MADRID / Barroco en vena contra la zozobra
Madrid. Ateneo. Festival Encuentro Silva de Sirenas. 8-X-2020. Delirivm Musica (Juan Portilla, flautas de pico; Beatriz Amezúa, violín; Jorge López Escribano, clave). Sonatas de Bach, Haendel y Telemann • 9-X-2020. Lina Tur Bonet, violín. Dani Espasa, clave. Sonatas de Bach y Haendel.
En estos tiempos de zozobra política por causa sanitaria (o de zozobra sanitaria por causa política, vaya usted a saber), tiene mucho de heroico que alguien se tire desde el trampolín más alto de la piscina sabiendo que lo que va a encontrar debajo es muy poca agua. Es un símil para describir lo que supone estrenar un ciclo de música barroca en una ciudad como Madrid, que un día amanece confinada, al día siguiente se levanta desconfinada y, a última hora de la noche, cuando se dispone a meterse en la cama, vuelve a estar confinada. Todo ello, en función de lo que le venga en gana al político de turno o de lo que dictamine un juzgado. Bastante mérito tenemos los ciudadanos españoles, que todavía no nos hemos vuelto todos locos con esta situación propia de una película de Berlanga.
Juan Portilla, flautista y director del grupo Delirivm Musica, ha emulado al gran Greg Louganis y ha hecho un salto de cuatro mortales y medio hacia atrás en posición carpada, y ha inaugurado, contra viento y marea, el Festival Encuentro Silva de Sirenas (FESS), cuya primera edición se está celebrando en el Ateneo de Madrid. De forma presencial y en streaming. Y, por desgracia, con no mucho público, porque no está el horno para bollos, y ya el mero hecho de poner el pie en la calle roza lo épico. Vendrán tiempos mejores, seguro, y ojalá que el FESS encuentre acomodo en ellos, porque lo merece, no solo por el empeño de quienes lo organizan, sino por la calidad de la apuesta, que viene a ser una especie de proclama de la cultura para dejar bien claro que no se rinde ante el puto virus ni ante la ineptitud de la clase política.
El concierto de apertura estuvo protagonizado por el propio grupo de Portilla, Delirivm Musica, integrado en esta ocasión por el mencionado flautista, la violinista Beatriz Amezúa y el clavecinista Jorge López Escribano. Estuvo dedicado a los tres grandes maestros del Barroco tardío germano: Haendel, Bach y Telemann (aunque lo de aplicar el gentilicio germano a Haendel tiene más que ver con su nacencia que con su música). Sonatas en trío y sonatas a solo y bajo continuo (para flauta de pico y para violín) conformaron el bien diseñado programa, en el que, a modo de preámbulo, se insertaban piezas para clave de cada uno de los tres compositores, excepcionalmente ejecutadas por López Escribano, que puso la piel de gallina con su Sarabande de la Suite francesa nº 5 en Sol mayor del Kantor de Leipzig. Interpretaciones muy equilibradas, con fases verdaderamente brillantes, que vienen a corroborar una vez más, por si a estas alturas hiciera todavía falta, el excepcional momento por el que pasan los grupos ‘antiguos’ en nuestro país.
Por si esta música no hubiera ejercido el suficiente efecto balsámico entre quienes tuvimos de la dicha de asistir al primer concierto, al día siguiente hubo una nueva dosis Bach-Haendel, aunque esta vez sin Telemann. En la historia de la música ha habido un buen puñado de grandes músicos, pero genios, lo que se dice genios, al final no han ido tantos. Si hubiera que contar con las dos manos los auténticos genios de la música que en el mundo han sido, seguramente nos sobrarían varios dedos, pero en la lista estarían definitivamente Bach y Haendel. Vinieron al mundo con apenas un mes de diferencia (Haendel, el 23 de febrero de 1685; Bach, el 21 de marzo), y a muy pocos kilómetros de distancia (el primero, en Halle, Sajonia; el segundo, en Eisenach, Turingia: 180 kilómetros les separaban). Nunca se llegaron a encontrar personalmente, aunque Bach lo intentó dos veces. En la primera, partió en un carruaje hacia Halle, aprovechando que Haendel había viajado allí para despedirse de su anciana madre; pero llegó tarde. En la segunda, un Bach enfermo e impedido envió a su primogénito, Wilhelm Friedemann, a Halle, sabedor de que Haendel había ido a visitar su familia, para rogarle que fuera a verlo a su casa, pero el sajón, no se sabe por qué motivo, declinó la invitación.
Sobre este encuentro personal que nunca se produjo gira la historia del programa ofrecido por la violinista Lina Tur Bonet y el clavecinista Dani Espasa en el segundo concierto del FESS. Un encuentro musical con dos sonatas de Haendel (HWV 371 y 359a) y otras dos de Bach (BWV 1017 y 1019). Y con unas lecturas clamorosas por parte de dos de los mejores intérpretes que tiene hoy la música española (y no me refiero solo a la música antigua), a la altura requerida por estas obras magistrales de las dos luminarias germanas, en las cuales es imposible encontrar una nota mal puesta, por mucho que nos tiremos días y días seguidos intentando hallarla. Un concierto sencillamente memorable.
Eduardo Torrico