MADRID / Concerto di Margherita: y la belleza se hizo carne

Madrid. Iglesia de Santa Bárbara. FIAS 2023. 29-III-2023. Concerto di Margherita. Madrigales de G. y F. Caccini, De Wert, D’India, Kapsberger, Gastoldi, Monteverdi y Frescobaldi.
Ayer pudimos escuchar y contemplar a la propia belleza personificada, palpable y tangible, que se materializó en la Iglesia de Santa Bárbara, pues durante algo más de una hora se hizo carne delante de un asombrado público. Si el espectáculo visual de la puesta en escena fue delicioso, la música nos transportó al corazón de la poesía cantada del primer tercio del siglo XVII con una hermosura sobrecogedora y un canto inconmensurable.
El grupo Concerto di Margherita actuaba por primera vez en España, y ha sido otro de los grandes aciertos de Pepe Mompeán en esta edición excepcional del FIAS, en su apuesta por promover a brillantes formaciones jóvenes poco conocidas, o por traer a otras aún inéditas en nuestra tierra. El grupo lo componen Francesca Benetti, quien asume la dirección artística, que canta, toca la tiorba y la guitarra barroca; Tanja Vogrin, con voz de mezzo y que tañe el arpa; Giovanna Baviera, que canta con tesitura de alto y tocó la viola da gamba de 6 cuerdas; Rui Stähelin con voz de bajo, quien tañó laúd y tiorba, a los que se unió el tenor Jonathan Alvarado, cantando y tocando la vihuela.
Como en el reciente disco publicado por ellos en ARCANA, el programa giraba sobre la idea del Gioco della Cieca que aparece en Il pastor fido de Guarini, entre Amarilis, con los ojos vendados, y un Mirtilo cuya venda es estar ciego de amor como narra el coro en la obra sobre este amor apasionado: “amor ciego no confío en ti, que llena de oscuridad los deseos”. Alrededor de estos hilos invisibles, donde no podemos olvidar la atmósfera evocadora del distinguido Concerto delle donne de la corte de Ferrara, se trazaba el repertorio del concierto, sobre la temática habitual en aquel tiempo entre la alegría por el deseo de amar y la desesperación por el amor no correspondido. Todo esto se ilustra a través de madrigales, villanescas, arias y algunas piezas instrumentales de compositores italianos del primer tercio del XVII, como Giaches de Wert, Sigismondo d’India, Giulio y Francesca Caccini, Kapsberger, Frescobaldi, Monteverdi o Gastoldi.
Nada más comenzar el concierto, y tras un breve momento de pánico hasta que nuestros oídos se acostumbraran a la acústica de la iglesia de Santa Bárbara—pánico que por unos segundos es habitualmente perceptible también en los intérpretes—, me tuve que frotar los ojos, pues no daba crédito a la belleza inconmensurable que se desplegaba delante de nosotros en forma sonora pero también visual.
El desarrollo de la puesta en escena del grupo es simplemente espectacular, con una elegancia inigualable. Se van presentando en una sucesión de entradas donde algunos componentes pasan al primer plano, y después se van sumando otros, o se intercambian; que tan pronto cantan, tocan, o cantan y tocan, unos u otros de manera alterna o conjunta, sumándose o separándose, en unos intercambios delicados dignos de la mejor coreografía, donde pasaban de una versión instrumental de un madrigal a voces a capella o la mezcla de ambas, en un intercambio permanente de escenas sonoras que atrapan y subyugan al oyente. Desde el comienzo, con la aparición del tenor y el bajo cantando y tañendo vihuela y tiorba sobre Veri diletti de Kapsberger, tras una improvisación introductoria, hasta la aparición en escena de las damas, que empiezan con el ritual del juego de la venda negra, con las que se van tapando los ojos, y que repiten sugerentemente en varias fases, hasta unirse al canto paulatinamente.
Todo el espectáculo visual y sonoro de todas las transiciones está realizado con un gusto impecable. Hay una sucesión de piezas a 2, a 3, a 4 o a 5 voces, para voz, para voz e instrumentos, o solo instrumentos, que sustituyen o doblan a las voces, que fue un auténtico placer. La interacción entre las distintas voces es excepcional, con unos armónicos cuidadísimos, una proyección excelente y el sostenimiento de las notas con una cuidada respiración, con gran expresividad y matices en el bello canto de todos, pues todos poseen una excelente técnica y bellos timbres; en ocasiones utilizaron el canto di gola, especialmente Giovanna Baviera.
En cuanto a la interpretación, debo decir que no recuerdo haber escuchado nunca los madrigales de Sigismondo d’India o de Giaches de Wert —que fueron los más abundantes— con tanta belleza y tan deslumbrantes, ni muchos otros del repertorio. De los madrigales de Wert podríamos ejemplificar las sucesiones desde la alegre y optimista O primavera gioventù dell’anno, donde entran primero las tres voces femeninas, para dar luego acceso al bajo y tenor y ya con las cinco partes doblar con los instrumentos, hasta pasar a la oscuridad del amor con las inquietantes disonancias que realizan en O dolcezze amarissime, o el bello Chi mi fura il ben mio, a 3 voces más la viola da gamba de Baviera o en el espléndido Cara la mia vita a 5 voces con instrumentos, que ofrecieron en la primera propina. Y de las piezas de D’India podríamos hablar desde el maravilloso Occhi belli, occhi sereni a 5 voces inicial, con todo el conjunto, hasta la pieza Cara mia cetra con el canto de Tanja Vogrin y su arpa. Pero también podríamos mencionar el imponente Donna siam’ rei di morte de Frescobaldi, que interpreta Rui Stähelin con la tiorba, o el hermosísimo Amarilli, mia bella de Giulio Caccini, donde Alvarado con su vihuela nos lleva al borde de las lágrimas, o a la belleza del canto de Francesca Benetti para bordar Che fai tu, una villanella de Kapsberger junto a Alvarado, acompañándose de tiorba y vihuela.
Y así con todas las piezas del concierto. Había tal compenetración entre ellos, tanta calidad de cada uno y una sensibilidad tan extrema, que uno se siente reconfortado con la vida al acabar el concierto, y se marcha con la belleza puesta en alma y la alegría en el corazón.
Manuel de Lara