MADRID / Ian Bostridge, recital fallido
Madrid. Auditorio Nacional. 20-III-2019. Ian Bostridge, tenor. Europa Galante. Director: Fabio Biondi. Obras de Castello, Monteverdi, Farina, Purcell, Frescobaldi y Bach.
Nacho Castellanos
Sobre un yunque radiante en fuegos fatuos se fraguó, martillo en mano, lo que nuestros tiempos y tiempos pasados han conocido como ópera. No había duda que tras los restos calcificados de la tragedia griega se construiría el espectáculo escénico por antonomasia, y fueron las ansias de reedificar estos cadáveres dramáticos que en su día revolucionaron los sesos del conde Bardi, Vincenzo Galileo o Girolamo Mei, lo que evolucionaría a las primeras óperas de Monteverdi.
El caminar de Europa Galante se adentraba en un programa titulado ‘Teatro in Musica’, y con el maestro de Cremona asomando por el altar mayor, habían tejido un repertorio que daba vida al hecho teatral tanto a nivel instrumental como vocal. Fabio Biondi, cual Apolo en el hemiciclo, dio la salida al tañir de las dos sonatas de Dario Castello, que mostraron a una Europa cargada de expresión, con un mensaje que contar, una historia con la que erizar los pelos como escarpias y que realmente llegaron a sobrecoger a un público que retenía la exhalación tras el acabar de los últimos acordes de la Sonata XVI.
Tras esta especie de obertura musical, era el momento esperado por muchos. Ian Bostridge daría vida y voz a esa especie de madrigal representativo de Monteverdi llamado Il combattimento di Tancredi e Clorinda. Bostridge es un rara avis dentro de la colorista amalgama de cantantes de ópera actuales. Es ese concepto de cantante intelectual, conocedor in extremis de su repertorio hasta tal punto que no solo es una autoridad musical a nivel interpretativo, sino también a nivel musicológico. Con un porte que rebosa elegancia pero a su vez esa frialdad propia de los cantantes británicos, se adentró en las fauces del afecto monteverdiano para salir algo magullado en la intensa batalla que esto supuso.
Il combattimento di Tancredi e Clorinda es de esas piezas cuya catalogación es discutida por musicólogos día y noche. ¿Se trata de un fragmento operístico? ¿O acaso podría ser un madrigal representativo? Lo cierto es que su catalogación tampoco aportaría nada nuevo a la concepción que se tiene de esta obra: compuesta en 1624, publicada en el VIII Libro de madrigales catorce años después, y que en cierto modo sigue la senda madrigalista del “Prima la parola, e poi la musica”.
Bostridge decidió encarnar los tres personajes de esta lucha de pasiones, intentando dotar a cada uno de ellos de un elemento expresivo que lo caracterizara. Pero, como bien decía Caccini en el prólogo de Le nuove musiche (1602): La música no es otra cosa que un habla rítmica con tono añadido, siguiendo el estilo expuesto por filósofos como Platón. La expresión de estas narraciones no residía en la forma en que el cantante modulara el tono de recitado ni mucho menos, sino en la calidez, distancia, sutileza o intensidad con la que usara sus palabras. El británico, tuvo más una relación bélica que musical con Claudio. Sus ribattute y ornamentaciones no estaban muy en sintonía con el estilo a cantar, lo que no quiere decir que la belleza musical de Bostridge quedara relegada a un segundo plano. Su voz es aterciopelada, como una ráfaga que te embelesa con filigranas de belleza y alguna que otra cucharada de azúcar glass. Tras este primer asalto, Biondi dio paso a una de las obras más entretenidas, peculiares, teatrales y carente de prejuicios musicales: Capriccio stravagante a quattro de Carlo Farina. La sección de cuerda se encarga de contarnos una historia cuyos personajes son los propios instrumentos, e imitando el sonar y las técnicas de algunos de estos, Farina nos presenta la variedad de elementos técnicos, sonoros y musicales que estaban en boga allá por 1627. Trémolo pizzicato, flautando,… nos acaban mostrando hasta qué punto había avanzado técnicamente el violín. Todo un testimonio musical que con sátira vivaracha, alegró a los allí presentes tras la batalla monteverdiana.
La segunda parte comenzó de forma más solemne con el The Queen’s Epicedium de Purcell, en donde Bostridge se mostró más suelto pero todavía se sentía esa distancia al repertorio que prácticamente arrastró hasta el final del concierto. ¿Estaba Bostridge de acuerdo con el repertorio a interpretar? Esa elegancia y belleza que rebosa en Schubert o Bach parecían presas en una jaula frente al teatral Monteverdi o al íntimo pero directo Purcell.
Las tres obras que Europa Galante interpretó de las Fiori Musicali demostraron la eficacia y compenetración del conjunto, con una sensacional sección de continuo encabezada por Paola Poncet al clave y al positivo, un potente y enérgico Patxi Montero al contrabajo, Marta Grazolino al arpa, Giangiacomo Pinardi a la tiorba y Alessandro Adriani al violonchelo. De Fabio Biondi está ya todo dicho. Su concepción musical es algo que traspasa los límites de la belleza aunque en ocasiones pueda resultar demasiado derrochador. El trío que forma junto a Andrea Rognoni (violín) y Ernest Braucher (viola) nos llevaron por los lugares mas recónditos de ese primer arte de tañir el afecto. Un sentir puro, sincero y siempre preciso en lo que a estilo se refiere.
Tras el aluvión final de aplausos, Bostridge se quitó las cadenas que lo tenían preso para deleitarnos con el caramelo más dulce que jamás ha catado mi paladar. El británico alivió las pasiones y evocó a lo divino gracias al Bist du Bei mir del Cuaderno de Anna Magdalena Bach. En ese momento todo lo que había ocurrido antes daba igual, y solo por disfrutar de esos segundos de gloria, Bostridge se volvió a bañar en una merecida explosión de aplausos.
En resumidas cuentas, un concierto con grandes entidades musicales interpretando un repertorio bellísimo, pero que para el solista, pese a ser un fantástico músico e intelectual, no estuvo del todo acertado.
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