MADRID / Café vienés

Madrid. Auditorio Nacional. 7-V-2019. Café Zimermann. Directores: Céline Frisch y Pablo Valetti. Obras de Biber, Schmelzer y Froberger.
Hace ahora justo veinte años, una joven clavecinista francesa y un violinista argentino igualmente joven —aunque no tanto como su compañera—, egresados ambos de la Schola Cantorum Basiliensis, decidieron crear su propio grupo para interpretar música barroca instrumental. Nació así Café Zimmermann, evocador nombre que inevitablemente nos conduce en un imaginario viaje a las veladas musicales que tenían lugar en la primera mitad del siglo XVIII en la Zimmermannsche Kaffeehaus de Leipzig, en las cuales participaban, entre otros, Georg Philipp Telemann (al cual se le ocurrió la idea de tocar allí música con su Collegium Musicum mientras el público saboreaba una taza de café) y Johann Sebastian Bach, que sería posteriormente quien dirigiría dichas veladas.
Café Zimmermann sacudió los cimientos de la propia interpretación historicista con su manera de concebir esta música. Fue como una bocanada de aire fresco en medio de un movimiento revolucionario, sí, pero que empezaba a dar ciertos síntomas de anquilosamiento. Su grabación para el sello Alpha —en cinco CD— de la integral de la obra orquestal de Bach fue un hito. Apenas unos meses después de creado, el grupo de Frisch y Valetti se había convertido ya en un referente obligado para todos los amantes de la música antigua.
Cuatro lustros después, Café Zimmermann goza de una robusta salud, aunque ha sido, como todos, víctima de la crisis económica. Su radio de acción prioritario es ahora Francia (llevaba tiempo sin tocar en España) y, por otro lado, además de centrarse en el Barroco tardío, ha ido hacia adelante en el tiempo (Carl Philipp Emanuel Bach o Luigi Boccherini), pero también ha retrocedido: en su reciente gira española (Oviedo, Madrid y Salamanca) ha interpretado obras de Heinrich Ignaz Franz Biber, Johann Heinrich Schmelzer y Johann Jakob Froberger, lo cual nos sitúa en la Viena imperial del siglo XVII, la que sufrió asedios otomanos y epidemias de peste (precisamente en una de ellas falleció Schmelzer —primer maestro de capilla no italiano de la corte imperial de los Habsburgo—, solo unos meses después de haber obtenido el cargo).
Café Zimmermann toca ahora, por lo general, en formato reducido (secuelas de la crisis), pero sigue sonando tan maravillosamente bien como siempre. Para este programa, intitulado Bailes y batallas, se han reunido dos violines (el propio Valetti y Mauro Lopes Ferreira), dos violas (Patricia Gagnon y Lucie Uzzeni), un violonchelo (Petr Skalka), un contrabajo (Daniel Szomor), un archilaúd (Shizuko Noiri) y, claro está, Frisch, que en esta ocasión no toca el clave, sino el órgano de cámara. Lopes Ferreira, Gagnon y Skalka son miembros primigenios de Café Zimmermann, algo que da una idea de la fuerte ligazón que todavía, veinte años después, existe en el grupo.
El programa profundiza sobre todo en las Sonatae tam aris quam aulis servientes de Biber (exactamente, son tres las que interpretan), además de alguna del Fidicinium sacro-profanum y de la Mensa sonora. De Schmelzer, la Serenate con altre arie a cinque, el descriptivo Balleto a quattro Die Fechtschule y el Lamento sopra la morte di Ferdinand III. Y de Froberger, la Toccata II en Re menor (con Frisch al órgano) y el Ricercar I en Do mayor, arreglado para un consort de cuerdas altas.
En su actuación en el Auditorio Nacional, Café Zimmermann no mostró la más mínima fisura, al tiempo que derrochó una fantasía sin límites en ese Stylus phantasticus que desarrollaron en Austria mejor que nadie Biber y Schmelzer. Fue prodigiosa la compenetración entre Valetti y Lopes Ferreira, al igual que causó asombro la contundencia del bajo continuo, en el que destacaba por encima de todo el poderío del violonchelo de Skalka. Creo no exagerar si digo que ha sido uno de los mejores conciertos —si no el mejor— en lo que llevamos de ciclo Universo Barroco esta temporada (y este ciclo destaca precisamente por el alto nivel de la mayoría de sus conciertos). Es reconfortante comprobar que por Café Zimmermann no pasan los años. Y si pasan es para, como sucede con los mejores vinos, mejorarlo sustancialmente.
(foto: Elvira Megías – CNDM)