MADRID / Cuarteto Quiroga: Beethoven y Brahms, poética de la respiración
Madrid. Círculo de Bellas Artes. 19-XII.2021. Círculo de Cámara (Fundación Montemadrid). Cuarteto Quiroga. Obras de Beethoven y Brahms.
Con el último Beethoven, el de los Cuartetos 12 a 16 más la Gran Fuga, corre uno el peligro de caer en el tópico. Que consiste en asombrarse de lo lejos que llegó Beethoven, caramba, y de lo poquito que le comprendieron, ay. Puede uno merecer un desdén como el que dedica el malvado abuelo Igor (Stravinsky, que por entonces aún no era abuelo) al comensal que le tocó en suerte cierta noche, un tipo rarito y esnob llamado Marcel Proust. Pero, después de todo, Proust reprodujo a gran escala el mundo de los esnobs, y por ello tenía derecho a serlo. Eso sí que era el ‘libro de los esnobs contado por uno de ellos’, solo que era un libro en siete tomos. El legado de los últimos cuartetos de Beethoven es un libro en cinco tomos, o cinco medio si no queremos que uno de ellos sea demasiado largo por tener que añadirle la Gran Fuga.
El Decimotercero, en Do sostenido menor op. 131, podría considerarse un viaje, aunque solo sea para provocar a los que practican el análisis de lo armónico en detrimento de la poesía que, como es sabido, es cosa de charlatanes. Más aún, el Cuarteto op. 51 nº 1 de Brahms podría considerarse una introspección (la relación del programa de mano jugaba al despiste; lo confundía con el op. 25). El héroe viaja, y el viaje es alteración, salvo cuando descansas, que se convierte en ensimismamiento, en el sentido orteguiano; como en el Allegro moderato del de Beethoven, por ejemplo. Pero el enigmático Adagio inicial, que debió de dejar estupefactos a los niveles de conciencia sonora de aquella Viena Biedermeier, post-napoleónica, asfixiada por el sistema policial de Metternich; ese Adagio, les digo, sigue siendo vanguardia, y puedo imaginar a gentes cultas de entonces, cuando se dejaba de llevar peluca, preguntarse si aquello era un grupo de cuatro músicos calentado instrumentos. Pero la secuencia es una trama contrapuntística, una fuga, y nada hay menos formalmente libre que eso. La fuga presenta ese tema que Cibrán Sierra nos explicaba como introducción al concierto. ¿Qué ocurre? ¿Ya se le ocurrió a Beethoven aquello de la ‘idea fija’ de César Franck? ¿Es la reflexión antes del viaje (de invierno, probablemente)? ¿Es el Adagio, penúltimo movimiento, una reflexión cantábile, semejante pero más breve, frente al último tramo, que se da en la agitación del Finale, un Allegro con marchas y (que no se nos olvide) con secuencia y estructura de forma sonata, una forma ya inventada pero aún no teorizada en serio (qué curioso, ¿no?). Y, como todo verdadero viaje, tiene un destino que acaba en otra parte, lo imprevisto. Todo esto hay que contarlo. Y para contarlo hace falta un conjunto que trabaje los matices, sepa de silencios, transite hacia los pianos y los ritardandos, que retenga el aliento y calcule la relación entre viajar hacia el pianissimo y ralentizar el discurso (más que la frase). Como hace el Quiroga, pongamos.
La interpretación del Cuarteto Quiroga fue más allá del virtuosismo en la evocación y narración del (admítanmelo, por favor) viaje. Y se desplegó en ese tipo de respiración que hay que reclamar a una obra así. Y respirar se hace con aire, y el aire es trasunto del alma. Y el alma solo es de Dios. Los ateos saben que Dios está en la música. Los creyentes también. Ambos reconocen a Dios en lecturas como la del Quiroga al abordar el op. 131 de Beethoven, en una tarde que se dividía en dos. La primera resultaba ser un milagro.
La velada tenía un sentido. En primer lugar, es el primero de tres conciertos que el Quiroga dará como cuarteto residente en el Círculo de Cámara de esta temporada (como ya se informaba ayer en esta misma página). En segundo lugar, se trata de tocar los tres Cuartetos de cuerda de Brahms, pero precedidos en cada sesión de uno de los últimos Cuartetos de Beethoven. Al parecer, así se lo sugirió Antonio Moral a los músicos del Quiroga. No sé si se trata de comparar. Sí se trata de presentar dos grandes compositores del área centroeuropea frente al que ya se había convertido en (perdonen otro tópico) el ‘rey de la música de cámara’, el cuarteto de cuerda. El modelo es Beethoven para todos, en adelante: para Schumann, claro, y para Brahms, incluso para Chaikovski, entre otros muchos. Bueno, después de todo estos compositores y otros continuaron el camino de las sinfonías de Beethoven y el camino de la sonata, y acaso otros caminos, no caigo ahora. Pero Brahms no necesitó más que tres sonatas, y todas juveniles; nada más que tres cuartetos, de primera madurez, y que en rigor son dos más uno; y cuatro sinfonías, tras las cuales ya no se podían componer sinfonías (ya me entienden, disculpen la hipérbole, por allí enredaba el enorme Bruckner, que tal vez carecía de conciencia de su grandeza). Brahms compone los dos cuartetos del op. 51 con cuarenta años. Y ya era así de pesimista, un tipo de penumbra que no despliega con tanta severidad en otras obras y otros géneros. O no siempre, ni mucho menos.
El Quiroga emprende aquí un viaje a la oscuridad de un alma (otra), solo que esta alma no viaja, o viaja dentro de misma. Y ese alma canta, como siempre cantó Brahms, tal vez porque el Lied está en la base de todas sus composiciones, y ese Lied es de un nivel de conciencia muy distinto al de, pongamos, Schubert. El Quiroga canta, pero el Quiroga domina el susurro; y lo cantábile más el susurro disponen una tensión que llega a lo más hondo. Es asombrosa la línea biográfica que traza el Quiroga ya desde el Allegro inicial. Para los analistas, hay forma, en especial en ese angustiado y vivaz finale, que despliega la complejidad del rondó sonata (el rondó pone la reiteración; la sonata pone el bitematismo y los desarrollos). Aquí, en este cuarteto más que en el de Beethoven, el Quiroga despliega una ‘música para ver’. Hay que ver cómo lo tocan para que te llegue el sentido de lo que tocan. La inquietud, el salto, la alteración del músico para retratar el ensimismamiento y la inquietud del héroe. Es cierto, muy cierto, que el Quiroga es un cuarteto cuyo refinamiento lleva a la gran expresión, que es lo algunos consiguen con eso que se llama inspiración, que es eso que se llama esfuerzo, que es eso que podemos llamar ‘transpiración poética’. ¿Una poética del respirar? ¶
Santiago Martín Bermúdez
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