MADRID / Con la dueña de la casa

Madrid. Teatro de la Zarzuela. 16-XI-2020. XXVII Ciclo de Lied. Sabine Devieilhe, soprano. Alexandre Tharaud, piano. Obras de Fauré, Debussy, Ravel y Poulenc.
Reunir a estos compositores franceses es como proponer una viñeta o historia de bolsillo de la mélodie. Un guion común lía al maestro Fauré con los discípulos Debussy y Ravel y el seguidor Poulenc. En efecto: apoyo en fuentes literarias de alto nivel —Verlaine es el favorito en el reparto y con razón—, exquisito cuidado armónico como productor de climas y un tratamiento pianístico que produce una suerte de tejido en contrapunto, un canto paralelo y fraternal, un comentario y un diseño paisajístico.
La velada familiar tuvo una dueña de casa que hizo su presentación madrileña con esta pequeña antología lírica en la cual se alternaron las firmas para que advirtiéramos, justamente, lo familiar del grupo. La señora logró lucirse contando con un registro de soprano ligera que no es, de movida, el más indicado para la cámara. Una voz delgada pero muy timbrada a la francesa, explayada en el agudo y el sobreagudo, se hace audible en el centro, negocia con astucia los graves y consigue efectos de encandilamiento diamantino en los apianados y filados. En lo interpretativo, el cuidado exquisito de una dicción sutilmente intencionada cuida de la selecta palabra. Puede pasar de la fina gamberrada de Poulenc al éxtasis verlainiano de Debussy, al melodismo salonero de Fauré y llegar a las deliciosas aventuras semipopulares de Ravel.
Desde luego, este repertorio no se puede hacer sin un notable pianista. La soprano contó con un compañero de lujo, uno de los mejores solistas de teclado en nuestros días: suntuoso de sonido, perfecto de volúmenes, imaginativo en las atmósferas y con un fraseo elegante, muy elegante, tan elegante que recuerda lo que dice Ortega y Gasset de la elegancia, que es hermana de la inteligencia.
Las propinas consolidaron los dúctiles méritos de Devieilhe: el aria del fuego de El niño y los sortilegios le permitió mostrar los ígneos oficios de artificios de su coloratura y Youcali de Kurt Weil nos llevó al mundo melodioso, pero íntimamente desgarrado de su autor.
(Foto: Rafa Martín)