MADRID / Cien años de una orquesta muy viva
Madrid. Auditorio Nacional. 1-XI-2023. Ibermúsica 23-24. Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín. Jan Lisiecki, piano. Director: Vladimir Jurowski. Obras de Josef Suk, Prokofiev y Rachmaninov.
La Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín cumple 100 años y lo celebra con nosotros. Bendito sea Dios. Viene con la más que respetable dirección de Jurowski, su titular, y el joven virtuoso Jan Lisiecki.
La manera de exponer, más que de resolver, la breve pieza que daba comienzo a la velada, ya nos sugería algo: si este Scherzo fantástico de Josef Suk se desenvuelve con tan diáfana claridad, con esa exposición de “volúmenes sonoros”, diferenciados y al mismo tiempo simultáneos, ¿qué nos espera a continuación? Jurowski demostró en esta breve y preciosa partitura cómo se expone una página ágil, con su episodio lírico interno (como en todo scherzo), de manera que el color supere a la intensidad, y la intensidad supere al discurso.
Creo que el plato fuerte lo trajo Prokofiev. Ese juvenil Segundo concierto, escrito para sí mismo, para el joven Prokofiev que ya era un virtuoso insuperable, es auténtica vanguardia para aquella época, y fuente de agilidad y de alegría para el público de hoy, que no deja de ver (oír) este concierto como algo realmente moderno. A Prokofiev le arrebataron el estandarte de la vanguardia un poco desde Viena, y el resto tras su regreso a la URSS, que es cuando él se lo dejó arrebatar, de manera que al tratar del regreso a Occidente ya no fue posible: los rehenes son la base de la que se alimenta un sistema como aquél. Pero el Segundo Concierto lo estrena en una fecha tan temprana como 1913, justo antes de la gran guerra, año en que cumplirá veintidós. Es una gran prueba a la que se somete él antes que nadie, y ahora todos los pianistas que le han seguido. No es el Segundo acaso tan atractivo como el Tercero, pero es una obra formidable, de discurso ágil y antirromántico, de un compositor joven que rompe con el pasado de manera poco menos que rotunda. Si los vieneses mantuvieron el romanticismo con cierto disfraz, Prokofiev prescinde de él. De momento. El joven Jan Lisiecki recorrió el concierto con la eficacia de las manos que acuden presurosas a una abundancia inagotable de notas mínimas, pero sobre todo mantuvo una complicidad con la orquesta y la dirección dramática, intensa de Jurowski. Sorprendente colaboración, magnífico Jan Lisiecki, en un momento en que han desfilado por este mismo auditorio varios pianistas de gran altura. Ofreció, en contraste, una piececilla del Chopin más cantábile; no sé cuál.
La Tercera Sinfonía de Rachmaninov es un monumento, es de una grandeza innegable. Al mismo tiempo, creo que es una de las obras suyas a las que le falta la genialidad que siempre tuvo este músico: la plena belleza. No es que falte, es que se ve un poco o un mucho aplastada por la espectacularidad se diría que hollywoodense de este discurso a menudo exagerado. No le pedimos a Rachmaninov, como no se lo pedimos a Mahler, que sea Mozart. Pero da la impresión de que este enorme compositor y virtuoso (era el primero de los emigrados rusos, lo que llevó al pobre Prokofiev a la trampa de la URSS en un intento de que le amaran más que a nadie) ya había hecho lo mejor de su obra, además de la mayor parte de la misma, antes de la emigración definitiva. Magnífica exposición de planos y timbres por parte de Jurowski, en cualquier caso. Se completó la velada con un Preludio del Rachmaninov de las obras breves, pero orquestada. Este final, que fue impresionante, valió por toda la acumulación de pathos y metales, sin dejar de exponer un pathos más poderoso y menos ruidoso.
En resumen: una orquesta que cumple cien años en perfecto estado de salud. Un solista arrebatador, sin duda con gran futuro. Un maestro que conocemos y reconocemos entre los grandes de nuestro tiempo.
Santiago Martín Bermúdez
(fotos: Peter Meisel)