MADRID / Barroco enmascarado
Madrid. Auditorio Nacional de Música. 25-X-2020. Universo Barroco. Collegium Vocale 1704. Collegium 1704. Director: Václav Luks. J.S. Bach: Magnificat. J.D. Zelenka: Missa Omnium Sanctorum.
La pandemia que venimos soportando durante los últimos meses —y lo que te rondaré, morena— ha traído consecuencias nefastas para la vida musical, bien conocidas y que tanto el intérprete, como el compositor, como el melómano han sufrido con creces. Anoche, sin embargo, tuvimos ocasión de presenciar algo que roza lo delirante: el coro cantó de continuo con mascarilla. No pongo en duda las necesidades sanitarias, pero esto es algo así como pelear con un brazo atado a la espalda. Y el resultado, como no podía ser de otra manera, se resintió. Las voces sonaron opacas, sin definición, proyección ni potencia. Y es una verdadera lástima, ya que es bien conocida la excelencia del conjunto vocal checo.
Dejando al margen el asunto del barbijo, el programa combinó lo de sobra conocido con lo poco transitado. El Magníficat de Bach se hizo, como es norma —aunque últimamente hay bastantes más excepciones que hace unos años— en la versión en Re mayor, lo que implica, aparte del cambio de tonalidad, que se prescinde de las interpolaciones navideñas y se introduce un par de flautas traveseras en sustitución de las de pico presentes en la versión en Mi bemol. La lectura escuchada fue de gran altura, como se espera de unos conjuntos y un director de la excelencia de los convocados anoche.
Fue una gratísima sorpresa descubrir en los miembros del coro que hicieron las partes solistas —ninguno de ellos de nombradía— unos magníficos cantantes que no defraudaron en ningún momento, con la ventaja de que, cuando cantaban estas partes, se quitaban el cubrebocas. La orquesta demostró su clase en una partitura que ofrece mucha oportunidad para el lucimiento, desde las flautas en Et misericordia y, especialmente, en Esurientes, hasta los oboes en Susceptit Israel, cuya melodía sonó más misteriosa y delicada que escalofriante. Y, por supuesto, la trompetería en los coros más exultantes, que sonó potente y afinada en unos pasajes realmente endiablados. La dirección, soberbia, como corresponde al gran Václav Luks, un genio que incorpora sabiduría y dedicación en el clave, la trompa, la musicología y la dirección: impulso, ritmo, majestad, mimo, matiz…
Fue discutible la elección de la Missa ultimarum sexta en forte omnium ultima, más conocida como Missa Omnium Sanctorum, para el estreno zelenkiano en el ciclo del CNDM. Ciertamente, las fugas corales que culminan cada sección son fastuosas y el Sanctus es una preciosidad (con ese Benedictus tan extático, hecho con inusual delicadeza por Luks), pero no posee una orquestación demasiado interesante (cuerda, oboes y fagot) y, dada la fecha de su composición (1741), las arias están cuajadas de elementos galantes de lo más vulgar. Con idéntica orquestación que el Magnificat, se podría haber optado por la excepcional Missa Divi Xaverii, cuya reconstrucción, edición y primera grabación mundial llevó a cabo el propio Luks hace pocos años en el que quizá fue su disco más premiado (Accent). No solo es mejor, sino también más accesible para el público.
En cualquier caso, la interpretación alcanzó idéntica excelencia que en el Magnificat, siempre, naturalmente, con el talón de Aquiles de los coros enmascarados, que en ambas composiciones restaron mucho al resultado final. Ello no obstante, se disfrutó el concierto.
Javier Sarría Pueyo
(Foto: Elvira Megías – CNDM)