MADRID / Corselli se pone de moda
Madrid. Basílica Pontificia de San Miguel. 17-XI-2020. Olalla Alemán, soprano. L’Apothéose. Obras de Corselli, D’Alay y Bucquet. • Fundación Juan March. 18-XI-2020. Musica Alchemica. Directora y violín: Lina Tur Bonet. Obras de Corselli y Brunetti.
Hace más o menos veinte años, un director de orquesta norteamericano llamado Grover Wilkins se empeñó en sacar del ostracismo a Francisco Corselli, el que fuera durante cuarenta años maestro de la Real Capilla. Grabó un disco en el sello Dorian, que aún tardó algún tiempo en ser publicado, con obras sacras de Corselli y Nebra, compuestas en 1752. Para ello, tuvo que crear una orquesta, a la que bautizó como Baroque Orchestra of Madrid, formada íntegramente por músicos españoles o residentes en nuestro país. El parto fue bastante caótico, al punto de que todos los músicos que habían intervenido en esa grabación, encabezados por el violinista Emilio Moreno, crearon acto seguido otra orquesta: El Concierto Español —obviamente, ya sin Wilkins—. La primera actuación de la nueva orquesta tuvo lugar en el Festival de Música Antigua de Aranjuez en junio de 2001, con la participación de una jovencísima Núria Rial y con un estupendo programa dedicado en su totalidad a Corselli, el fue poco después grabado en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial (lo publicaría el sello Glossa), tras ser paseado por Festival de Música y Danza de Granada. Wilkins volvió a grabar más Corselli —él se empeñaba en utilizar el apellido francés Courcelle—, esta vez con la Orquesta de Radio Televisión Española, en el sello de esta): fracaso estrepitoso.
Algunos meses después, el director argentino Óscar Gershensohn propuso al Teatro de la Zarzuela llevar a la escena una ópera de Corselli: Farnace (estrenada en el Teatro del Buen Retiro de Madrid en 1739). A los responsables de La Zarzuela les gustó el proyecto, pero acabaron encomendándoselo a Jordi Savall, que lo aceptó, aunque cambiando el Farnace de Corselli por el Farnace de Vivaldi —doce años anterior—, pero incluyendo, eso sí, dos arias y varias piezas orquestales de Corselli. Gershensohn no se resignó y acabó haciendo ‘su’ Farnace en 2001, en el Auditorio Nacional de Música, obviamente sin escenificación alguna. Aquel intento se sustanció con bastante más pena que gloria. Una lástima.
Desde entonces, nadie se ha vuelto a acordar de Corselli. Miento: Fabio Biondi incorporó a un concierto del desaparecido ciclo Los Siglos de Oro que patrocinaba Cajamadrid varias sonatas de oposición para la Capilla Real compuestas por Corselli; más recientemente Música Boscareccia —la soprano Alicia Amo y el violinista Andoni Mercero— grabaron un disco con cantadas de Corselli (Itinerant), cuyo programa se haría en concierto en 2017, en el Palacio Real, dentro del Festival de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid.
Y hete aquí que, en este pandémico 2020, son muchos los que han ‘descubierto’ a Corselli. El Teatro Real tenía programada en marzo la ópera Achille in Sciro, con Ivor Bolton dirigiendo a la Orquesta Barroca de Sevilla y a un elenco vocal formado casi todo por voces inglesas (lo ideal, claro, para la música de un italiano que pasó la mayor parte de su vida en España). La Covid se la llevó por delante, si bien es de esperar que se recupere algún día, aunque solo sea por el cuantioso desembolso realizado por el coliseo madrileño. Javier Ulises Illán, director de Nereydas, y la soprano María Espada han llevado un programa con música de Corselli (Estruendos sonorosos) por diversas ciudades españolas en los últimos meses, con grabación incluida del mismo hace bien poco. La Fundación Juan March ha completado este mes un ciclo de tres conciertos con el título de Corselli en palacio (tendría que haberse hecho en marzo, pero lo que cuenta es que, afortunadamente, se ha podido reprogramar ahora, aunque sin público). Y este último martes, L’Apothéose, junto a la soprano Olalla Alemán, le ha dedicado otro monográfico a Corselli (Resonad, esferas).
En fin, nunca es tarde si la dicha es buena. Porque, sinceramente, Corselli se merece esto y mucho más. Estamos hablando del compositor más importante de la España del XVIII, al mismo nivel de Nebra, Boccherini y Brunetti. Que no se recuperen más obras de Corselli es un pecado mortal. Y no me refiero a las obras que forman parte de su notable —por cantidad y calidad— producción escénica, sino a su producción sacra, que es ingente, cosa lógica si recordamos de nuevo el dato de que fue el máximo responsable de la Capilla Real durante cuarenta años, que se dice pronto.
El programa presentado por L’Apothéose fue estrepitoso, en el sentido más positivo que se le pueda dar a esta palabra. Un Regina caeli, un Salve Regina, una Lamentación 2ª del Viernes Santo y dos preciosas cantadas navideñas: Ea, pastores —no puede ser más castizo el título— y Si el espantoso formidable trueno (cantada del villancico Resonad, esferas que da título al programa), todas ellas recuperadas por el musicólogo Toni Pons. Para la ocasión, L’Apothéose (que normalmente es un cuarteto: la flautista Laura Quesada, el violinista Víctor Martínez, la violonchelista Carla Sanfélix y el clavecinista Asís Márquez) duplicó su orgánico con un violín (Roldán Bernabé), una viola (Isabel Juárez), un violone (Laura Asensio) y un traverso (Guillermo Peñalver).
Olalla Alemán estuvo pletórica en cuanto a potencia, proyección y prosodia, a pesar del inconveniente de la excesiva altura de la bóveda de la Basílica Pontificia de San Miguel, que posee una acústica más que complicada. La soprano murciana cantó con un gusto encomiable y, sobre todo, con garra, que no es precisamente una virtud que caracterice a muchas colegas suyas que se dedican al Barroco. La orquesta (más bien orquestilla, por ese tamaño ‘lata de sardinas’ al que son condenadas todas las formaciones historicistas españolas por aquello la cicatería presupuestaria; y, aun así, hay que dar gracias al programador que confía en estas orquestas y en esta música) estuvo espléndida, no solo acompañando a la cantante, sino también en un muy bello —y muy vivaldiano— Concierto para dos violines en Re menor de Mauro D’Alay —estreno asimismo en tiempos modernos—, compositor que tiene mucho en común con Corselli: ambos nacieron en Emilia-Romaña (D’Alay, en Parma, en 1700; Corselli, en Plasencia, en 1705), ambos trabajaron en España y ambos gozaron del favor de la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, ya desde los tiempos en que los tres residían en Parma. Por su parte, Quesada y Peñalver ejecutaron magistralmente la Suite II en mi menor para dos flautas traveseras del ignoto Pierre Bucquet (c.1680-c.1745).
Solo unas horas después del Corselli de L’Apothéose, aterrizaba en la Fundación Juan March el Corselli de Musica Alchemica (la violinista Lina Tur Bonet, el violonchelista Guillermo Turina y el clavecinista Daniel Oyarzabal. En concreto, dos sonatas de oposición —1771 y 1774—, de las siete que se conservan de él. Entre sus atribuciones como maestro de capilla, Corselli era el encargado de escribir una sonata que debía ser interpretada por los aspirantes a cubrir las vacantes de violinista que se producían en la Capilla Real. Dado el propósito que perseguían (demostrar la pericia del aspirante), estas sonatas son de una dificultad técnica mayúscula, lo que no impiden que ofrezcan al mismo tiempo unas altas dosis de belleza. Si Lina Tur Bonet se hubiera presentado a aquellas oposiciones de 1771 o 1774, seguro que las habría pasado con nota, a tenor de lo magistralmente que las ejecutó en esta ocasión.
El programa lo completaban otras dos sonatas, estas debidas a Cayetano Brunetti, músico de cámara que fue del rey Carlos IV. Obras preciosas, especialmente en sus movimientos lentos. El concierto concluyó con una memorable improvisación para violín y bajo del Fandango. Fue una lástima que no hubiera público in situ para disfrutarlo (como dicen los italianos, fue a porta chiusa, por culpa del virus), pero supongo que el disfrute sería el mismo para quienes lo siguieron por streaming.
Eduardo Torrico
(Foto de cabecera: Dolores Iglesias – Fundación Juan March)