MADRID / Brillante retorno de la Nacional
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 20-I-2023. Ravel: Ma mère l’Oye / Falla: La vida breve. Nancy Fabiola Herrera (Salud), Joel Prieto (Paco), Ana María Ramos (La abuela), Federico Gallar (El tío Sarvaor), Ariel Hernández (Voz de la fragua), Manuela Mesa (Carmela), Víctor Cruz (Manuel), Pablo Alonso (Vendedor ‘ramicos’), Francesca Calero (Vendedora ‘brevicas’), María José Callizo (Vendedora ‘cesticas’), Paloma Friedhoff (Vendedora ‘canastas’). María Toledo, cantaora. Cañizares, guitarra. Director: Jaime Martín. Director del coro: Miguel Ángel García Cañamero.
Tras el paréntesis navideño, volvía el ciclo de la Orquestra Nacional, y a él también retornaba Jaime Martín, su principal director invitado, en el segundo concierto que tiene encomendado esta temporada. Si en la anterior ocasión precedió en una semana al de Alondra de la Parra, en esta ocasión ocurre en una semana que puede calificarse, siendo suave, de mediáticamente intensa para los conjuntos nacionales, justamente por asuntos relacionados con su supuesta candidatura a la titularidad de la orquesta. Por fortuna, la semana, que empezó con ruidos poco halagüeños en la prensa generalista, se coronó, tras la firma de la anunciada renovación durante dos años de su actual titular, David Afkahm, con un sobresaliente concierto de la formación, el que ahora se comenta, centrado en una obra capital en el devenir artístico de Manuel de Falla, La vida breve que, tras ser —como oportunamente señala García del Busto en sus estupendas notas—, ignorada inicialmente en España, se estrena en París en 1913, menos de un año después del estreno de la versión orquestal (como tantas otras de su autor, la partitura fue inicialmente para dúo de pianistas) de la otra obra del programa, Ma mère l’Oye.
La música de esta partitura de Ravel, evocadora de cuentos franceses, se mueve en climas de intimismo y sugerente ensoñación. El colosal talento orquestador de Ravel está siempre presente, y es también difícil sustraerse al encanto sonriente de los guiños orientales que Ravel hace a la escala pentatónica en movimientos como Laideronnette, emperatriz de las Pagodas. Sí es destacable, en cambio, que la mayor parte de la obra (salvando el brillante final) apela a una sonoridad evanescente, casi a una tierna aunque luminosa intimidad. La reclamó, con visible y expresiva gestualidad (y muy significativamente, en esta ocasión, sin batuta), el maestro santanderino, siempre efusivo en sus movimientos. Y la obtuvo, sin duda, porque la respuesta de la Nacional fue estupenda en todas sus familias. Interpretación de muy cuidado colorido y ambiente, sin ahorrar brillantez al momento más opulento del final de la obra.
Pese a estrenarse con menos de un año de diferencia, La vida breve pertenece a otro ámbito. El joven Falla aún no cumplía los treinta, pero dibujó una sobresaliente partitura de indudable intensidad y sabor, con singular entendimiento de esa conexión con el folclore que García del Busto refiere acertadamente como ‘imaginario’. Aunque todavía no se alcanzan las maravillas de El amor brujo o El sombrero de tres picos, la intensidad (sobre todo en el segundo acto) dramática, el colorido orquestal, la riqueza de los ritmos y el encanto de páginas del mejor Falla, como el famosísimo y bellísimo intermedio, hacen que sea partitura siempre bien recibida por el público. La obra está, además, muy ligada a los conjuntos nacionales, que la han interpretado en multitud de ocasiones desde hace décadas. Tuvo en esta ocasión una traducción de nivel general sobresaliente. Martín gobernó con su manera extravertida característica, esta vez con batuta (salvo algún pasaje en el que consideró que las manos dibujaban mejor la demanda expresiva), de general claridad y firmeza, y construyó una interpretación intensa, en la que fusionó con éxito la evocación del folclore con la narración dramática. Excelente de nuevo la respuesta orquestal, desde la cuerda, redonda y empastada, a la percusión, pasando por una madera extraordinaria y unos metales irreprochables.
Notable prestación del coro, y de los solistas del mismo (Ramos, Gallar, Hernández y Mesa), así como de Víctor Cruz en su breve cometido. Estupendo, como en él es habitual, Cañizares en la guitarra, y también muy bien la cantaora María Toledo, aunque la amplificación quizá hubiera podido suprimirse. Añadió un tinte metálico a su voz que creo que no le hizo especial favor. Aunque con un comienzo algo más frío, la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera, con una voz con cuerpo y presencia, dibujó una protagonista sentida y muy bien cantada, de indudable carga emotiva. Le correspondió bien Joel Prieto, una voz de grato timbre que pareció muy bien manejada. El éxito fue muy grande y merecido para todos, y culminó de manera brillante y feliz una semana que había comenzado como la situación atmosférica: con un poco agradable temporal.
Rafael Ortega Basagoiti