MADRID / Bell y Gilbert, en el retorno de Ibermúsica a la normalidad
Madrid. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). 26-X-2021. Ibermúsica 21-22. Joshua Bell, violín. NDR Elbphilharmonie Orchester. Director: Alan Gilbert. Obras de Bruch y Bruckner.
Comenzó la temporada 21-22 de Ibermúsica, el ciclo sinfónico internacional por excelencia en la capital, con un ambiente, para lo que hemos conocido, de relativa normalidad. La invitada para la ocasión, la NDR Elbphilharmonie de Hamburgo, tocó con las distancias habituales pre-pandémicas (es decir, sin las de seguridad) y sin mamparas de protección para los vientos. La única precaución visible fue las mascarillas que portaban los instrumentistas que no eran de viento. Clara Sánchez, que presentó como es habitual el concierto con su proverbial amabilidad, nos recordó la dedicatoria lógica a la memoria del recientemente desaparecido Bernard Haitink, que tan grato recuerdo ha dejado en muchos de nosotros. Lo hizo antes de rogar al público que comprobara que había silenciado los móviles. Como aquel rondó del que hablaba Rossini en El barbero de Sevilla, la precaución fue inútil, porque los terroristas del móvil actuaron con el desparpajo de costumbre, muy notoriamente justo al terminar el primer movimiento de la sinfonía de Bruckner, causando el evidente y muy comprensible desagrado del director.
En el programa, dos obras que, como oportunamente señala Juan Ángel Vela del Campo en sus excelentes notas, se estrenaron casi simultáneamente, pese a evidenciar mundos estéticos, sonoros y expresivos que parecen encontrarse a enorme distancia. La conocida como Fantasía escocesa de Max Bruch, obra concertante para violín y orquesta (con participación, como hiciera Berlioz en su Harold en Italia, destacada del arpa), partitura dedicada a Pablo Sarasate, no disimula (como otras de su autor) su intención de lucimiento virtuosístico, pero la combinación del aroma rústico que destilan sus melodías populares escocesas con la encendida exaltación lírica tantas veces presente en otras músicas de su autor, junto a momentos de indudable carácter pegadizo (el último movimiento de forma muy especial), componen un panorama de obra brillante y atractiva para el público, y cuya escucha, mucho menos habitual que los conciertos del mismo autor, se agradece.
Lo hizo con calor el respetable, que llenaba el auditorio (pueden estar contentos Aijón y Caballero con la excelente respuesta del siempre fiel y entusiasta público de Ibermúsica), aplaudiendo con ganas lo ofrecido por Joshua Bell con la formación germana dirigida por su titular. El de Indiana, que hace ya algunos años cambió su primer Stradivarius (que vendió por dos millones de dólares) por el que había pertenecido a Bronislaw Huberman (que le costó dos más), mediada ya la cincuentena, lleva ya décadas en la primera división de los violinistas internacionales.
Entre sus virtudes destaca un sonido hermoso, de especial redondez y finura en los pianissimi. Llama más la atención por lo atractivo del color que por la presencia, tal vez algo corta en los fortissimi. La dinámica, por lo demás bien manejada, parece por ello en ocasiones algo estrecha, pero el cantable es elegante y refinado (algo también evidenciado en el regalo ofrecido, un arreglo con acompañamiento orquestal del archiconocido O mio babbino caro de Puccini). El violinista estadounidense sacó partido a su bien conocida entrega y su notable talento para la efusión lírica (tan apropiada en esta partitura de Bruch), de manera que los momentos en que el mecanismo o la afinación no alcanzaron la medida última de la redondez, o algún exceso en el uso del portamento (especialmente en el inicio) quedaron eclipsados por un discurso musical de envidiable fluidez y convicción.
De la misma edad que Bell (nacido en 1967) es Alan Gilbert, que fuera titular hasta hace pocos años de la Filarmónica de Nueva York (desde 2009-10 hasta 2017, habiendo visitado el ciclo de Ibermúsica en cuatro sesiones, todas en 2010) y que ahora lo es de esta NDR Elbphilharmonie de Hamburgo (desde 2019-20, aunque durante el periodo 2004-15 ha sido su principal director invitado, cuando la orquesta tenía su antigua denominación de Sinfónica de la NDR, emisora que por cierto transmitió en directo para Alemania el concierto celebrado en Madrid). Aunque el neoyorquino casi debutó en su titularidad germana con una grabación bruckneriana (Séptima sinfonía) y ha interpretado a Bruckner en repetidas ocasiones durante su mandato en la Filarmónica de su ciudad natal, no es el suyo un nombre que se venga a la cabeza de manera inmediata entre los grandes directores brucknerianos de nuestros días.
La empresa no era sencilla, porque de todas las sinfonías del maestro de Ansfelden, la Cuarta es probablemente la más transitada, y de hecho la nómina de intérpretes que la han presentado en el ciclo de Ibermúsica es todo un lujo: Sawallisch, Barenboim, Nagano, Thielemann, Gatti, Mehta y Blomstedt. Buen crédito para el maestro estadounidense es decir que su lectura de esta Cuarta (en la edición de Nowak de 1878/80) tuvo una irreprochable e inteligente construcción y muy notable resultado.
Como bien señala Vela, lo que fascina de Bruckner es su grandiosa arquitectura, el desarrollo de la misma y su sonoridad. Esa cuidada y contrastante combinación de una grandeza por muchos momentos catedralicia con otros de una íntima y emotiva sencillez. Gilbert, maestro de gesto efusivo y generalmente claro, evidenció entender con acierto esa gran arquitectura, con atinado manejo de transiciones, sabia elaboración de clímax y apropiados remansos (muy hermosos pasajes en el segundo tiempo, encantador el trio del scherzo y muy bello noch langsamer en el movimiento final) y obtención de esa sonoridad brillante sin espesar la textura ni perder la claridad de planos. Podría, es cierto (y quienes recuerden la inolvidable recreación celibidachiana entenderán que se trata de otra dimensión) haber extraído más tensión de la tremenda coda final de la obra (una de las más espeluznantes de todo el repertorio sinfónico cuando ese crescendo se exprime hasta sus últimas consecuencias, como hacía el maestro rumano), pero el resultado de lo escuchado ayer nos gana en su bien presentada, fastuosa y monumental brillantez.
Contribuyó a todo ello la excelente NDR Elbphilharmonie que, conviene no olvidarlo, estuvo unos cuantos años bajo el mando de uno de los más excelsos brucknerianos del siglo XX: Günter Wand. Cuerda de sonido cálido y redondo, en la que brillaron muy especialmente las violas (magníficas toda la tarde) y la cuerda grave. Madera excelente y viento metal de gran brillantez y seguridad general, con mención especial para trompetas, trombones y tuba. Las trompas evidenciaron ser capaces de ppp muy sutiles (como el ofrecido mediado el segundo movimiento, compases 154-55), y hay que deducir que la batuta pudo pedirlos (y, partitura en mano, debió hacerlo, como en el inicio del segundo movimiento) en algún momento más. Estupendo el timbal, capaz igualmente de dinámicas precisas y extremas.
Notable Cuarta de Bruckner, pues, para cerrar un muy disfrutable, afortunado y celebrado comienzo de la siempre interesante temporada de Ibermúsica. Así lo entendió también el público, que no regateó ovaciones para la orquesta germana y su director titular.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín – Ibermúsica)