MADRID / Benjamin Alard, más allá de la excelencia
Madrid. Auditorio Nacional de Música (Sala de Cámara). 24-III-2021. Ciclo Universo Barroco del CNDM. Benjamin Alard, clave. Bach, Partitas para clave nº 4 y 6.
Embarcado en la grabación integral de la música para tecla de Johann Sebastian Bach, la mímesis de Benjamin Alard con el genio de Eisenach ha llegado a un punto que se diría insuperable, a pesar de su juventud. Frente a algunos fenómenos más mediáticos del panorama clavecinístico actual, plagado de talentos como nunca, Alard se caracteriza por una modestia, una sencillez que sorprende y en nada preludia la avalancha musical que aguarda. El de anoche fue uno de esos conciertos que quedarán en la memoria gracias a la simbiosis de música e interpretación, perfecta demostración de lo antedicho.
Las Partitas para clave nº 4 y 6 son –gustos personales, imagino– mis favoritas y Alard tuvo el buen tino de agruparlas en este tercer concierto de los seis que, entre esta temporada y la siguiente, abarcarán la totalidad de las cuatro publicaciones del monumental Clavier-Übung bachiano. Supone, para un servidor, el punto culminante de una serie que no está deparando momentos de enorme altura.
Alard es un músico muy intelectual, al escucharle anoche uno vislumbraba el intenso estudio y entendimiento de una música que, más allá de sus bellezas, encierra una estructura de extraordinaria complejidad. Y es que una de las grandes virtudes de Alard es que con él todo se entiende; muestra esa estructura subyacente de manera que todo parece fácil, hasta sencillo, cuando no lo es. Pero va más allá de una lectura meramente analítica y emplea todos los artificios retórico-musicales para resaltar el contenido musical. Frente a otros, no busca la exhibición, el efecto fácil, el virtuosismo per se, sino que saca a la luz el discurso musical de forma extremadamente variada, pero sin alardes innecesarios.
La Partita nº 4 podría ser casi la antítesis de la sexta. En Re mayor, se inicia con una obertura a la francesa impetuosa, pero equilibrada, y optimista. Desde aquí se pudo comprobar con asombro la seguridad, la limpieza, la perfección en la ejecución del clavecinista francés. Nadie hace los trinos, los arpegios, los acordes rotos con esa exactitud. Sin un gesto de más, con modestia incluso. La alemanda fue algo de otro mundo, fluida, suave, elegante, nostálgica ¡qué preciosidad! Y de modo semejante cabe destacarse la deliciosa zarabanda. Llegados a la giga, se puso en marcha el impresionante virtuosismo de Alard: a una velocidad de vértigo, no falló una nota, no emborronó la partitura ni un ápice; fluyó de forma casi natural. Y ello con la dificultad adicional de que se trata de una fuga, una fuga bachiana, lo que no supuso dificultad alguna para el intérprete: expuso y desentrañó la estructura con pasmosa facilidad.
La Partita nº 6, en Mi menor, es una composición sombría, a ratos terrible, plagada de ansiedad. Es un curioso colofón a la primera parte del Clavier-Übung; ¿tal vez Bach quería decirnos algo? Con esa capacidad de que Alard siempre hace gala, transformó su discurso 180º. En la espléndida tocata subrayó los gestos retóricos de la primera sección y expuso de forma elegantísima la fuga central. La zarabanda fluyó de forma dolorosa, fraseada con una exquisitez rara vez escuchada, con arrullo y también lágrimas. Y, tras dos episodios casi anecdóticos, nos condujo al final de la partita y la colección, un adiós en forma de giga que yo describo como diabólica. Así lo entiende Alard, con una exhibición de medios alucinante. De nuevo nos hallamos ante una compleja fuga, con cuatro exposiciones del tema cada vez más sombrías, que Alard desentraña de forma magistral, al tiempo que imprime un tempo tan ágil que parece casi increíble cómo logra una claridad tan extraordinaria.
Como propina, tras esta música que conmociona, ¡un Couperin! Y, de nuevo, en una clarísima demostración de su capacidad intelectual, se transformó al instante, logrando una lectura de un sabor couperiniano tan perfecto que casi no parece humano. En fin, como he indicado al principio, un concierto memorable, que demuestra una vez más que Alard es el gran bachiano de nuestra época con escaso margen para la discusión.
(Foto: Elvira Megías)
Javier Sarría Pueyo
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