MADRID / Camarena o la pureza
Madrid. Teatro Real. 13-XI-2019. Ciclo Voces del Real. Javier Camarena, tenor. Ángel Rodríguez, piano. Obras de Carissimi, Giordani, Bononcini, Bellini, Donizetti, Rossini, Giménez y Guerrero.
En México no hay cactus, ni piedra, ni nopalera que haya impedido una secuencia esplendorosa de tenores notables, el último de los cuales es Javier Camarena, aunque sólo por cronología. El primero fue Araiza, en aquel 1980, con El rapto. Con su Belmonte, o Tamino, o Ramiro sacudió la lírica cuando no cuajaban muchas jóvenes figuras. De voz amplia, algo apelmazada en el pasaje, hizo un Werther muy honroso y dio muchos recitales de canción culta. El extravío vino al tentar un Verdi ancho, de tupida orquestación, incluso Don Carlo. Ramón Vargas, aún activo, plantó la voz más bella del arribo mexicano. Madrid le debe una inolvidada Lucia con Devia; la Decca una Alzina soberbia. Fernando de la Mora fue más efímero: voz linda también, algo corta por arriba, buen fraseo. Villazón imitaba a Domingo —aunque se ha ido liberando—, y hoy es el showman de la ópera. Sus camisas floreadas le han llevado hasta otras, a veces de once varas, como cantar el Papageno.
Camarena tiene la pureza de timbre —una campana de tamaño medio plateada— y de la línea canora. También atesora simpatía, calor, desparpajo, cualidades aupadas por la imprescindible musicalidad. De las 5 primeras canciones de un recital que él mismo llamó intimista, quizá la más famosa es Caro mio ben, dicha con la nobleza exigible. Agradecí el Bononcini de después, donde bordó sus líneas sinuosas, la amorosa expresión, el trino. Sin embargo, el fervor del público creció en La danza de Rossini ante el despliegue de virtuosismo, incluida la velocidad, el jadeo estudiado y los agudos como pepinos.
Después delineó con gran justeza el trazado de la lágrima furtiva de L´elisir, incluido un cierre de la primera estrofa memorable. En Il pirata derrochó bravura suficiente, con una nítida resolución de las ornamentaciones más ensortijadas y dominio en zona alta del registro de cabeza. ¿Y qué decir de la expresión sincera en Mujer de los ojos negros de El huésped de Guerrero, sino que proyectó toda su emotividad a flor de labio? Esta expresión, tan cara a los latinos, cuadró también con Elisir y decenas de pasajes. Me entusiasmó menos el único hábil falsete del programa, en el IIº morir de L´Elisir, expediente a menudo quebradizo y como de otro. En los bises más populares es distinto, pues se cocinan con otros ingredientes. Ángel Rodríguez lo acompañó siempre con gran encaje rítmico, complicidad sin delito y humores diferentes. Y hablando de bises, estos fueron premiados por el público con el máximo galardón: su casi total inmovilidad.
Joaquín Martín de Sagarmínaga
(Foto: Javier del Real)