la sonata y el quinteto proporcionaron el contraste al espeluznante dolor y dramatismo que impregnan la impresionante fantasía. Para tan atractiva schubertiada, con Leonskaja protagonizando de principio a fin, se contó con valioso conjunto de músicos. El italiano Massimo Spadano (Lanciano, 1968), concertino de la Sinfónica de Galicia y ya residente desde hace años en nuestro país, protagonizó la Sonata D 574 junto a Leonskaja, desde postulados cercanos a las pautas históricamente informadas, que conoce bien, incluyendo un vibrato escueto. La música llegó de sus manos con atractiva sonoridad y afinación generalmente ajustada, y sobre todo con una idea musical sensible, bien construida y matizada, atenta a sutiles inflexiones agógicas. Tuvo buen impulso el Scherzo, y fue bien cantado el Andantino. El Allegro vivace final transmitió con éxito la vitalidad que contiene una música de evidente alegría.
Quien esto firma no puede evitar sentir el punto de nostalgia al escuchar la bellísima Fantasía D 940 interpretada, junto a Leonskaja (a cargo de la parte I del dúo), por Alba Ventura (Barcelona, 1978) a cargo de la parte II, es decir el registro medio-grave. Porque viendo a la pianista catalana, recordé su debut en Madrid cuando apenas tenía 13 años, junto a Sir Neville Marriner y la Orquesta de Cadaqués. A primera hora de la tarde de aquel concierto pude yo entrevistar a Marriner, en una charla que se publicó poco después en SCHERZO. Han pasado los años, un montón, y aquella joven y más que prometedora joven debutante es hoy una pianista excelente, en plena madurez, que se fundió en muy buen entendimiento con Leonskaja. Pudimos verla disfrutar de esa fusión, que nosotros también paladeamos. Y la música llegó con toda su densidad. Ventura dibujó con calma y delicadeza el acompañamiento lleno de melancolía sobre el que asienta el motivo fundamental, un canto de emocionante y doliente nostalgia.
La interpretación navegó luego hacia el intenso dramatismo que transpira el Largo, desplegado con intensa y rotunda crudeza. El Scherzo proporcionó el interludio de relativa luminosidad antes del retorno del Allegro molto moderato inicial, que alcanzó un clímax desgarrado con una espeluznante transición al retorno último del motivo principal. Ambas pianistas construyeron con extremo acierto ese final de desolado abandono, tras unos descarnados acordes justo antes del mismo.
Vino bien la pausa para facilitar el tránsito de tan demoledor dramatismo a la vuelta de la alegría luminosa presente en esa maravilla que es el Quinteto “La trucha”. Para esta segunda parte, a Leonskaja y Spadano se unieron la violista china Wenting Kang (Zhuzhou, 1987), el violonchelista rumano Dragos Balan (Iasi, 1980), ambos solistas en la Sinfónica de Madrid, y el contrabajista Rodrigo Moro (Salamanca, 1990), ahora mismo miembro de la Nacional y, próximamente (su contratación se anunció hace unos días) solista de la Sinfónica de Londres.
Leonskaja coronó una soberana actuación schubertiana presidiendo una interpretación brillante, llena de juvenil vitalidad, efusiva, impecablemente construida y ejecutada. Hubo estupendo entendimiento entre los músicos de este quinteto montado para la ocasión. Al bonito sonido y ajustado ensamblaje de Spadano hay que añadir las magníficas prestaciones de los demás componentes, con mención especial para las espléndidas de Kang y Moro. La china mostró un timbre hermoso y afinación impecables (valga el precioso canto junto al violonchelo en el Andante, o su estupendo protagonismo en la segunda variación del Tema con variazione), y el salmantino deslumbró con un sonido espectacular y una ejecución sobresaliente, bien evidente en las variaciones nº 3 y 5, con una Leonskaja excepcional en la primera de ellas.
La velada fue recibida con más que comprensible entusiasmo por el público que llenaba la sala de cámara. Al final, uno tiene la sensación de que el secreto es el de siempre: buena música y buenos músicos, éxito garantizado. Esta schubertiada con Leonskaja y sus acompañantes respondió a lo que cabía esperar: una delicia.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Elvira Megías / CNDM)