MADRID / Christian Zacharias y Azahar Ensemble: viaje a través de la luz
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 12-V-022. Ciclo de cámara del CNDM. Christian Zacharias, piano. Azahar Ensemble. Obras de Beethoven y Reicha.
La manera de tocar de Christian Zacharias ha merecido diversos conceptos, todos los cuales tratan de ser elogiosos. Uno es técnica, y desde luego se queda corto, aunque el pianista no se quede corto en técnica. Otro es magia, y creo que es una manera de tirar por la calle en medio de lo no racional, tan bello en poesía, pero no a la hora de entender un fenómeno como este. Hay muchos pianistas buenos y hay espléndidos pianistas. Lo de Christian y unos pocos más (¿Pires, acaso?) es un fenómeno que puede evocarse, aunque no describirse, y desde luego es mejor guardar el calificativo para el final. El fenómeno es conocido: esas manos parecen acariciar el teclado, pero no por el gesto, sino por el sonido que producen; hay un roce, se diría que leve, que hace que el sonido posea siempre un matiz especial al margen de los matices concretos del pasaje (forte, piano) y un aura, otro concepto no racional que aquí nos permite destacar un atributo del ‘sonido Zacharias’.
El matiz es ese acercamiento al teclado como invitándolo a sonar, sin forzarlo. El aura es el resultado, un sonido limpio cuya resonancia no es la del pedal (aunque el pedal es imprescindible, desde luego, no decimos otra cosa), sino la de las insinuaciones de una poética de la eufonía, del bien sonar. Porque hay artistas que afirman y artistas que sugieren; artistas que narran historias y artistas que recitan versos, sin ser narradores los primeros ni poetas los segundos, aunque el concepto de poesía, en su sentido estricto, sea el término que más conviene a ese tipo de artistas. Así, Christian Zacharias.
Así, su lectura de una obra casi desconocida de Beethoven, las Doce variaciones sobre una danza rusa del ballet “Das Waldmädchen” de Wranitzky, WoO 71 (1997), cuya secuencia de miniaturas fueron de una belleza incomparable; y de la Primera sonata, la que inaugura el ciclo de los treinta y dos, que ni el propio compositor sabía que iban a precipitarse después de las tres primeras que forman el Opus 2. No se trata tanto de una visión clasicista de Beethoven debido a su juventud como del clasicismo de quien, por muy encendido que se despertase su estro, nunca fue en rigor un romántico. Huye Zacharias, solo o (en la segunda parte) con el Azahar Ensemble, del tópico de un Beethoven haydniano que ya tendrá tiempo de ser Beethoven. No es así, es una sensibilidad histórica e individual que no pasa de un estilo a otro, sino que profundiza en estilos e imaginarios vigentes. Como esa obra también temprana que es el Quinteto para piano y viento, de 1796. Esta pieza y el Quinteto del checo Antonín Reicha, que cerraba la segunda parte, son piezas muy típicas de la música que se hacía en una época (finales del Antiguo Régimen, tiempo que desconocía el concepto de nación, pautas que permanecerán con cambios en tiempos restauradores), porque el conjunto de viento, al aire libre o en interior, poseía una vigencia que tenía que ver con la disponibilidades de instrumentistas y sus especiales relaciones servo-amistosas del tiempo (el señor tocaba un instrumento con sus músicos, por ejemplo). El Ensemble Azahar es una agrupación que evoca aquel nivel de conciencia sonora, entre dos siglos, alrededor de una revolución; pero no se queda ahí como demuestra su álbum dedicado a Joaquín Turina. La lógica de esta velada es diáfana, como lo es el sonido todo de estos ochenta minutos de música (intermedio aparte): la claridad de las Variaciones de un tema de ballet cuando no se había inventado todavía el ballet (bueno, ya me entienden), la claridad de la propuesta de la Sonata, la centralidad del conjunto de viento para el Quinteto de Reicha (con el Azahar en pleno) y el Quinteto de Beethoven (sin la presencia esta vez del espléndido flauta André Cebrián Garea). No es un viaje hacia la luz, porque la luz ya está en las Variaciones; es un viaje por la luz, si acaso.
El veterano e indiscutible maestro Christian Zacharias se presenta con este conjunto formados por cinco jóvenes virtuosos. Y el resultado es la quintaesencia de una época en que la música era a menudo una serie de propuestas ajenas a lo amenazador de su tiempo.
Santiago Martín Bermúdez
(Foto: Rafa Martín – CNDM)