MADRID / De la Guerra de los Treinta Años, a la Covid
Madrid. Auditorio Nacional. 20-XI-2020. Ciclo Universo Barroco. Accademia del Piacere. Director: Fahmi Alqhai. Obras de Weckman, Schütz, Buxtehude, Correa de Arauxo, Alonso Lobo y Mogavero.
A veces el presente nos ayuda a comprender mejor el pasado. Escuchamos música y, aunque intentemos documentarnos sobre las circunstancias en que fue compuesta, no siempre somos capaces de llegar a entender su origen. La Guerra de los Treinta Años asoló Europa durante la primera mitad del siglo XVII. Aunque no hay una conclusión unánime sobre cuántos muertos causaron el conflicto y las sucesivas hambrunas y plagas relacionadas con este, se suele dar por bueno el dato de ocho millones, la mayor parte de ellos en Alemania. No hubo nación europea que no sufriera las consecuencias de la guerra, ni ser humano que no quedara marcado por ella de una u otra manera. Se ha dicho que el pesimismo, la desesperanza, la tristeza y la austeridad que destila la música de Heinrich Schütz, por ejemplo, tiene aquí su explicación. Y es verdad. Por eso, una pandemia vírica como la que actualmente vive el mundo quizá sirva para descifrar qué pasaba por la cabeza de aquellos europeos de hace trescientos años.
Imagino que, obviamente, cuando el CNDM y Accademia del Piacere programaron este concierto no sospechaban que ese mundo, nuestro mundo, iba a estar como está ahora. Pero no se me ocurre un escenario musical más adecuado para estos días. Lamentum es el título del programa estos “cantos fúnebres, sonidos de la guerra y elegías de la devastación” interpretados por la formación sevillana, que se había estrenado un día antes en Festival de Música Española de Cádiz. En él tiene cabida obras del mencionado Schütz y de otros autores alemanes (Weckmann y Buxtehude) que sufrieron en sus carnes aquella catástrofe. También de músicos españoles (Francisco Correa de Arauxo y Alonso Lobo) de aquella época, igualmente marcados por el conflicto bélico. O italianos, como el desconocido Antonio Mogavero (fl. 1590-1623), sacerdote que debió de llegar a la corte española hacia 1615 para servir como capellán de Felipe III y, más tarde, de Felipe IV. Aunque se supone que el motivo de su estancia en Madrid (ciudad en la que acabaría falleciendo) fue religioso, Mogavero debió desempeñar asimismo alguna función musical, toda vez que, en su aviso al lector de las Lamentationvm Ieremiae prophetae interpretadas anoche, firma como “musicis Capelle Regalis”. Y aunque se trata de una obra editada en Venecia en 1623, está dedicada a la familia real española y, en concreto, al cardenal-infante Fernando de Austria, melómano como lo eran sus hermanos, quienes componían, cantaban y tocaban la viola da gamba junto a sus músicos.
Estas lamentaciones son realmente acongojantes, como lo son las obras de Weckmann aquí escogidas (especialmente, Der Tod ist verschlungen in den Sieg) o las de Schütz (sobre todo, el lamento Ist Gott für uns, de los Kleine geistliche Konzerte I). Pero… ¡qué decir del brutal Versa est in luctum de Alonso Lobo, arreglado ad hoc con un sinfín de disminuciones y adornos por Fahmi Alqhai! Al menos, la Ciaccona de Buxtehude, también arreglada por el violagambista sevillano, sirvió para devolvernos un ápice de alegría y esperanza. Porque todo el concierto transcurrió en un profundo ambiente lúgubre (que era, por otro lado, lo que se buscaba), empezando por la propia escenificación, con todos los músicos (instrumentistas y cantantes) vestidos de riguroso negro, con mascarillas del mismo color y con una iluminación tenue, casi funeraria, de la sala…
Si la música seleccionada fue sublime, no lo fue menos la interpretación de la misma. Los cuatro cantantes (la soprano Hana Blaziková, el contratenor Gabriel Díaz, el tenor Ariel Hernández y el bajo Javier Jiménez Cuevas) estuvieron pluscuamperfectos, destacando por su asombrosa afinación Blaziková (que, a estas alturas, no requiere de presentaciones, pues ahí está su formidable palmarés en la música antigua) y por su descomunal potencia Jiménez Cuevas. Otro tanto se puede decir del consort (el propio Fahmi Alquai al quintón, Mariarosaria D’Aprile al violín, Johanna Rose y Christoph Urbanetz a la viola da gamba, y Rami Alqhai al violone) y, por supuesto, del organista, Javier Núñez, que se hinchó a tocar notas y a tocarlas todas bien. El clima de recogimiento se rompió solo al final, con un atronador aplauso para los integrantes de Accademia del Piacere, correspondido con una muy cabal alocución de Alqhai en la que reflejaba a la perfección la situación por la que pasan la música y los músicos en estos días funestos.
Eduardo Torrico
(Foto: Elvira Megías)