MADRID / Benjamin Alard vuelve a deslumbrar
Madrid. Auditorio Nacional de Música. 2-II-2021. Ciclo Universo Barroco. Benjamin Alard, clave. Bach, Partitas nº 1, 2 y 5.
El Clavier-Übung o ejercicio de teclado abarca cuatro publicaciones que Bach dio a la imprenta entre 1731 y 1742 e incluye sus composiciones más depuradas para teclado, en particular las clavecinísticas. Poco más se editó en vida del inmenso corpus del cantor de Leipzig (la temprana cantata Gott ist mein König BWV 71, los Corales Schübler, las Variaciones canónicas, la Ofrenda musical), por lo que resulta claro que, en estas ediciones, supervisadas minuciosamente por el compositor, trató de mostrar, bajo tan modesto título, lo mejor de su arte en los años de máxima madurez.
Por tanto, nunca agradeceremos suficientemente al CNDM y su director, Paco Lorenzo, el proyecto de interpretación integral de esta serie, durante la temporada actual y la siguiente, en seis conciertos, y que para ello se haya escogido a Benjamin Alard, el sumo oficiante del teclado bachiano de su generación —pródiga, por lo demás, en excelsos clavecinistas—. Si se pretendía la máxima garantía de calidad, la elección era obvia, teniendo en cuenta que no son tantos los intérpretes de primera que manejen con igual maestría el clave y el órgano. Además, este gran bachiano guarda particular vinculación con el Clavier-Übung. En efecto, cuando grababa para Alpha inició el registro integral de estas publicaciones, del que, sin embargo, solo vieron la luz sus dos primeras partes (las Partitas, en 2010, y el díptico Concierto italiano / Obertura a la francesa, en 2011). Frustrado este monumento —sitúo sus Partitas en la cúspide de una discografía abundante y afortunada—, habremos de esperar a su inclusión en la hercúlea integral de la música para tecla de Bach que está llevando a cabo a buen ritmo para Harmonia Mundi.
Entre tanto, los escasos afortunados que puedan acudir a las citas del Auditorio Nacional podrán disfrutar de su arte en vivo y, por lo escuchado anoche, en condiciones inmejorables. Abordó Alard tres de las Partitas (nº 1, 2 y 5), dejando para el siguiente concierto las restantes, entre ellas las más enjundiosas (nº 4 y 6). Las Partitas se publicaron en años sucesivos entre 1731 y 1736, con una edición final conjunta bajo la rúbrica Opus I; y esta secuencia implica una gran disparidad, una personalidad muy diferenciada, bien enfatizada por Bach desde un principio, al situar como respectivo inicio un movimiento introductorio característico y diferente (en las tres que nos ocupan, un preludio, un preámbulo y una sinfonía).
Una nota en común es que, a pesar de que, en principio, se basan en la secuencia de la suite para teclado clásica (alemanda, corrente, zarabanda y giga), poco tienen que ver con ella, pues, en línea con su espíritu original, Bach subvierte el modelo, haciendo en muchas ocasiones irreconocibles las danzas que le sirven de base. Alard, que tan bien conoce esta música, lo hizo patente a lo largo del concierto, cuyo orden, sin embargo, no dejó de resultar curioso, al interpretar consecutivamente las dos partitas en tonalidad mayor, dejando la en menor para la conclusión. La primera, en Si bemol mayor, la hizo apolínea, hermosa, floreciente, aunque no puede negarse que le costó un poco calentarse. La preciosa zarabanda fue, a qué dudarlo, el mejor momento de esta composición primaveral. La finura, el equilibrio, la elegancia, la suavidad en la pulsación fueron una constante a lo largo de todo el concierto, con unos tempos de gran moderación sin exagerar jamás, aunque dando siempre muestras de su soberbia técnica, como en la giga de la quinta partita, una fuga de extraordinaria complejidad técnica e intelectual. En la segunda partita, en do menor, llegó el momento de mayor recogimiento, con un apasionamiento no reñido con el rigor.
Al magnífico resultado contribuyó la excelente copia de un Vater, debida a Andrea Restelli, prestada para la ocasión por Daniel Oyarzábal, clave por el que Alard no perdió ocasión de mostrar su entusiasmo. Sonó potente y cristalino, siempre favorecido por la maravillosa acústica de la sala de cámara, y permitió a Alard sacar a la luz su hermosa tímbrica, con amplio uso de sus registros.
Como propina, la Sonata K 162 de Domenico Scarlatti, un homenaje —interpreto yo— a su público español que ejecutó de forma extremadamente original y virtuosa.
Javier Sarría Pueyo
(Foto: Rafa Martín)
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