MADRID / Cuarteto Casals: tres por cuatro
Madrid. Auditorio Nacional. 13-X-2022. Liceo de Cámara XXI (CNDM). Cuarteto Casals. Obras de Haydn, Shostakovich y Brahms.
Una suerte de historia del cuarteto de cuerdas entre el siglo XVIII y el XX diseña este programa. En efecto, al clasicismo neto le sucede un romanticismo muy conformado y que anuncia la llegada de una secuela romántica como el expresionismo. Esta muestra exige, al menos, una variedad de tejidos sonoros que ejemplifiquen los distintos ámbitos a los cuales se dirigen las obras: una cámara galante no es un teatro del Ochocientos pero tampoco un aparato de reproducción eléctrica.
El cuarteto de cuerdas es, en otro orden, el estructural, una especie de esquema fundante. Si viene de la sonata va hacia la obertura y la sinfonía y de ahí al mundo difuso y semiletrado del poema sinfónico. Estas tesituras cambiantes que se basan en un esquema sostenido exigen, además, climas diferentes. Haydn muestra un mundo nítido donde toda cosa tiene su lugar y hay un lugar para cada cosa. Sus ideales son armoniosos y consonantes. Su mundo es equilibrado y propende a la quietud. Todos sus componentes resultan nítidos. Otro panorama es el de Brahms, una música del conflicto íntimo. En él hay siempre dos personajes bien distintos y contrapuestos. Uno se queja de su honda dolencia, con cierto narcisismo del sufrimiento, lo publica, lo encuentra hermoso y lo hace música. A su lado, otro personaje intenta consolarlo, llevarlo, si se quiere, a la serenidad haydniana. Por eso hay bruscas alternancias de volumen y cantos alternos entre modulaciones a tonalidades lejanas. Finalmente, Shostakovich cultiva la disonancia y su orbe es angustio y ácido, con intentos desesperantes de aquietamiento cantable, como en su movimiento lento donde el lirismo se diaboliza hasta la exasperación.
El programa, según se ve, era un desafío. Lo ganó uno de los mejores cuartetos del mundo como el Casals. Las tesituras alternas fueron cumplidas con decisión y los climas, alternados con potencia imaginativa. En todo momento hubo nítidas lecturas, fueran del claro Haydn o del oscuro Shostakovich. Riqueza de timbres y brillo en los momentos concertantes, los hubo con brillo y riqueza de timbres y de fraseo. Para acabar la fiesta, la farruca de El sombrero de tres picos en obvia transcripción, un dechado de baile imaginario y de especulación rítmica que parecía anunciar un subsiguiente programa. Es de esperar.
Blas Matamoro
(Foto: Rafa Martín)