MADRID / Brillante retorno: Volodin, Diakun y la ORCAM
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Madrid. Auditorio Nacional. 23-X-2023. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid. Alexei Volodin, piano. Directora: Marzena Diakun. Obras de Rachmaninov y Shostakovich.
Puede sorprender lo ambicioso del programa de inauguración de temporada por parte de la Orquesta de la Comunidad de Madrid y su Joven Orquesta; la importancia del programa reclamaba la unión de ambos conjuntos. Dos obras superiores del siglo XX, primera mitad: creaciones de compositores rusos, el Tercero de Rachmaninov y la Quinta de Shostakovich; obras amplias, de gran aliento, con su carga de expresividad y de intensidades. Adelantemos que el resultado tuvo una altura artística que consagra entre nosotros tanto a la ORCAM, que alguna que otra vez estuvo en peligro; y a su directora, Marzena Diakun, nacida en la ciudad polaca que se llamo Köslin, y hoy Kozalin. Da la impresión de que Diakun se ha propuesto reconstruir la orquesta tras la crisis en que se sumió justo antes de la pandemia. Los malos nombramientos pueden ser consecuencia de momentos en los que un conjunto como la ORCAM decide dar un salto hacia el vacío, como sucedió entonces, y no ya por las instituciones, que fallaron, sino por los propios músicos, que no supieron ver el abismo. Esperamos que todo eso haya pasado. Y nos da la impresión de que de Marzena, hace casi dos años, no fue un mal nombramiento. No es cuestión de fe, no nos engaña el deseo de que esta orquesta se mantenga. Es que veladas como ésta nos permiten confiar en el futuro de la ORCAM.
Es bien sabido que el Tercer Concierto de Rachmáninov es diabólico para un pianista. Tal vez no sea el que más notas contiene de todo el repertorio, pero por ahí le anda. Comienza con calma, con la tema cantábile del Allegro ma non tanto, pero evoluciona hacia el virtuosismo pleno, que es eso que obliga al solista a hacer volar sus manos mas también a una expresividad progresiva. Estrenada en 1909, es obra de un genio de la creación (al que durante años se le intentó ningunear por no ser lo bastante moderno) que tres años antes había estrenado dos óperas breves (El caballero avaro, obra maestra; y Francesca da Rimini, un bello acercamiento a este tema doloroso e inagotable). Harto del teatro, mágico y envenenado palacio de Klingsor, dejó el Bolshoi y se consagró en sus giras a su insólito trabajo como intérprete y a su genial producción de obras no solo concertantes, sino sobre todo a piezas breves e incluso fugaces. Destacan sus Études-tableaux. La Revolución le sorprendió en Rusia, en medio de sus giras, y una oportuna invitación a Suecia y países cercanos (neutrales en la Gran guerra) le permitió marcharse con su familia para siempre. Pero la mayor parte de su obra estaba ya compuesta, incluidas piezas sinfónico-corales con la grandeza de Las Campanas.
Con su Sinfonía nº 5, Shostakovich hizo “como que” su nueva obra era una respuesta a las críticas razonables que había recibido. No hay que contarlo ahora en detalle, la cosa proviene de que Lady Macbeth de Msensk tuvo demasiado éxito, en el Kremlin esto no gustó, y lo condenaron en un artículo de Pravda; no hizo falta prohibir la obra, bastaba con el escrito que era como un ucase. Lo curioso es que la Quinta Sinfonía es estrena sin que se diera a conocer la Cuarta. Por prudencia tal vez hubiera tenido que saltarse el número, guardarse la Cuarta hasta mejores tiempos. La Cuarta quedó en suspenso, se perdió en la Segunda Guerra, la reconstruyó el compositor desde las partes dispersas de orquesta, hasta que en 1961 la rescató Kondrashin (nueve años después de la muerte del Ogro). La Quinta iba a ser su rehabilitación, sobre todo por el último movimiento, el Allegro non troppo. Supo jugar bien el compositor, y ese movimiento se puede interpretar como una marcha revolucionaria imparable y triunfante… o como una burla ruidosa, y aun así sutil, con la estridencia que pone en cuestión ese triunfo. Si eliges el primer enfoque, Shostakóvich es un gran compositor que salva el pellejo desde la tradición sinfónica del XIX, que es lo que gustaba a los chicos del aparato. Si eliges el segundo, Shostakóvich es un genio y ya irrumpe en sus especiales esperpentos musicales; habrá muchos.
La primera parte fue Rachmáninov. La primera parte fue el impresionante despliegue virtuoso de Volodin, que además dio un bis, el Estudio op. 25 nº 1 de Chopin. La primera parte fue el envolvente sinfónico del conjunto, que acompañaba, apoyaba o incluso contradecía, según el propio sentido de la obra, al espléndido pianista ruso. Podríamos detenernos en algunos momentos de culminación, como la capacidad de matices para el Intermezzo, como las notas de valores mínimos que inducen a una carrera en la que tienen que ponerse de acuerdo manos, dedos y concepto. Pero no merece la pena, porque Volodin es sencillamente uno de los grandes pianistas del momento, cuando hay tanta competencia en el pianismo, y eso lo vemos a menudo en este mismo auditorio. Si la orquesta demostró su capacidad de envolver sinfónicamente un concierto, en la segunda parte demostró su capacidad de equilibrio sinfónico de acuerdo con el concepto de la directora. Ahí es donde podemos discutir, pero no descalificar. Diakun dirigió de manera esplendorosa esta sinfonía a un conjunto que parecía rico en virtuosismo y en inspiración. Me pregunto si las sesiones de ensayo no fueron superiores a las habituales. En los ensayos es donde se despliegan los valores de una dirección de orquesta. Si fue así, en público Marzena los llevó a feliz término. Para la directora, da la impresión de que el Allegro final es victorioso, no se advierte lo chirriante. Algunos lo hubiéramos preferido, pero no hay objeción válida. Algo semejante sucede con el Largo, uno de esos movimientos desolados de Shostakovich, esos movimientos lentos que son obra de un músico que capta un aspecto importante de su tiempo, la desolación. Daikun puso ahí una poética muy bella, pero no esa desolación. Si la Revolución puede llevarte a la desilusión, al desencanto, al desengaño, donde te llevará de veras es a la desolación. Estos movimientos están destinados a eso, del mismo modo que otros están destinados al terror.
En fin, un importante concierto en el que un invitado de honor, Volodin, brilló en todo momento; en el que una orquesta se presenta como un conjunto lleno de vida y de innegable profesionalidad. En el que la directora Marzena Diakun demostró que su orquesta y ella pueden llevar a cabo ambiciosos conciertos con esta altura artística.
Santiago Martín Bermúdez