MADRID / Beatrice Rana, retorno triunfal
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 17-X-2023. XIX ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Beatrice Rana, piano. Obras de Scriabin, Castelnuovo-Tedesco, Debussy y Liszt.
Volvía la joven italiana Beatrice Rana (1993) al ciclo de grandes intérpretes, cuatro años después de su debut en el mismo. Lo ha hecho con un programa sobre el que no puedo sino coincidir por completo con lo afirmado por Ana García Urcola en sus pertinentes y muy informativas notas: “un ejemplo de cómo se confecciona un programa con inteligencia y coherencia”. Amén. Es más que cierto el comentario, porque hay una idea y una ligazón que, si bien pueden no resultar evidentes en un primer vistazo, se hacen bien patentes en la escucha de las obras.
La Fantasía op. 28 de Scriabin es una obra que transpira tensión y misterio en su escritura densa, en su dibujo de inquieta agitación, que apenas da respiro al oyente. Pudo sorprender la inclusión de los Cipressi de Castelnuovo-Tedesco, obra que el firmante no había tenido ocasión de escuchar de un compositor que, como también señala García Urcola, es bastante desconocido en repertorios diferentes del de guitarra. Pero es obra que, con ecos debussyanos evidentes y, me permitirán la licencia, más de una reminiscencia albeniziana también, transpira asimismo una suerte de misterio entre ominoso y melancólico, una emotiva evocación de la triste y serena solemnidad de los cipreses, que conecta bien con el Scriabin previo. Y misterio que también engarzaba a la perfección con el primero de los preludios debussyanos ofrecidos, La terrasse des audiences au clair de lune, de etérea textura. Una tensión que, de forma diferente, se prolongó en el segundo preludio debussyano, Ce qu’a vu le vent d’ouest, más agitado, y que encuentra una exaltación vibrante en L’isle joyeuse. La segunda parte, en fin, quedaba reservada para esa obra tremenda que es la Sonata de Liszt, una obra cíclica de perfecta construcción, que también nos habla, especialmente en su principio y final, con una espeluznante y tenebrosa intensidad.
Beatrice Rana, como ya comentamos con ocasión de su debut hace cuatro años, es pianista de medios técnicos y mecánicos apabullantes. Pero es también mucho más: es artista sensible e inteligente, de las que construye su interpretación con una idea sólidamente defendida. Puede o no coincidirse al cien por cien con todos sus conceptos. Pero no creo que pueda dudarse de que todo lo que hace tiene sentido. Nada suena caprichoso o artificial, y sí producto de una férrea convicción y de una tremenda determinación para traducir el concepto que tiene en la cabeza. Y eso nos lleva a algo que he repetido muchas veces: cuando un artista tiene excelencia técnica y solidez de criterio musical, y está fuertemente convencido de lo que hace, es difícil, más allá de coincidencias o discrepancias puntuales, no sentirse arrastrado.
Rana despliega un sonido de gran anchura dinámica, poderoso, pero lleno y redondo, que apabulla en presencia e impacto, pero no se adentra en durezas o estridencias, aunque puede, en determinados extremos de intensidad, adquirir, en su arrollador poderío, una cierta cualidad percusiva. Tiene una singular capacidad para graduar las dinámicas (lo comenté en 2019 y debo repetirlo ahora) con una rara finura, con cada regulador dibujado de manera exquisita. De la perfección mecánica ya se habló entonces y hay que reiterarla ahora. Su capacidad de canto es envidiable, emplea el pedal con inteligencia y general mesura, y posee una pulsación con un toque leggiero capaz de las más fulgurantes filigranas en los pianissimi más delicados. Pero Rana es igualmente capaz de arrolladores pasajes en octavas dichos con insólita perfección y con un fuoco apabullante.
No era fácil desentrañar la agitada espesura de la densa escritura de Scriabin, pero Rana acertó a hacerlo, traduciendo esa tensa pasión y esa inquietante atmósfera que subyace en la pieza, culminando en un final tremendo. Preciosa la interpretación de la obra de Castelnuovo-Tedesco, con exquisiteces como el pasaje marcado pp dolcissimo, de una evanescencia extraordinaria. Sobresaliente el trino posterior en la voz intermedia, traducido con el equilibrio justo para no otorgarle un protagonismo excesivo. Emocionante la ominosa solemnidad del tramo final.
Apropiadamente etérea, sutil, la versión de La terrasse des audiences au clair de lune, desgraciada y cruelmente aniquilada en su inicio por el despiadado criminal del móvil de turno, obstinado con castigarnos con su timbre in crescendo en lugar de centrarse en apagarlo. Merecería prisión mayor. Tremenda, rotunda en muchos momentos, de arrolladora y tensa trepidación, la lectura de Ce qu’a vu le vent d’ouest, algo que también puede aplicarse a L’isle joyeuse. En ambos, como luego en algunos de los pasajes lisztianos, quien esto firma hubiera favorecido tempi un punto más reposados, que creo hubieran permitido algo más de claridad al discurso sin merma de la tensión. Pero esa tendencia a los tempi rápidos parece (lo comentamos también en 2019) algo habitual en la italiana, y finalmente hay que remitirse a lo apuntado antes: la solidez del planteamiento de Rana y lo magnífico de su realización desmonta cualquier mínima discrepancia que pueda tenerse.
La Sonata de Liszt nos llegó en una versión soberana. Calma tensa en el siniestro comienzo del Lento assai. Poderoso, rotundo, muy vivo, con tremendas octavas, la primera entrega del Allegro energico, demostrativo también del asombroso control dinámico. Imponente el pasaje Grandioso, y emocionante, delicadísimo, el marcado dolce con grazia. Se habló antes del estupendo toque leggiero, bien lucido en numerosas y fulgurantes filigranas. Respondieron perfectamente a la indicación, con precisión asombrosa, las octavas en el pasaje sempre ff con strepito.
Recreado con elegante y delicada expresividad el Andante sostenuto, y formidable, mágica, la transición a la fuga (allegro enérgico), que creo que se hubiera beneficiado de un tempo una fracción más lento. Lució también en muchos momentos la capacidad para el contraste súbito, y nos puso en el borde de la silla el stretto hacia unos pasajes Presto y Prestissimo tan fulgurantes como poderosos y precisos, aunque la velocidad de ese último tramo se acercó a lo casi imposible por el ya rápido punto de partida. Impactante la resonancia del último acorde antes del retorno al andante sostenuto, justo antes del final, en un magnífico efecto de pedal. Espeluznante el tramo final, en cuyo inicio apareció otro criminal del móvil, este, por fortuna, de intrusión menos duradera.
La tensión conseguida por la joven italiana fue de tal nivel que tras la levedad del ppp final, no se movió una mosca hasta que, pasados unos segundos, Rana retiró sus manos del teclado. Entonces se desató, con toda justificación, el entusiasmo. El público, que desgraciadamente solo mediaba el auditorio en esta ocasión (uno no deja de comprobar con tristeza cuánto más arrastra lo mediático en detrimento de lo artístico), se volcó en entusiastas ovaciones y ¡Bravos! Rana regaló una hermosa lectura del Estudio op 2 nº 1 de Scriabin y una fulgurante interpretación del Etude pour les huit doigts de Debussy, sexto de la colección. Un enorme y merecidísimo éxito, un retorno triunfal de una pianista que esperamos ver con más frecuencia por aquí, y que a buen seguro nos va a dar grandes veladas pianísticas.
Rafael Ortega Basagoiti